lunes, 1 de diciembre de 2008

Pobres nuevos ricos

Sociedad
Pobres nuevos ricos

Los infelices de brillo y baratijas no poseen el nivel de vida de
quienes se hacen pasar por austeros desde un chalet en El Laguito.

José Hugo Fernández, La Habana | 25/11/2008

Como todo en Cuba flota bajo la apariencia de lo que no es, ahora nos
vienen con la historia de que nuestros nuevos ricos no son los que
creíamos, sino sus víctimas, esos pobretones que llevan medallas de la
Caridad del Cobre colgadas al cuello y corazoncitos luminosos
incrustados en los dientes.

Sólo la falta de sentido común, amparada por la inexistencia del derecho
a réplica, puede dar vía a conclusiones tan superficiales como las
expuestas en un reportaje que recientemente publicara el diario Juventud
Rebelde sobre el tema.

Que un sociólogo supedite el fenómeno del enriquecimiento ilícito a
nuestra crisis económica de los años noventa, pasándole por encima a
varias décadas de nepotismo y de malversación consentida, y de abuso de
poder y de acaparamiento de privilegios en forma no menos impune que la
utilizada por los bárbaros conquistadores de la antigüedad, denota por
lo menos incompetencia profesional.

En un país sin servicio de internet para el público común, sin la menor
oportunidad para que la gente elija el tipo de noticia a la que le
interesa acceder, y con las fronteras cerradas con siete llaves para
quienes desean viajar al exterior, resulta cuando menos ridículo que un
psicólogo esté apuntando a priori hacia la globalización como conducto
de las malas influencias que recibe el pueblo y —lo que es peor— como
propiciadora de los tales nuevos ricos.

En las valoraciones de estos y otros representantes de la nomenclatura
intelectual al servicio del régimen se apoya justamente el reportaje de
marras, cuya conclusión, digamos que ingenua, es que nuestros ricos de
hoy no son los que son, sino los que sueñan con serlo, no obstante
prescindir no sólo de las riquezas de los ricos reales, también de sus
astucias y hasta de su buen tino.

Ninguno entre esos infelices que aquí se disfrazan con brillo y
baratijas posee un chalet en El Laguito, o en repartos residenciales
exclusivos como Siboney o Atabey. Ninguno cuenta con yate particular y
mucho menos con permiso de libre navegación. Ninguno rueda automóviles
modernos de marcas clásicas. Ni en sueños uno solo de ellos podría
enviar a sus hijos a pasar las vacaciones en Europa. A ninguno le es
posible situar al alcance de su familia las últimas producciones de la
industria farmacéutica del mundo desarrollado o los especialistas del
más alto nivel como médicos de cabecera. Es que ni siquiera tienen a su
alcance un servicio de coronas fúnebres con flores de lujo.

Pobres diablos

Sin embargo, no hay que ser sociólogo ni psicólogo ni académico ni
periodista para saber que no son pocos los ricos reales que en la Isla
disponen de tales privilegios, los que no podrían justificar con sus
salarios formales, por más que nadie se muestre interesado en exigirles
que lo hagan.

Tampoco se precisa estar medianamente informado para saber quiénes son
aquí esos ricos reales y cuál es el sostén de su poder arrollador. Basta
con tener ojos en la cara. Al igual que alcanza con un mínimo de buena
memoria para constatar que la crisis económica de los noventa, y
muchísimo menos los efectos de la globalización, nada tienen que ver con
el acotejo de sus riquezas.

A esos pobres diablos que "adoran las cadenas, los anillos y los dientes
de oro", y que por tal simpleza se han ganado el apelativo de nuevos
ricos, lo único que les sobra en realidad es la obsolescencia en las
aspiraciones y en los gustos. Son otra prueba, una más, de la estrechez
de horizontes que padece gran parte de nuestra juventud, malformada por
un sistema que apuesta por el aislamiento de los seres humanos como vía
para implementar su dominación.

Algunos son meros marginales o inventores de la calle. Otros son
empleados menores del gobierno que se dedican a robar lo que pueden en
sus puestos. Y otros ni siquiera viven al margen, son jóvenes del montón
que han preferido brillar mediante sus atuendos antes que por otras
particularidades más esenciales.

A fin de cuentas el hábito no hace al monje. Y lo prueba
contundentemente el hecho de que aquí los ricos reales no usan cadenas.
Ello no impide que también intenten vivir de la apariencia, pero en
sentido contrario, haciéndose pasar por pobres y austeros. Pero no hay
que ser sabio para saber que su opulencia es mucho más consistente y
está más a la vista que el oro de esos pobres nuevos ricos.

http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/pobres-nuevos-ricos-134568

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