Louis Vuitton en un chinchal de La Habana
Casas, salones, pasillos, cuartos, garajes; con algo de imaginación
cualquier espacio es transformado en un gran centro comercial.
Juan Juan Almeida
julio 01, 2013
Hace ya tanto tiempo, que apenas recuerdo, cuando fué que escuché por
primera vez la frase "División Social del Trabajo" como concepto. Ese
que describe el surgimiento y la separación de los distintos tipos de
trabajo en una misma sociedad.
Un fenómeno que – según los ilustrados - contribuyó a elevar la
productividad, crear la propiedad privada y la sociedad de clases. Amos
y esclavos, señores y siervos, patrones y asalariados.
Todo esto sucedió de forma natural. Las tareas, originalmente,
comenzaron dividiéndose por sexo o por grupos de edades. Después surgió
la distancia entre agricultores y ganaderos; y más tarde la de aquellos
que, sin producir insumos básicos, se dedicaron a construir cosas
necesarias, herramientas indispensables y servicios utiles. Luego, para
cerrar ese gran ciclo mercantil capaz de enlazar productores y
consumidores, aparecieron los comercientes y/o los mercaderes.
Con el paso de los años, esa misma división separó la economía en
sectores (industria, construcción, agricultura, transporte,….) y en
ramas de la producción como la industria ligera, la construcción de
maquinaria, la metalurgia, la horticultura, etc.
Parecería mentira; pero en la Cuba de hoy, la división del trabajo ha
estado, poco a poco, respondiendo a esa misma secuencia que tanto se
repite en la historia. Elección, herencia, necesidad, casualidad,
permisibilidad, circunstanciabilidad y moda.
Imposible olvidar que durante un largo período de tiempo, todo el que
tenía un auto, donde me incluyo, soñabamos con trasvestirnos en
taxistas. Doctores, ingenieros, artistas, abogados, sepultureros,
dirigentes, militares, policias o ambulancieros. Todos, porque llegar a
un lugar y decir "Soy taxista particular" era similar a gritar "Llegó
Napoleón, o Josefina Bonaparte".
Por supuesto, las cosas han cambiado y hoy, al menos en la illusión, el
nuevo furor del cubano es comprar mercadería barata, poner una tienda y
entrar al casi aristocrático giro de la venduta nacional.
Casas, salones, pasillos, cuartos, garajes; con algo de imaginación
cualquier espacio es transformado en un gran centro comercial.
Centro Habana, por ejemplo, es ahora lo más parecido al Gran Bazar de
Estambul; demasiada mercancía para poco comprador.
En la otrora calle Monte no queda pedazo de portal deshabitado, en todos
hay un mostrador (al que llaman showroom) donde se puede comprar ropa
barata (o de marca falsificada), pasta dental, tubería usada, café con
leche, o talco industrial.
Por lo general, estos locales se abastecen por el cuasi noble actuar de
varios batallones de niños que se dedican a robar; de empleados
estatales que por no desentonar le entraron gustosos al arte del hurto
oficial; delincuentes que asaltan turistas; extranjeros que viajan a
Cuba en plan de abaratar sus costos; cientos o miles de cubanos que hoy
integran la nueva legión española; y, no pueden faltar, otros cientos de
exiliados que por política (comercial) decidieron emigrar y hoy
recuerdan la canción "A la escuela hay que llegar puntual"
Pero claro, cada regla tiene su excepción; también hay señores
empresarios que sutiles, como la tentación, y suave como el danzón,
hacen diana en La Habana. A un costado de la esquina donde convergen las
conocidas avenidas 41 y 42, en el municipio Playa, hay más que tienda,
salvando las enormes diferencias, que un tiendón surtido de Sarriá-Sant
Gervasi, el barrio o distrito más chic de Barcelona.
Este singular chinchal que a ojos vista parece algo cutre, esconde a
Roberto Cavalli, Jimmy Shoo, Michael Kors, Louis Vuitton; y todas las
marcas famosas que, como sinónimo de gusto exquisito y estudiada
distinción, ocupan altas posiciones en el hit parade del Prêt-à-porter
nacional.
Nada, que para encontrar la verdad, hay que aumentar la creatividad.
Source: "Louis Vuitton en un chinchal de La Habana" -
http://www.martinoticias.com/content/article/23976.html
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