martes, 13 de diciembre de 2016

La corrupción en Cuba y el mundo, ¿cómo combatirla?

La corrupción en Cuba y el mundo, ¿cómo combatirla?
JORGE F. PÉREZ / SERGIO DÍAZ | La Habana | 13 de Diciembre de 2016 -
13:28 CET.

La corrupción es un fenómeno que existe desde el inicio de las
civilizaciones y que se manifiesta en todas las sociedades de una manera
u otra y con mayor o menor intensidad. Ha desempeñado un papel funesto
en la historia cubana y fue una de las causas fundamentales del
descrédito de las instituciones de la Cuba republicana. El régimen
gobernante actual, que ha regido los destinos del país por más de cinco
décadas, no ha escapado de su práctica. Las formas tradicionales de
corrupción evolucionaron como reflejo de las nuevas estructuras
económicas que sustituyeron las del mercado, y del poder absoluto
detentado por una nueva clase política con total dominio sobre los
recursos del Estado.

Hasta se podría decir que nunca en su historia Cuba había sufrido de una
corrupción tan generalizada, aunque la corrupción de alto nivel que hoy
en día beneficia a la jerarquía —en una sociedad supuestamente
fundamentada en principios éticos de equidad— es más solapada y
encubierta por un velo de silencio, producto de un férreo control sobre
los medios de comunicación.

Ocasionalmente se vislumbran destellos de la presencia de la corrupción
por revelaciones de antiguos colaboradores del régimen, quienes ya fuera
del país relatan cosas que desde Cuba no se pueden ver. La prensa
internacional también de vez en cuando nos regala un cuadro fidedigno de
la "dulce vida" que disfrutan los más resaltados líderes y sus
allegados. Un ejemplo reciente, descubierto por la prensa turca —con
fotografías incluidas—, fue acerca de la gira faraónica emprendida a
mediados de 2015 por Antonio Castro, hijo del Máximo Líder, por el mar
Egeo.

Por lo demás, la corrupción de poca monta está tan difundida que casi no
es necesario hacer mención de ella. Tan es así, que por lo general se
acepta como parte del quehacer diario por parte de la mayoría de los
funcionarios públicos, los cuales todavía constituyen la inmensa mayoría
de la fuerza laboral cubana.

A este tipo de corrupción se le conoce por epítetos como "sociolismo" o
"bisneo", una versión tropical de lo que en su momento se le llamaba en
la antigua Unión Soviética blat, o el intercambio bajo la mesa de
favores presuntamente ilegales. Una modalidad parecida en países con
economías de mercado es la corrupción administrativa de menor cuantía
que frecuentemente afecta a los ciudadanos, por ejemplo, cuando llevan a
cabo un trámite gubernamental. En Cuba, como en otros países, la
corrupción también puede servir a otros fines, como lo es achacarle a
alguna persona "en desgracia" la culpa por las dificultades económicas,
o deshacerse de situaciones políticas comprometedoras, como algunos
alegan que ocurrió con el muy resonado juicio del general Arnaldo Ochoa.

En las últimas décadas un sinnúmero de acontecimientos coadyuvó para
generalizar por el mundo entero la lucha contra la corrupción. Entre los
más destacados se cuentan la globalización y el imperativo de minimizar
la competencia económica desleal, el efecto de demostración causado por
el bienestar generalizado asociado con la gobernabilidad democrática y
el apego al imperio de la ley en los países desarrollados, y en más y
más naciones, el surgimiento de una sociedad civil cada día más
empoderada y capacitada para reclamar reformas políticas e
institucionales. El eslabón final fue el término de la Guerra Fría, lo
que dio lugar al espectáculo de una antigua nomenklatura comunista
aprovechándose del caos político y de su acceso a los recursos del
Estado para enriquecerse ilegítimamente.

Como consecuencia, muchos estudiosos y expertos en administración
pública han desarrollado un gran número de políticas e iniciativas para
combatir la corrupción creando sistemas de integridad. El consenso
general es que varios mecanismos entrelazados y que se fortalecen
mutuamente son esenciales para el funcionamiento de tal sistema. En un
Estado democrático, el más fundamental es la separación de poderes
(ejecutivo, legislativo y judicial), que sirve para poner freno a
potenciales abusos por parte de los mandatarios. Este balance debe ser
complementado por un aparato institucional que incluya entes
fiscalizadores independientes, una prensa con plena libertad para
investigar e informar a la ciudadanía, y una ciudadanía que tenga
conciencia y capacidad de exigir de sus líderes políticos y funcionarios
transparencia y rendición de cuentas sobre cómo ejecutan el gasto público.

Tal sistema también requiere de una infraestructura legal que vele por
el cumplimiento de un Estado de derecho no sujeto a la manipulación
política, bajo el cual se castiguen los actos corruptos y en el que
nadie —sin distinción de rango o influencia— sea impune. Por último, es
fundamental la competencia política para prevenir el abuso asociado con
la concentración del poder, así como reglas económicas que favorezcan la
libre competencia, para evitar arreglos amañados, impedir que servidores
públicos corruptos se enriquezcan, y prevenir que una tramitología
complicada dé lugar a solicitudes de sobornos a la ciudadanía.

Estas condiciones no se dan, por definición, en un Estado totalitario
donde un partido único disfruta de poder político absoluto, la crítica
independiente es castigada, la ley no vale el papel donde está escrita,
y las grandes decisiones son tomadas con completa opacidad y no pueden
ser cuestionadas.

La caída del Muro de Berlín y la subsecuente desintegración del bloque
soviético sustanció plenamente lo que ya se sabía: que la corrupción era
una parte intrínseca del sistema socialista y que solamente se podía
solucionar re-creando el marco económico y político. Esto no quiere
decir que la corrupción no sea un mal que aqueja a naciones con otros
sistemas políticos. Pero también se sabe que entre los mecanismos más
efectivos para lidiar con la corrupción están la transparencia, los
contrapesos políticos e institucionales, y la vigilancia ciudadana. Más
recientemente también se han desarrollado una serie de herramientas
técnicas muy útiles, aunque no infalibles, para detectar y prevenir la
corrupción, como son los sistemas contables automatizados y tratados
internacionales que codifican el modo de confrontarla. Pero el arma más
poderosa en su contra es una ciudadanía educada, preocupada por que se
respete el bien común, y dispuesta a exigir que sus mandatarios y
funcionarios públicos desempeñen sus funciones con integridad.

Los lineamientos generales de un sistema de integridad y cómo sus
distintas partes se complementan, por lo general varían de país a país,
dependiendo del sistema de gobierno, tradición legal y otros factores,
pero independientemente de estas diferencias está la necesidad de que
todos sus elementos se complementen.

Su arquitectura debe ser tal que, en conjunto, el todo sea mucho más
poderoso que la suma de sus componentes individuales. Dada su
naturaleza, el sistema debe contar con la capacidad de prevenir,
detectar y castigar la corrupción, y siempre estar vigilante. Los actos
corruptos, por lo general, aunque no siempre, se hacen a espaldas de la
luz pública y se tratan de ocultar. Además, explotan debilidades
sistémicas y siempre están a la busca de nuevas oportunidades. Esto
requiere el estar permanentemente alerta, constantemente refinando
instrumentos de prevención y detección. No en balde se dice que los
mejores antídotos contra la corrupción son la luz pública y la
vigilancia ciudadana.

Source: La corrupción en Cuba y el mundo, ¿cómo combatirla? | Diario de
Cuba - http://www.diariodecuba.com/cuba/1481601889_27375.html

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