jueves, 2 de octubre de 2014

El aroma de Chávez y la fragancia del Che

El aroma de Chávez y la fragancia del Che
[02-10-2014 13:03:01]
Martín Guevara Duarte
Escritor

(www.miscelaneasdecuba.net).- -¡Caballero denle nariz a eso! -dijo mi
amigo el Nene causando una mezcla de risa y asentimiento generalizado de
los viajeros que se atiborraban al principio de la guagua, mientras el
grupo de rusos recién ascendido en la anterior parada, continuaba
conversando con el conductor del autobús preguntando algo referente a la
dirección a donde se dirigían.
Yo no me había enterado de cuál era la procedencia de aquel supuesto
fuerte olor que llevó a mi amigo a "pitar" de ese modo, porque me
encontraba un poco más adentro, hacia el centro, aprisionado por el
resto de componentes de aquella morcilla ambulante encargada de
trasladar al pueblo trabajador.

Pero sí que pude enterarme cuando a empellones, hubieron llegado a mi
proximidad aquellos ciudadanos técnicos extranjeros provenientes de la
"Gran madre patria roja" que desinteresadamente ofrecían sus servicios y
auspicio solidarios al indisciplinado pueblo cubano.

¡Santo cielo! eso no era solamente olor a sobacos mezclado con ajo,
cebollas, pies, calcetines y otras interioridades, aquello era un
fenómeno superior, poseía volumen, aunque no se pudiese notar a simple
vista se podía intuir que aquel aroma le daba cierta espesura y
consistencia al aire, era el súmmum de lo vomitivo, de lo repugnante,
era la verdadera bomba humana, la revelación del secreto de la victoria
de los rusos sobre Napoleón y los soviéticos sobre los alemanes. ¡Santo
cielo!-repetí.

En La Habana la gente era graciosa cuando estaban en masa, porque el
cubano a nivel íntimo es en realidad mucho más melancólico de lo que se
cree, pero la identidad colectiva más reconocible es su dicharachería,
la risa, los ademanes exagerados al modo andaluz, canario, calabrés o
napolitano, y casi siempre cuando alguien con características
especiales, subía a una guagua algún gracioso tomaba la iniciativa y
expresaba en voz alta un criterio que buscaba convertirse en una gracia,
en un chiste.

Cuando algún pasajero reduce su volumen a causa de una accidental
pérdida de gas intestinal, los comentarios son generalizados y casi
siempre permiten pasar el fétido momento acompañados de carcajadas. Pero
nada de eso fue ni siquiera posible con este notable grupo de rusos, que
asaltaron a bombazos fétidos nuestro trayecto colectivo, ya
suficientemente merecedor de un premio a la resistencia estoica frente
al escarnio y el suplicio cotidiano, el comentario del Nene no daba
demasiado sitio a la risa, a la gracia, acaso a duras penas conteniendo
la respiración, se sostenía la esperanza de salir de allí liberado de
una intoxicación letal.

Con todo y eso conseguir ascender, abordar y conquistar otra guagua era
considerada una empresa tan arriesgada e improbable, que la gente no sin
sopesar el dilema en su fuero interno, en su mayoría se decantaron por
continuar en la guagua con un halo de esperanza de que el dios de los
Urales, nos asistiese invitando a aquellas sus criaturas, a descender en
cualquiera que fuese la próxima parada.

La vida entera estaremos en deuda con las deidades eslavas que
atendieron nuestras súplicas haciendo que dos paradas más allá, el
chofer les dijese a los aromatizados inocentes que habían llegado a su
destino.

Cuando nos hubimos bajado en la parada de Alamar, mi amigo el Nene me
espetó:

-Brother al lado de esos bolos tú eres un jabón, un champú, un perfume,
un naranjo en flor.

Debo reconocer que casi me incomodó que alguien me hubiese arrebatado
con tal nitidez y rotundidad la presea que me otorgaba mi desafección a
la ducha y la consiguiente inclinación a las esencias enfrascadas.

Por entonces yo solía pensar, que quitando todo lo referente a la
temeridad, a la propensión al trabajo, al afecto, al sacrificio y a la
espantosa repentina atracción por la estética comunista, una de las
pocas cosas que sí me situaban en primera línea de parentesco con mi tío
Ernesto, era precisamente esa desaprensión a las citas
higiénico-sanitarias con el agua y el jabón, además de compartir
el disfrute de la poesía y de las cosas genuinas.

