viernes, 23 de enero de 2015

El nuevo escenario

El nuevo escenario
REINALDO ESCOBAR, La Habana | Enero 23, 2015

Parecía tan lejana la posibilidad de que algún día se solucionara el
diferendo entre Cuba y Estados Unidos que la discusión sobre cómo
lograrlo fue sucesivamente postergada. Las divergencias que durante
tanto tiempo quedaron en estado larvario fueron sepultadas para debatir
temas más inmediatos, pero ahora afloran con inusitada virulencia.

Si fuéramos a identificar de forma simplificada el fondo del desacuerdo
entre ambos contendientes, habría que decir que todo se reduce a la
intención del Gobierno cubano de implantar en la Isla un régimen
socialista con partido único y sin propiedad privada, frente a la
voluntad geopolítica de Estados Unidos de mantener en la región un
sistema homogéneo de democracia representativa y economía de mercado.

El hecho de que Cuba se convirtiera en el primer país socialista del
hemisferio occidental sustentó el sueño de Nikita Kruschev de ver ondear
algún día la bandera de la hoz y el martillo sobre el Capitolio de
Washington. Percibido desde lejos, el problema calificaba como un
elemento de las contradicciones de la Guerra Fría. Pero, observada desde
dentro, la contienda no podía reducirse a una bronca entre cubanos y
estadounidenses replicando el conflicto Este-Oeste, sino que estaba
protagonizada por cubanos con diferentes formas de pensar. La imposición
de la ideología marxista provocó un cisma interno en la sociedad y en la
familia cubana. Bajo el ropaje de una acrecentada lucha de clases,
aparecieron víctimas y victimarios y una enorme cantidad de testigos
silenciosos.

A quienes se propusieron homologar a la Isla con los países del campo
socialista, no les bastó confiscar todas las propiedades
norteamericanas, sino que, además, en menos de una década barrieron
hasta el último vestigio de propiedad privada. Implantaron un feroz
"ateísmo científico" y prohibieron cualquier manifestación política o
ideológica que no guardara fidelidad absoluta a los postulados del
marxismo leninismo. Los enemigos que ese proceso engendró, los de
adentro y los de afuera, terminaron por aliarse. Hubo desembarcos
armados, alzados en las montañas, atentados y sabotajes. Las cárceles se
llenaron de presos políticos, y el terror a sufrir las consecuencias por
disentir trajo la obediente simulación. La inmensa mayoría de los
damnificados por las leyes revolucionarias marcharon al exilio, mientras
que el socialismo en Cuba siguió produciendo inconformes.

Un buen día, McDonald's llegó a Moscú antes de que la bandera del
proletariado se izara en la capital del imperio y, como consecuencia de
ello, la construcción del socialismo puro y duro en la Isla dejó de
parecer una utopía para revelarse como una absurda aberración. Un
Período Especial que nadie se atreve a dar por terminado, la
incertidumbre sobre si el liderazgo lo encabeza un delirante moribundo o
un pragmático conservador, la incapacidad de producir, la insolvencia
para comprar, la falta de atractivo para interesar inversionistas, la
ausencia de una definición comprensible del camino a seguir, el
agotamiento total de las viejas consignas, una crisis de valores nunca
antes vista, una indetenible emigración, el decrecimiento y
envejecimiento poblacional, la inseguridad de que Venezuela siga siendo
un sostén energético y financiero y mil razones más han colocado al
Gobierno cubano ante la necesidad de sentarse a dialogar con su más
antiguo adversario.

Esas conversaciones han encontrado entusiastas defensores, enemigos y
escépticos. Dichas tendencias, con todas sus gradaciones imaginables y
con mayor o menor visibilidad, están presentes en todos los entornos: en
las diferentes instancias de poder en Estados Unidos, en la aparente
unanimidad del Gobierno de Cuba, en el exilio, en la oposición interna
y, desde luego, en ese amordazado protagonista que es el pueblo cubano.

