miércoles, 4 de enero de 2006

El crecimiento invisible

Economía
El crecimiento invisible
Después de tantas privaciones, La Habana sólo ofrece promesas quiméricas y estadísticas inverosímiles.
Leonardo Calvo Cárdenas, Ciudad de La Habana
miércoles 4 de enero de 2006
 
Un jubilado tostando maní para su venta ambulante. (AP)
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En los últimos años, aprovechando el control y manipulación de la información y las estadísticas y con el propósito de levantar una cortina de humo que oculte la muy evidente inviabilidad del sistema y los resonantes fracasos de todos sus proyectos, el gobierno cubano se ha dedicado a asegurar que la economía del país esta registrando crecimientos exorbitantes. Estos, como es natural, no se reflejan en la dinámica social ni en las condiciones de vida de la población, que por el contrario siente que cada día es más inalcanzable la satisfacción de sus más elementales necesidades.
En la cómoda seguridad de no ser cuestionadas por sus planteamientos y en un alarde de total desprecio por el intelecto ajeno, las autoridades cubanas aseguran que en 2005 la economía del país creció nada menos que un 11,8%. Es muy significativo que ante ese índice de crecimiento —visto sólo en poderosas economías en franca expansión—, a nivel del pueblo llano ni siquiera los más convencidos defensores del sistema se atreven a ufanarse de tan significativo "logro".
Los dirigentes de la economía cubana plantean tamaño crecimiento precisamente cuando el colapso de la que por siglos fue nuestra principal fuente de riquezas —la industria azucarera— priva al país de considerables ingresos y pone a muchas comunidades en una especie de limbo económico que tiene serias repercusiones en la ya difícil vida cotidiana de sus habitantes.
Divorcio de la realidad
El desmontaje de nuestra otrora primera industria, en el momento en que otros productores tradicionales como Brasil, Australia e India fortalecen su producción y afianzan sus mercados, se hace más traumático. En lugar de dedicar las tierras y recursos remanentes a la producción eficiente de alimentos y bienes de consumo sobre la base de eficaces resortes económicos y el interés individual de los trabajadores, se ha preferido imponer desgastantes fórmulas paliativas —llevar a las aulas a los trabajadores despedidos— y reproducir los diseños de control administrativo burocrático politizado que tanto retraso han traído a la nación.
Sin embargo, otros importantes renglones económicos sufren crisis y parálisis, especialmente la capacidad industrial instalada presa del retraso tecnológico y la ineficiencia, es incapaz de satisfacer las necesidades del país, ni las exigencias del competitivo mercado internacional.
El sector agrícola no sale de su permanente depauperación. El poseedor de más del 80% de la superficie cultivable (el Estado) sigue siendo el más fehaciente ejemplo de improductividad e ineficacia, mientras los campesinos individuales están sometidos a toda suerte de presiones y restricciones.
La escasez de productos alimenticios, los crecientes e inalcanzables precios, la parcelación de las ciudades —a todas luces innecesaria en un país prácticamente despoblado, de clima tropical y con larga tradición productiva— en una especie de paliativo emergente conocido como agricultura urbana, son los efectos de una política económica divorciada de nuestras posibilidades y necesidades.
Otros importantes sectores económicos se encuentran en desastrosa situación, la ciudadanía sufre cotidianamente la, al parecer, insoluble crisis del sistema de transporte de pasajeros, tanto urbano como interprovincial. La pobre disponibilidad de vehículos y combustible, una oferta inestable e insegura, el poco confort, la desidia administrativa y las tantas veces incumplidas promesas de mejoría, convierten a este servicio en un permanente dolor de cabeza para toda la población.
Las otrora poderosas flotas mercante y de pesca están finalmente desechas por tantos años de deficiente gestión e incapacitadas de hacer aportes significativos a la economía interna.
Lentitud de paquidermo
Por otra parte, varios años de aplicación del llamado Perfeccionamiento Empresarial no han logrado un impacto significativo en las potencialidades económicas del país. Esta especie de formula revitalizadora del sector industrial, fundamentalmente, que trata, una vez más, de lograr la eficiencia a través de algunos mecanismos estimuladores de una muy tímida autonomía administrativa, parece no serle muy simpática al máximo líder (¿acaso será por aquello de la tímida autonomía y el interés individual?), puesto que jamás la menciona. De hecho, el proceso marcha con la lentitud y pesadez de un paquidermo narcotizado.
Es significativo el interés puesto por el gobierno en mantener las compras de varios renglones alimentarios que en los últimos años ha realizado en el mercado norteamericano. Tales transacciones, realizadas con algunos incómodos condicionamientos para la parte cubana, convalidan los resortes proteccionistas que caracterizan a la economía norteamericana, y que tanto impugnan los países latinoamericanos. A la vez, significan una multimillonaria erogación de recursos financieros, por parte de un país que necesita vender más que comprar, y relegan a un segundo plano al sector productivo del país, que muy bien pudiera ser redimensionado a partir de la inversión eficaz de parte de esos capitales.
