lunes, 24 de septiembre de 2012

Corrupción

Economía, Corrupción, Cambios

Corrupción

La corrupción que hoy prevalece en Cuba es la que ocurre en el proceso
de acumulación originaria de capitales en provecho de una élite política
en su metamorfosis burguesa

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 24/09/2012 10:10 am

Hace algunas semanas el académico cubano Esteban Morales volvió sobre el
mismo tema que en 2010 le costó una separación del Partido Comunista y
en 2011 un perdón: la corrupción. Lo hizo en puntillas, con toda
discreción, y si en 2010 Morales apuntó al ex general Acevedo con sus
supuestos millones desfalcados, en 2012 lo hace al miserable que regala
unas cajas de cerveza para que le consigan un pastel de cumpleaños.

Obviamente mucho de lo que dice Morales es cierto, y la corrupción lo es
de mucha y de poca monta. Y también estoy de acuerdo con él en la
necesidad de enfrentar la corrupción creciente en Cuba y que esto
requeriría más transparencia y más debate público, además, digo yo, de
más voluntad política y más policía decente y tecnificada. Y, lo que es
elemental, de un sistema económico más dinámico e inclusivo que este
adefesio en ruinas que el General/Presidente quiere actualizar, para
adelante y para atrás.

No obstante, este es un tema que requiere de mucho más análisis que el
que le prodiga Morales, y aunque estoy seguro de que tampoco yo podré
hacerlo mejor, sí intentaré colocar algunas ideas polémicas sin otra
intención que incentivar la discusión.

Si por corrupción entendemos la apropiación de recursos y valores fuera
de la institucionalidad y de la normatividad existente, entonces siempre
en Cuba postrevolucionaria hubo corrupción. No es un problema de la
crisis y del mercado. Siempre hubo funcionarios que se beneficiaron de
cuotas de dinero y productos muy superiores a lo que por ley les
correspondía. Y que en estos casos es, sobre todo, el salario. También
existió corrupción debido al nepotismo, al tráfico de influencias, a la
impunidad y a la cooptación dolosa. Todo ello era inherente a la propia
reproducción de la élite y al cultivo de lealtades políticas.

Era una corrupción que podía implicar viajes familiares al extranjero,
estancias paradisiacas en centros vacacionales, autos y gasolina gratis
para todos, buenas casas siempre disponibles, todo tipo de
satisfacciones para los amores anómicos, etc. Pero era una corrupción
administrada desde el centro, que no permitía acumulaciones sustanciales
de recursos. A lo sumo era posible atesorar valores de uso, pues el
propio sistema no favorecía la capitalización. Y por eso no invitaba a
la autonomía. Al contrario, la autonomía era regresar a la austeridad
plebeya que se practicaba con los de abajo: comer de la libreta, bañarse
en los dientes de perro de Monte Barreto y oficiar alguna que otra vez
como peatón. Había que estar en la nomenklatura y defenderla —con líder
máximo y partido inmortal incluidos— a capa y espada

Cuando un funcionario era castigado por corrupto ello no significaba que
los otros no lo fueran, sino que el castigado había roto alguna regla de
oro, y no había tomado suficientemente en cuenta que su prosperidad era
revocable. Las acusaciones de corrupción aparecían regularmente cuando
el funcionario caía en desgracia, bien porque intentara practicar la
corrupción por cuenta propia, o porque cometiera algún otro desliz no
admisible.

Sucedió que en 2005 Fidel Castro pronunció un larguísimo discurso donde
dijo que la corrupción podía llevar al traste a eso que se hace llamar
revolución. Fue una sola mención en un desvarío de cuatro horas en que
habló por igual del chocolatín que de la amenaza imperialista. Pero fue
suficiente para enardecer a una clase intelectual siempre interesada en
decir algo sin morir en el intento. Y es posible que cuando escribió su
primer artículo en 2010 Esteban Morales se hubiera sentido motivado por
las palabras de su líder político. Pero se trató no solo de un eco
debilitado por el tiempo, sino también confundido por las
circunstancias, porque lo que Fidel Castro denunciaba en 2005 era la
proliferación de un tipo de corrupción que él no podía controlar y que
podía cambiar muchas reglas de juego: la corrupción con relación al mercado.

Desde éste, la corrupción ya no se refiere a cuanto el funcionario toma
de lo que políticamente le asignan, sino de cuánto se apropia a partir
de su agresividad e inescrupulosidad en un mundo que prescinde
fundamentalmente de los controles políticos verticales. El ex general
Acevedo no cayó en desgracia porque se apropió de lo que no era suyo.
Eso lo hacen todos los días muchos altos funcionarios cubanos, sus hijos
y amantes. Lo hicieron muchos de los alegres huéspedes de esa Habana
Elegante —entre los que se cuentan los herederos del Clan Castro— que ha
descripto Lois Farrow Parshley en un artículo reciente. Seguramente
Acevedo cayó en desgracia porque se excedió en lo permitido, porque
acumuló por su cuenta, porque el sistema no admite electrones sueltos o
porque sus compinches externos no eran confiables. O por otro motivo que
desconozco, pero no simplemente porque haya sido corrupto. No porque en
algún momento haya vestido con zapatos de piel de cocodrilo o portado
Rolex macizos, ni haya lucido su gastada humanidad en esas noches de
famosos.

La corrupción que hoy prevalece en Cuba, la que es realmente importante,
es la que ocurre en el proceso de acumulación originaria de capitales en
provecho de una élite política en su metamorfosis burguesa.

Por supuesto que también hay otra corrupción que Morales describe muy
bien. La que se da por abajo, por los huecos de un sistema carcomido,
unas veces para vivir mejor y otras veces para poder vivir, y en este
último caso, más que corrupción, es resistencia. Pues al final el
sistema que hoy existe es inseparable de esa corrupción que implica
trueques de productos, cobros indebidos, tiempos de trabajo usados para
otros fines, carros estatales trocados en taxis, entre otras calamidades
que ocurren cuando el estado posee todo y además no sabe cuidarlo.

Pero hablar de esto solamente, es hablar de lo secundario omitiendo lo
fundamental. Es, repito, algo que les pasa a todos los partisanos de la
transición ordenada (mucho orden y poca transición) cuando quieren hacer
opinión pública: hablan todo el tiempo del amor sin mencionar jamás al sexo.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/corrupcion-280321

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