Economía
Cooperativismo contra libertad económica
Roberto Álvarez Quiñones
Los Angeles 12-07-2012 - 10:17 am.
El modelo ha fracasado en todas las épocas y países, pero permite seguir
con el freno estatal a la economía.
El anuncio el 9 de julio pasado en La Habana de que el gobierno de Raúl
Castro estudia la creación de cooperativas de trabajadores en los
servicios de transporte, gastronomía y otros, forma parte de una
estrategia del régimen para impedir que la economía cubana cuente con un
pujante sector privado independiente.
Días después de darse a conocer un alza enorme en los impuestos para los
productos y artículos que llevan a la isla quienes viajan a visitar a
sus familiares —que hará disminuir el suministro de materiales y
artículos necesarios para el funcionamiento de las "paladares" y otros
oficios por cuenta propia—, el presidente de la Sociedad de
Cooperativismo de Cuba, Alberto Rivera, reveló otro obstáculo socialista
para el resurgir de la propiedad privada individual y que, a la vez, le
garantizará al Gobierno mantener el enfermizo control de "vida y
hacienda" en toda la sociedad.
De manera que no importa cuántos viajes hagan a Pekín y Vietnam el
dictador u otros miembros de la nomenklatura, mientras los Castro estén
a cargo del país, en Cuba no habrá reformas reales y mucho menos la
posibilidad de que brote una consigna parecida a aquella de
"enriquecerse es glorioso", lanzada por Deng Xiaoping, que fue el fondo
musical de las reformas capitalistas que sacudieron a China de su atraso
milenario.
El cooperativismo es tan antiguo como la civilización misma. Existía ya
en Babilonia y había cooperativas de servicios funerarios y de seguros
en la Grecia clásica y en Roma. Platón en su obra La República idealizó
las cooperativas y la propiedad colectiva para imaginar la sociedad
perfecta. Pero en el caso de la Cuba actual no hay que buscar tan atrás
la fundamentación de las cooperativas, pues emana de Friedrich Engels,
Vladimir Lenin, y de la experiencia de la Yugoslavia comunista del
mariscal Josip Broz Tito, su presidente vitalicio.
La propiedad comunal o estatal (su estadio superior) y el cooperativismo
han sido la espina dorsal de todas las utopías y proyectos de sociedades
ideales que se le han ocurrido a los soñadores sociales a lo largo de la
historia humana. Pero, o no han podido ponerse en práctica por
irrealizables, o ya llevados a la realidad han fracasado todos, debido a
que si bien tales experimentos humanísticamente suenan muy bonito (y lo
son), en el plano económico no funcionan y ahí termina todo. O sea,
lejos de impulsar el desarrollo económico y el bienestar de la gente, lo
frenan.
No es difícil comprender que si en un grupo humano los más talentosos,
productivos y esforzados en el trabajo tienen que sostener con el fruto
de sus innovaciones, su abnegación y su trabajo "fuera de serie" a los
menos capaces y los que no se esfuerzan mucho, simplemente no hay
incentivo para seguir poniendo ese "extra" ingenioso y eficiente. Y ese
"extra" fue el que edificó el mundo moderno que hoy conocemos, y que no
existiría de haber tenido éxito la República platónica.
Por eso hace ya 2.600 años Aristóteles rechazó la propiedad comunal
(léase comunista) propuesta por su maestro Platón, y afirmó que la
propiedad privada era superior porque la "diversidad de la humanidad es
más productiva" y porque "los bienes cuando son comunes reciben menor
cuidado que cuando son propios".
Antes que Aristóteles, el también filósofo griego Demócrito había
ensalzado las ventajas de la propiedad privada, pues "permite el
desarrollo y facilita el progreso". Y en el siglo XIII, en plena Edad
Media, el filósofo y clérigo Tomás de Aquino advirtió que sin propiedad
privada no hay economía, y escribió: "el individuo propietario es más
responsable y administra mejor".
