jueves, 8 de septiembre de 2016

Democracia y capitalismo en Cuba

Democracia y capitalismo en Cuba
Los fanáticos del neoliberalismo suelen confundir la falta de
regulaciones y controles del mercado con la libertad política

Por décadas el exilio se ha mantenido aferrado al credo de que llevar la
democracia a Cuba pasa por la reinstauración de un sistema político
dominado por el mercado. No es cierto. Capitalismo y democracia no son
sinónimos. Pueden coincidir, pero no necesariamente. Se puede aspirar a
que en la Isla exista un Estado de derecho, el respeto absoluto a los
derechos humanos, la propiedad privada y la libre empresa, sin que ello
implique añorar una vuelta al pasado y apoyar la ilusión de convertir a
La Habana en una copia de Miami.
De hecho, cada vez cobra mayor fuerza la evidencia de que el proceso de
"actualización" que lleva a cabo el Gobierno de Raúl Castro está muy
cerca de una vuelta al capitalismo sin cortapisas ―en sus aspectos más
superficiales y despiadados― y en nada interesado en el menor cambio en
lo que respecta a las libertades ciudadanas.
Los fanáticos del neoliberalismo, que suelen confundir la falta de
regulaciones y controles del mercado con la libertad política, deben
leer The Return of History and the End of Dreams, el libro de Robert
Kagan, uno de los ideólogos neoconservadores de mayor talento en Estados
Unidos.
Kagan hace una buena observación al señalar lo que pasan por alto
quienes creen que con solo las bendiciones combinadas del comercio,
capitalismo y propiedad creciente se llega inexorablemente a una
democracia liberal.
Lo que se subestima es el atractivo internacional de la autocracia. La
Unión Soviética, después del impulso inicial que recibió la
industrialización, fue un modelo de fracaso económico hasta su fin. Con
Vladimir Putin el crecimiento y la diversificación económica aún dejan
mucho que desear —el país se sustenta en dos industrias, ambas muy
lucrativas, el petróleo y la fabricación de armamentos—, pero Rusia ha
vuelto a ser una nación con aspiraciones imperiales y una superpotencia
con la cual hay que contar y que se teme.
La China actual no es un peligro bélico inminente, pero hasta cuándo.
Como dice Kagan, "gracias a décadas de destacado crecimiento económico,
los chinos pueden argumentar hoy que su modelo de desarrollo económico,
que combina una economía cada vez más abierta con un sistema político
cerrado, puede resultar exitoso para el desarrollo de muchas naciones".
Un sistema similar al chino o al vietnamita, con las variantes
tropicales al uso, es lo que debe estar en la mente en más de un
tecnócrata o funcionario cubano. No es siquiera que el ideal de Raúl
Castro sea la puesta en práctica de ese modelo. Si algo se desprende de
la realidad cubana actual, las declaraciones del jefe de Estado y los
avances y retrocesos que han traído lo que la prensa extranjera llama
"reformas", y la oficial de la Isla denomina "actualización", es la
existencia de un conjunto de medidas de supervivencia para navegar en el
caos, sin que se produzca un estallido social.
Hasta ahora ―hay que señalarlo― lo han logrado como si fueran los dueños
absoluto del tiempo. No hay mérito en ello si se recuerda otro ejemplo
—Corea del Norte—, donde un absolutismo cuasi monárquico, o monárquico
en cuanto a la transmisión familiar del poder, mantiene firme las
riendas del poder. Sin embargo, la casta militar cubana ha dado muestras
de desempeñar con efectividad un rol productivo y no limitarse al
poderío parásito de la mayoría de los militares norcoreanos.
Aquí vendría entonces la pregunta: ¿hasta dónde está el exilio de Miami
preparado para lidiar con ese grupo de funcionarios y militares que
están establecidos como los herederos del poder en Cuba?
Ante todo hay que señalar algunas verdades dolorosas. Más allá de los
méritos cívicos y el valor de sus integrantes, el movimiento disidente
es un buen indicador del control absoluto del Gobierno sobre la
ciudadanía del país.
Hasta el momento, la disidencia ha demostrado su incapacidad como vía
alternativa para el cambio de régimen, en tanto que ha sido limitada al
rol de instrumento de denuncia; papel al que la han obligado tanto sus
represores como sus patrocinadores, y que por otra parte los
protagonistas han desempeñado con agrado.
Tampoco llegan lejos ―nunca lo han logrado― quienes desde el exilio
llevan a cabo una labor de cabildeo, dentro del Gobierno estadounidense
y en el Congreso en Washington, para conseguir que se asuma una actitud
realmente agresiva frente al régimen de La Habana, con el objetivo de
transformar la situación actual.
A estas alturas debe quedar claro que las reglas del vínculo económico,
entre el exilio y los residentes en la Isla, las determina la Plaza de
la Revolución. Hasta el momento, el régimen de La Habana mantiene el
monopolio de explotación de esta relación económica —más que simbiótica,
parasitaria— y no hay indicación alguna de que esta situación pueda
cambiar sino todo lo contrario: cada vez el Gobierno cubano esquilmará
más económicamente al exilio, a partir de explotar los vínculos
familiares y aprovecharse de la inercia de la población de la Isla.
A todo lo anterior se añade que la visión de que Cuba está gobernada por
una gerontocracia es incompleta, y que quien piense que los mandos del
régimen se limitan a un puñado de ancianos, y que todo se reduce a un
problema de edad, lo más probable es que muera en la espera de una
solución biológica.
Si, salvo que se produzca un estallido social incontrolable, el destino
cubano más probable es un cambio generacional, lo que se ampliará es la
vía capitalista, pero al mismo tiempo se mantendrán reducidas o
controladas las libertades públicas. En ese caso, y una vez más, la
ecuación capitalismo y democracia saltará en pedazos.

Source: Democracia y capitalismo en Cuba - Noticias - Cuba - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/democracia-y-capitalismo-en-cuba-326552

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