Quizás fue por ello que me causó un instintivo rechazo más que por
cualquier otra razón, la noticia de estos días de que en el marco del
aluvión de actuales disparates y los coqueteos con la fruta prohibida
por décadas de las diversas formas de mercadeo, que está atravesando,
disfrutando o padeciendo Cuba y sus políticas, se incluía la aparición
de dos originales fragancias enfrascadas por un ministerio del Estado,
por supuesto para vender en moneda de valor en divisas, llamadas una de
ellas "Ernesto" por el Che Guevara, y la otra "Hugo" por Chávez.

Perfume Ernesto.

¿Podría algo superar aquella estrambótica invitación en la escuela
primaria cubana a ser como el Che, todas las mañanas, en cada matutino
escolar luego de saludar la bandera?

Aquella frase de: Pioneros por el comunismo ¡Seremos como el Che! para
mí, lejos de invitar a los niños a ser disciplinados, obedientes,
rectos, delatores de sus compañeros, o amantes del jabón, precisamente
incitaba a los pioneros a lo opuesto, ser como el Che era mostrarse
rebelde, desobediente, crítico ante el poder, original, libre pensador,
autónomo, y en temas de aseo, por supuesto, muy, pero muy poco apegado
al paso por la duchas.

Más que el hecho de que cada día sin pedir disculpas, sin abandonar el
poder por el estrepitoso fracaso por las penurias infligidas, comandasen
nuevas ocurrencias para llevar a una especie de menjunje, de cóctel
terriblemente injusto mezclando lo peor del socialismo con lo peor del
capitalismo al país caribeño, la misma dirigencia, las mismas personas,
que habían reprimido durante años con mano intransigente, cualquier
desviación ideológica de los cerrados principios dogmáticos importados
de la fría y lejana Rusia de los sobacos prohibidos, más que el hecho
irritante de que sean ellos quienes hoy mercadeen con las imágenes y los
fetiches revolucionarios.

Más incluso que por el hecho del ultraje a la razón que significa
comparar, ubicar en el mismo parangón, en la misma línea ideológica, de
vida, de clase, de finalidades, de objetivos y de procedimientos, a dos
seres tan disímiles como pueden haber sido Ernesto Guevara y Hugo
Chávez, uno, la persona más ácida y menos populista y demagoga de sus
tiempos, y la otra la persona más cubierta por barnices y vacía de
contenidos, de sustrato y sustento filosófico, uno, un intelectual de la
acción y el otro un prestidigitador de los tiempos que corren, en todo
caso en ese terreno mucho más emparentado con Fidel, dicharachero,
encantado de conocerse, de ejercer el culto a la personalidad hasta el
paroxismo, un hombre procedente del ejército, que hizo carrera de la
obediencia, de la obsecuencia, del no debate, de la no discusión, aunque
luego paradójicamente y también a diferencia de Ernesto, fue un buen
usuario de las urnas para sus finalidades de poder, y más que
probablemente como corresponde a un natural de un país cálido, haya
sido un hombre limpio, aseado, enjabonado, planchado, peinado, insípido,
impersonal como toda piel recién liberada de su PH genuino con el
restregar de la esponja, incluso mucho más que las abismales diferencias
entre esos célebres latinoamericanos, y la descarada adaptación de la
dirigencia cubana al nuevo estilo de sociedad dictatorial china, de
concesiones mínimas en lo económico pero intransigencia total en el
control político.

Aún más que todo eso me incordió el hecho, de que algún atrevido
desalmado de algún departamento ministerial, me usurpase sin más uno de
los escasos parecidos indiscutibles que me identifican con la figura de
mi tío, me habría sentido menos agraviado si en su reclamo publicitario
rezase: "Si eres del estilo del Che, neutraliza el tufillo de tu
sudoración comunista con esta colonia de gran raigambre revolucionaria",
en lugar de bautizar a dicho extracto de esencias con el nombre de
-Ernesto- en honor al "buen olor" que el conocido revolucionario solía
pasear por pampas, selvas y ministerios.

Pero—me dije— no hay demasiado motivo para la preocupación, el paso de
los años me ha acercado entre otras sorpresas, la de verme convertido en
un hombre aficionado a esas excéntricas sesiones periódicas de agua
enjabonada, aunque he de admitir que en cuestión de perfumes, como
siempre, sigo prefiriendo lo francés.

Source: El aroma de Chávez y la fragancia del Che - Misceláneas de Cuba
-
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/542d30e53a682e10101ddf24#.VC20rPmSxHE

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