Pero volviendo a las fuentes nutricias del cooperativismo futuro en
Cuba, debemos recordar que a la muerte de Karl Marx fue Engels quien lo
sustituyó como líder mundial de los comunistas, y en 1894 escribió
grandes elogios a las cooperativas agrícolas, a las que consideraba
vitales para la "gran cooperativa nacional de producción" comunista.
Lenin, en 1923, pocos meses antes de morir, publicó en el diario Pravda
un artículo titulado "Sobre la cooperación", en el que sentenció (con
fuerza de dogma) que "siendo la clase obrera ya dueña del poder… en
realidad solo nos queda la tarea de organizar a la población en
cooperativas. Consiguiendo la máxima organización de los trabajadores en
cooperativas, llega por sí mismo a su objetivo el socialismo".
Bastante antes, socialistas utópicos enemigos de la propiedad privada y
del capitalismo propusieron sociedades paradisíacas basadas en el
cooperativismo. El inglés Robert Owen (1771-1858), desarrolló incluso un
nuevo modelo de producción de hilados en New Lanark, con 2.500 obreros
cooperativistas que vivían en una colonia comunitaria de corte celestial.
Sus contemporáneos franceses Charles Fourier y Leonard Sismondi hicieron
algo parecido, al igual que el también socialista y anticapitalista
francés (pese a que tenía "sangre azul" ) Henri de Rouvroy, más conocido
como el conde de Saint Simon. Y antes que ellos, en el siglo XVI, los
ingleses Thomas Moro con su Utopía, o Francis Bacon con La Nueva
Atlántida, ya habían sentado cátedra en cuanto a imaginarse sociedades
idílicas basadas en el cooperativismo.
Fracaso yugoslavo
En el siglo XX, quien fue más lejos en materia de cooperativas
socialistas de producción fue Yugoslavia tras la Segunda Guerra Mundial,
con su "socialismo autogestionario". Las empresas eran propiedad del
Estado, pero confiadas a los trabajadores para que las gestionaran y
obtuviesen una buena parte de las ganancias. Recuerdo que dicho modelo
era rechazado por Fidel Castro, y que el Che Guevara lo calificaba de
"traición al socialismo".
La autogestión cooperativa en las empresas yugoslavas descansaba en la
asamblea y el consejo obrero, el comité de gestión y el director. Pero,
ojo, había un comité estatal comunista que intervenía en todas las áreas
de la economía, nombraba a los directores de las empresas —controlados
por el gobierno—, supervisaba el balance anual de cada empresa, el plan
de inversiones, los productos a fabricar, etc.
El resultado fue que Yugoslavia nunca pasó de ser una economía
emergente, muy a la zaga de las naciones capitalistas de Europa, que a
partir de la postguerra dieron un salto espectacular en su desarrollo
social, económico y tecnológico.
No hay que derrochar mucha imaginación para vislumbrar al Partido
Comunista de Cuba y al gobierno manejando a su antojo las cooperativas
de servicios —que no de producción todavía— que serán formadas en Cuba,
como lo hacen con las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) de
los campesinos y con las cooperativas llamadas Unidades Básicas de
Producción Agropecuaria (UBPC), irrentables, y que constituyen un fiasco
productivo asombroso.
Y es que los hermanos Castro se resisten al clamor popular, e incluso a
los elementos más pragmáticos de la cúpula de poder, de que solo con
productores privados, (aunque férreamente controlados por el Estado para
que no "cojan mucha ala"), es que se podrá aliviar al menos la crisis
desastrosa que sufre la economía cubana.
Esa alergia patológica a la libertad económica individual, para poder
seguir explotando a los cubanos, explica esta absurda decisión de copiar
a Yugoslavia 22 años después del colapso de su cooperativismo comunista.
http://www.diariodecuba.com/cuba/11979-cooperativismo-contra-libertad-economica
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