Ante tal cuadro, ¿cuáles son los renglones que garantizan tamaño crecimiento?
Los dirigentes de la economía hablan de la creciente producción de níquel y petróleo y del arribo de dos millones 300 mil turistas en 2005. Además, le conceden a la venta de lo que ellos llaman "servicios especializados", un lugar primordial en los resultados económicos presentes y futuros. Inexplicablemente, incluyen también entre las fuentes del incremento los programas de la llamada "batalla de ideas".
En el supuesto caso de que la dudosa cifra de turistas sea real, la Isla habría tardado 15 años en lograr un número de visitantes que se muestra ridículo frente a las reales potencialidades del país, el universo poblacional (más de once millones de habitantes) y los niveles de recepción que exhiben algunos países de similares características.
De cualquier manera, no se cuenta con estadísticas de las ganancias promedio o absolutas, ni de los costos del producto turístico cubano, seriamente afectado por la pobre solvencia de la mayoría de los visitantes, el bajo índice de retorno y ocupación de las capacidades instaladas, el bajo nivel de excelencia de la oferta, la insuficiente remuneración que reciben los trabajadores y el flagelo de la corrupción que se extiende amenazante a lo largo y ancho de toda la sociedad.
Por servicios especializados debemos entender la venta al mejor postor del talento de nuestros profesionales y técnicos de la salud y otras ramas, que deben decidir separarse de sus familias y entorno laboral para obtener algo del bienestar material que no pueden siquiera soñar en su tierra.
Doble explotación
A estas alturas, el envió masivo de profesionales y técnicos de la salud a Venezuela proporciona a La Habana una fuente de ingresos difícil de sustituir y, al pueblo cubano, un desamparo asistencial que nada tiene que ver con la propaganda oficial sobre su sistema de salud.
Los profesionales y técnicos cubanos que logran el "privilegio" de ir a entregar sus capacidades y experiencias a Venezuela, son explotados por el presidente Hugo Chávez, que les paga mucho menos de lo que vale su trabajo. Después, por el gobierno cubano, que les escamotea gran parte del resto. La Habana bien podría publicar cuánto gana un galeno venezolano y cuánto reciben al final los cooperantes cubanos.
Al menos, el deprimido turismo y la venta de la mano de obra especializada reportan algún resultado económico real, pero las construcciones de interés social y comunitario y las obras de la "batalla de ideas" (obras y programas de igual "interés social y comunitario" impulsadas por el máximo líder) constituyen gastos —multiplicados por la corrupción y él desvió de recursos— convertidos, por arte del capricho y la manipulación, en ganancia y crecimiento.
Pero capricho y manipulación aparte, un sólo hecho puede retratar en esencia, y de cuerpo entero, la verdadera realidad socioeconómica de la Isla: en el país en que sea necesario y posible duplicar de un plumazo el salario mínimo —sin que esto implique una solvencia presentable—, es claro que un segmento considerable de la población vive en precarias condiciones, con el agravante de que el sindicato único y oficial no había hecho nunca un solo reclamo o valoración sobre el particular.
Si la economía crece, al cubano que ni lo siente ni lo disfruta sólo le queda esperar qué y cuándo recibirá algo de lo que promete el alto liderazgo, sin tener en cuenta las verdaderas necesidades de los ciudadanos.
Mientras el poder sigue viviendo la ilusión autocomplaciente de esa especie de prestidigitación estadística, la economía se deteriora hasta sus propios cimientos y el cubano de a pie sufre un doble perjuicio: no recibe espacios y oportunidades de libre desenvolvimiento económico y tiene la incertidumbre de no encontrar vías legales para satisfacer sus necesidades materiales.
Después de tanto andar…
En el hipotético caso de que el crecimiento registrado tuviera lugar sólo en la dimensión macroeconómica, estaríamos viviendo la misma tragedia que tanto se ha criticado de los proyectos neoliberales: crecimiento en las alturas sin reflejo social de tales alcances.
Tal vez sea explicable que en un país capitalista el crecimiento económico no redunde en el más inmediato y directo bienestar social; pero lo que sí es inadmisible es que en el último bastión del socialismo real la economía "crezca", mientras los ciudadanos ven los precios subir a la estratosfera y su poder adquisitivo derrumbarse sin remedio.
Después de tanto esfuerzo, sacrificios y privaciones del pueblo, y de tantos recursos malgastados y experimentos fallidos por parte del poder, La Habana sólo puede ofrecer al mundo el talento de sus profesionales —imposibilitados de ejercer en su país de manera libre e independiente— en condición de servidumbre. Y, a la nación cubana, unas promesas muy difíciles de cumplir y unas estadísticas imposibles de creer.
 

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