martes, 17 de marzo de 2015

El precio, el salario y el marxista cubano

El precio, el salario y el marxista cubano
marzo 16, 2015
o sobre la peligrosa persistencia de algunas ilusiones
Rogelio Manuel Díaz Moreno

HAVANA TIMES — El compañero Erasmo Calzadilla (no se ofenderá si lo
llamo de esta "desactualizada" manera) ofrecía su última contribución,
recientemente, en el tema de los precios, los salarios y los mercados.
Me hubiera gustado ver tomadas en cuenta algunas ideas mías, aunque
fuera para rechazarlas.

A riesgo de parecer latoso, me gustaría repetir que el problema de los
precios altos y los salarios bajos en Cuba no es tan difícil de
comprender. Que se aclara con un poquito de economía política básica, de
los viejos Smith, Ricardo y Karl Marx, más un poquito de objetividad cruda.

Opino que muchas herramientas valiosas de estas teorías se pueden
aplatanar[i] claramente aquí. Esta opción se ve dificultada por los
prejuicios generados por la implementación dogmática y sesgada que se
vio acá y no mereció el nombre de marxismo, cuando no por deliberadas
maniobras distractivas de gente bien enterada. Complicar la cosa para
edulcorarla, o para confundir al adversario en una discusión, ha sido
otro resorte muy socorrido por mala fe, por oportunismos, demagogia u
otros intereses espúreos, además de no contribuir a soluciones realistas.

Si partimos de lo obvio, veremos que Cuba es una sociedad,
desgraciadamente, del Tercer Mundo y pobre. Con una agricultura
desastrosa y una industria generalmente improductiva, obsoleta y
descapitalizada. Esto tiene sus causas, pero queremos saltar
directamente al meollo de precios y salarios.

Una sociedad que padece de pobreza, simplemente, no tiene la capacidad
de satisfacer a plenitud las necesidades materiales de la totalidad de
la población. En otros tiempos, había acá otros mecanismos de
repartición de la riqueza, poca o mucha, que se producía o que nos
regalaban. Hoy no nos regalan nada y el mercado es el mecanismo
fundamental para repartir lo poco que se produce. Tenemos un mercado
bastante sencillo, nada de las complicaciones financieras del siglo XXI.
Básicamente, es un mercado de intercambio de mercancías, de
equivalentes. Se intercambian valores reales –alimentos, bienes
industriales, servicios– y valor abstracto, representado por el dinero.

La pobreza nacional implica poca disponibilidad de riquezas, per cápita.
La impresión subjetiva es que los productos en el mercado "están caros".
¿Caros para quiénes? Las diferencias sociales que nos golpean, implican
que la mayoría acuda al mercado con poca capacidad adquisitiva, pero una
minoría acude con mucha mayor capacidad. Para estos últimos, los
productos no están tan caros.

Muchas personas sostienen que la ley de la oferta y la demanda podrá
"equilibrar" en un futuro, más o menos cercano, los precios con el poder
adquisitivo (salarios o ingresos por negocios personales) de la mayoría.
Que eso no ocurre justo hoy, solo porque algunos pillos trabajan mal y
otros acaparan y otros "no permiten" que esa ley trabaje bien. Pero que
cuando estemos como en los países "normales", esa ley permitirá que suba
la producción y bajen los precios.

En primer lugar, ni el mercado ni la famosa ley de oferta y demanda
obligan al productor –o al intermediario– a aumentar la cantidad de
valores reales que entregan para el trueque mercancía-dinero. Más bien
lo desestimulan, le inducen a acaparar o a dejar que simplemente se
pierdan una parte de estos valores, cuando su realización en el mercado
–la ganancia de la comercialización– mengua.

Se revela la peligrosa persistencia de cierta ilusión o fetichismo del
mercado, como supuesto motor del desarrollo y la prosperidad. Este
fetichismo, duramente enquistado, es una de las mayores victorias de la
ideología capitalista en nuestro país, y ni los duros golpes diarios
contra la realidad lo desacreditan. No trato de satanizar al mercado; le
concedo un rol importante, ciertamente resuelve eso del intercambio de
mercancías equivalentes. Apunto a sus limitaciones claves. En el mercado
que tenemos hoy, trabaja la ley de la oferta y la demanda de hoy. La
situación percibida de altos precios, no es sino el efecto inexorable,
cuando existen pocas riquezas producidas y concurren a adquirirlas, lado
a lado, una mayoría de alto poder adquisitivo y la minoría de menos poder.

Eventualmente, se produce cierto aumento de la producción, como con los
tomates que tiró el camarada Calzadilla. Las personas que padezcan el
fetiche esperan ver un aumento de la oferta y se desesperan de no ver
bajar el precio. El problema que queda fuera de la vista, en esta
peligrosa ilusión, es que aquel aumento puede buscar empatarse con otro
aumento producido, el del poder adquisitivo total. Por este último, la
parte que va a comprar, considerada como un todo, tiene más valor
abstracto para ofrecer y atraer al vendedor del valor real.

En esos aumentos globales, lamentablemente, no es extraño que la minoría
pudiente salga mejor y la mayoría precaria quede peor. Esto ocurre en
los escenarios de aumento de las desigualdades, como en muchos países
pobres del tercer mundo –y, últimamente, hasta en el primero. Como
ocurre en el escenario de nuestro país. Al final, la demanda con
verdadera solvencia para darse el lujo de aumentar es la de la minoría
ya favorecida, lo mismo para consumo propio o como insumos en sus
propias inversiones. La demanda de los grupos mayoritarios, pero de
menor poder adquisitivo, no tiene solvencia para mantenerse a la par. La
percepción del nivel de los precios entre esa mayoría, por lo tanto, es
que no bajan; sino que suben, que es lo que pasa aquí desde hace buen
tiempo.

Aumentar los salarios, de por sí, no traerá mejores equilibrios o
bienestar a través del mercado, porque los billetes son un valor
abstracto, no real por sí mismos; apenas un reflejo del valor real de
las riquezas y servicios consumibles. Discrepo, en este punto, de la
perspectiva de Pedro Campos al respecto. No daría tiempo a aumentar la
productividad de aquellas empresas deficitarias, ni las riquezas en
oferta. Más bien, una rápida escalada inflacionaria provocará una rápida
redistribución de esos valores abstractos y el poder adquisitivo de la
mayoría precaria quedará tal como antes. Por esta razón, el Estado no
puede resolver el problema por esa vía.

Bajo la coyunda de la economía estatalizada, la mayoría de la población
no podrá salirse de esta trampa. El deterioro de las condiciones de vida
se asocia entonces a un discurso que pretende falsamente representar al
socialismo, y todos los mecanismos ideológicos pro capitalistas se
refuerzan. Las prácticas capitalistas de comercialización de unas pocas
empresas estatales gananciosas reforzarán todavía más este sentir.
Consciente o inconscientemente, se favorecerá la convicción de que la
solución está en más mercado, más economía privada, más capitalismo.

Si los lectores amables ven bastantes veces este artículo y lo comentan
apasionadamente, es posible que el editor me consienta ulteriores
divagaciones al respecto.
—–

[i] Aplatanar: Cubanismo con un significado de adaptación, por ejemplo,
adaptar una corriente artística o científica europea a nuestras
condiciones criollas.

Source: El precio, el salario y el marxista cubano - Havana Times en
español - http://www.havanatimes.org/sp/?p=104509

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