lunes, 2 de septiembre de 2013

La lección familiar de la economía

La lección familiar de la economía

[01-09-2013]

Carlos Alberto Montaner

Escritor, periodista y político



(www.miscelaneasdecuba.net).- ¿Qué tiempo demorará Raúl Castro en

descubrir que por el camino emprendido no aumentará la productividad de

los cubanos, ni generará más riquezas, ni conseguirá aliviar la

catástrofe dejada por su hermano? ¿Dos años? ¿Cinco? ¿Qué dirá para

tratar de explicar su fracaso? El embargo ya no es una buena excusa.

Nadie la cree. Acaso puede serle útil la cínica observación de Ramiro

Valdés, cuando dijo que los cubanos padecen el "síndrome del pichón" y

esperan que el papá estado les ponga los alimentos en la boca. (Decir

eso tras más de medio siglo de experimento comunista es un hiriente

sarcasmo).

Ya se sabe, porque el mismo Fidel lo ha comentado siempre entre sus

allegados, que Raúl no es una persona muy leída, aunque es un

administrador organizado. En todo caso, para entender lo que había que

hacer en Cuba, Raúl no tenía que examinar las obras de los grandes

economistas, sino mirar cuidadosamente el ejemplo de su padre Angel

Castro, quien llegó a Cuba como un pobre campesino gallego

semianalfabeto, conscripto en el ejército español, repatriado a España

tras la derrota del 98.



D. Angel regresó a Cuba a principios de la República, y con su esfuerzo,

astucia e intenso trabajo se convirtió en millonario en aquel bronco

país destruido por los horrores de la guerra.



Primero, ¿por qué volvió a Cuba? Porque se dio cuenta de que era una

tierra de oportunidades. Había muchas más de las que encontraba en España.



Segundo, ¿cuál era la principal característica de su personalidad? Tenía

el fuego y la imaginación del emprendedor. Veía una oportunidad y la

exploraba.



Como tantos empresarios natos, no tenía capital, ni conocía una palabra

de gerencia o de finanzas, pero sabía hacer negocios intuitivamente. Se

movía en una dirección, o en otra, porque el capitalismo es tanteo y

error, hasta que hallaba una actividad rentable y la explotaba.



Tercero, nadie le decía lo que tenía que hacer. Nadie le limitaba su

esfuerzo ni le ponía trabas. Así, poco a poco, fue desarrollando

actividades empresariales relacionadas con la agricultura y el comercio.



Cuando murió en 1956 dejó una fortuna de seis millones de dólares, que

hoy serían unos ochenta, varias empresas organizadas y decenas de

empleados que devengaban un salario en una de las zonas más pobres y

alejadas de Cuba. Angel Castro había prosperado al ritmo vertiginoso con

que lo había hecho el país que lo acogió y con su esfuerzo había

beneficiado al conjunto de la sociedad.



Mientras Angel Castro trabajaba sin descanso, educó a sus hijos en

buenas escuelas de La Habana, menos a Ramón, que le interesaba más el

trabajo en la finca, y al propio Raúl, que no tenía madera de buen

estudiante y vivía encandilado por su hermano Fidel, quien lo arrastró a

las más delirantes y destructivas aventuras.



Su hermana Juanita, en cambio, sacó la veta empresarial del padre, o

aprendió de su ejemplo, y siendo una niña ya había creado un cine

comercial en los predios familiares, naturaleza psicológica que acaso

explica por qué en el exilio desarrolló con éxito una pequeña actividad

farmacéutica que le proporcionó una vida digna de clase media alta.

Cuando se jubiló y la vendió, se convirtió en una persona rica, con una

vejez asegurada y sin dificultades económicas.



Raúl debió haber aprendido que la prosperidad individual y colectiva se

crea con la libertad, no con las reglas impuestas por los burócratas, y

que el crecimiento de la sociedad es el producto del orden espontáneo

que van generando con sus decisiones las personas que tienen el ímpetu

empresarial y las urgencias de destacar y ganar dinero.



Es decir, exactamente lo contrario de lo que él está haciendo. Raúl

pudiera haber revisado el Índice de Desarrollo Humano que publica

Naciones Unidas todos los años, y habría encontrado que así conducen sus

actividades los 25 países más prósperos y felices del planeta, pero si

ese esfuerzo intelectual le parecía excesivo, es triste que ni siquiera

haya sido capaz de aprender del ejemplo de su padre. Ahí estaba

encapsulada toda una lección de economía.



Source: "La lección familiar de la economía - Misceláneas de Cuba" -

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/5223812a3a682e0910e0b0d5

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