Los entusiastas defensores pueden ser localizados con facilidad en ese
grupo de personas que en la Isla tienen como prioridad alcanzar la
prosperidad material y ser legitimados como clase media emergente. En el
exilio, son los que quisieran invertir con garantías en los innumerables
nichos que pueden abrirse; desde posiciones gubernamentales, los que
sueñan con reciclarse de generales a gerentes; y desde el entorno de la
oposición, los pocos con la saludable ingenuidad de creer que, como
consecuencia del diálogo, se despenalizará la discrepancia política y
podrán en breve sentarse en un parlamento luego de conquistar el voto de
sus electores.

Los enemigos del acercamiento se ubican entre los halcones del sector
militar norteamericano y en esa parte del exilio que sueña con derrocar
violentamente al Gobierno de Cuba y hacerle pagar con sangre sus
múltiples e imperdonables fechorías. Se les ve aflorar en la oposición
interna entre quienes sospechan que si el Gobierno se sienta a negociar
con los norteamericanos, ya no tendrá que hablar con ellos. Argumentan
que sus demandas, sus justas demandas, particularmente el respeto a los
derechos humanos en Cuba, pasarán a un segundo plano ante las
pretensiones que priorizará el Ejecutivo norteamericano. Se añaden a ese
grupo quienes aspiran a ser incluidos en el programa de refugiados o a
ser beneficiados con "la ayuda" que viene del Norte y temen que todo eso
desaparezca antes de que se marchiten las flores que adornan hoy la mesa
de diálogo.

Paradójicamente, quienes se niegan a cal y canto al restablecimiento de
relaciones en los estamentos de poder de la Isla aparecen en los mandos
de los cuerpos represivos; esos que se quedarían sin trabajo y, peor
aún, sin privilegios, el día que, en virtud del presumible desmontaje
del acoso exterior, Cuba ya no pueda seguir siendo considerada una plaza
sitiada y, en consecuencia, la disidencia dejaría de ser traición. Junto
a esa tropa, los aguerridos combatientes que se niegan a abandonar sus
trincheras, aquellas donde ganaron sus medallas y los méritos que un día
le sirvieron para recibir una casa, un auto, un cargo y hasta prestigio
público.

Los escépticos desconfían con cualquier cosa que un grupo de
negociadores anónimos haya pactado en secreto. Sobran razones para creer
que lo único que quiere el Gobierno norteamericano es recuperar su
hegemonía en la región o que el único propósito de la cúpula gobernante
cubana es salvar a sus herederos. Están en todas partes, no se
pronuncian o lo hacen con la debida cautela.

El asunto del restablecimiento de relaciones, con todo lo que le cuelga,
será un tema electoral en la campaña de republicanos y demócratas;
podría dar pie a depuraciones políticas en el seno del Partido
Comunista, el Gobierno y el parlamento; recompondrá alianzas en el
exilio, delineará con más precisión las divisiones en la oposición
interna pero será motivo de esperanzas en las guaguas atestadas, en la
cola del pollo por pescado, en almendrones y paladares, y entre todo
aquel que tenga un pariente del otro lado.

Los cubanos nunca debimos encontrarnos en este dilema extemporáneo y
ajeno. El verdadero problema sigue estando pendiente de solución y es el
diferendo de un pueblo con su Gobierno. De nada sirve el entusiasta
optimismo ni el escepticismo estéril, mucho menos la intención de
revertir lo que parece inevitable. El guión está escrito a cuatro manos
por los que ya están cuantificando pérdidas y ganancias. Lo único cierto
es que habrá un nuevo escenario donde se pondrán en vigor reglas nuevas
y donde cada actor deberá reacomodar sus estrategias.

Source: El nuevo escenario -
<http://www.14ymedio.com/opinion/nuevo-escenario_0_1712228761.html>

No hay comentarios:

Publicar un comentario