El embargo a Cuba es una partida de póker que EEUU perdió
Cada gran estratega político estadounidense sabe que el embargo es
contraproducente desde una lógica de gran estrategia exterior, afirma el
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Arturo López-Levy, Denver | 20/08/2015 11:33 am
Los adversarios del actual acercamiento entre Cuba y Estados Unidos
están teniendo un verano difícil. Las ceremonias de izamiento de bandera
en Washington y La Habana tienen a algunos senadores rabiosamente
enfurecidos.
Para el senador Marco Rubio, la cuestión es sencilla: la apertura de la
embajada en La Habana es apaciguamiento de la peor clase, recompensa el
mal comportamiento cubano, y alienta una actitud agresiva contra Estados
Unidos. En lugar de enfrentar una condena hemisférica contra el embargo
en la VII Cumbre de las Américas en abril, el presidente Barack Obama
prefirió ingenuamente apaciguar a Raúl Castro.
Esas opiniones exageran, pero tienen alguna conexión con la realidad.
Para algunos en la dirección cubana, el "anti-imperialismo", que se
manifiesta en su peor momento como "antiamericanismo", es fundamental a
su identidad. Hay revolucionarios radicales en La Habana que sueñan con
una Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe como plataforma
de una revolución hemisférica, derrotando la supremacía estadounidense.
Pero esos radicales —estilo Juana de Arco— escuchando voces de batalla
en batalla, son cada día menos en La Habana de hoy. Allí, un nuevo
restaurante privado abre todos los días con la esperanza de una
avalancha de turistas. Los líderes "históricos" de la generación que
luchó en la revolución, no eran demócratas mal interpretados. Rebelados
contra un dictador apoyado por el gobierno de Eisenhower, no aspiraban a
ser aliados de Estados Unidos. Querían convertir a los Andes en "la
Sierra Maestra de América Latina". Pero todo esto ya es historia. Los
"históricos" están dejando la política cubana. Tienen más de ochenta años.
El presidente Obama y el secretario de Estado John Kerry han pensado una
política hacia una nación, no hacia dos octogenarios —sin importar su
jerarquía. El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba desata presiones
endógenas para la deliberación pública, con más transparencia y
oportunidades para aquellos que piensan diferente.
Raúl Castro ya ha cambiado las prioridades —y el lenguaje— de arenga
revolucionaria al desarrollo económico. Para modernizar su economía,
Cuba necesita un entorno propicio a la inversión; lo que significa
reformar su política nacional e internacional. El papel de Estados
Unidos en este contexto es esencial, ya que es el mercado más cercano y
más grande de turistas, remesas, inversión y tecnología.
Hay un pluralismo creciente no solo en la sociedad civil, sino también
dentro de las élites cubanas. Para los nietos de aquellos que lucharon
en la Sierra Maestra o Bahía de Cochinos, la revolución no es el
comunismo, sino los negocios. Los verdaderos izquierdistas en Cuba están
más preocupados por la corrupción, el autoritarismo, la falta de
transparencia y las ineficiencias en casa que en derrotar al capitalismo
extranjero, que paga mejores salarios que el estado socialista. Por lo
tanto, un final súbito del embargo expondría a la sociedad cubana y sus
élites a una influencia directa de Estados Unidos a través de los
intercambios comerciales, académicos, educativos, culturales, y ojala
pronto el turismo.
Hay formas respetuosas por las cuales Estados Unidos puede reconocer la
soberanía de Cuba, mientras que Cuba muestra deferencia a la jerarquía
estadounidense como gran poder. Aquí Estados Unidos debe hilar fino.
Ninguna cantidad de turistas estadounidenses borrará la memoria de la
humillante injerencia de Washington en los asuntos cubanos. Los
nacionalistas cubanos tienen razones para ser celosos defensores de su
soberanía. Hay una larga lista de agravios históricos; desde la
imposición del contrato de arrendamiento de Guantánamo y la Enmienda
Platt en 1903 a la Ley Helms-Burton en 1996.
Pero un nacionalismo cubano centrado en el desarrollo económico es
compatible con el actual orden mundial liderado por Estados Unidos. Una
Cuba orientada al mercado abre dinámicas democratizadoras graduales, sin
poner en riesgo la estabilidad y el crecimiento en la cuenca del Caribe,
ni ser amenaza alguna a Estados Unidos. Solo en Miami, el legislador
Mario Díaz-Balart rechaza estos argumentos con analogías entre la Cuba
de Castro y la Alemania de Hitler. Por supuesto, esto es un delirio. El
sistema político comunista ha limitado el desarrollo económico del
pueblo cubano y reprimido libertades políticas, pero no hay evidencia de
que tenga impulsos genocidas.
¿Dónde cabe entonces la denuncia a la política de Obama de compromiso —o
como los críticos la llaman "apaciguamiento"? Son simples berrinches
ideológicos de los que fuera de la fiesta se han de quedar.
Irónicamente, fue Winston Churchill, el principal oponente de apaciguar
a Hitler, quien escribió en 1950: "Apaciguar a los débiles. Desafiar a
los fuertes". Según esa definición de Churchill, el apaciguamiento no
sería una mala política de Estados Unidos hacia Cuba hoy. Sin embargo,
el razonamiento detrás de esa palabra —como el de las sanciones contra
Cuba— se perdió hace tiempo.
El pueblo cubano tiene fuertes convicciones nacionalistas pero un país
de once millones de personas que representa el 0,12 % de la economía
mundial no puede ser amenaza para una superpotencia. Lo que los
nacionalistas cubanos han logrado es un empate asimétrico. A pesar de la
disparidad de poder, Estados Unidos no puede imponer una salida imperial
a su conflicto con el gobierno cubano. De allí a pensar que Cuba derrotó
al orden hegemónico de democracia representativa y economía de mercado
va un buen trecho.
El día que levante el embargo, Estados Unidos cerrará una partida de
póker que ya tiene perdida, pero empezará otra con mejor mano. Sin
condiciones de acoso externo, la descentralización de las decisiones, la
transparencia en el ejercicio del gobierno y la expansión de las
libertades ciudadanas serán metas nacionalistas. Para desarrollarse,
Cuba tendrá que democratizarse.
Cada gran estratega político estadounidense sabe que el embargo es
contraproducente desde una lógica de gran estrategia exterior. Cada
funcionario cubano razonable también sabe que el precio pagado en
desarrollo y libertades por el conflicto con Estados Unidos ha sido
tremendamente alto. Es por ello que Cuba está inmersa en procesos de
liberalización económica y política. Es por esto que ahora es el momento
óptimo para que Estados Unidos termine el embargo contra Cuba.
Este artículo apareció en CNN. Se reproduce con la autorización del autor.
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