El bayú de las pesas
PABLO PASCUAL MÉNDEZ PIÑA | La Habana | 20 Feb 2016 - 8:40 am.
Ni exageraciones ni dramaturgias. Diariamente, las víctimas del robo en
las pesas narran sus novelas: "Compré un pernil, pero los muy cabrones
intentaron robarme ocho libras"… "Ayer me tumbaron media libra de queso
en el ten-cent del Vedado"… "Me jodieron una libra de malanga"… "¡Me
cago en su madre!, ahora tengo que volver a la carnicería por diez onzas
de pollo".
Mostrador por medio, vendedor y consumidor se miden como enemigos. Los
tiempos en que la honestidad era un jugoso negocio son hace mucho
historia antigua. Aquellas inmaculadas experiencias de comerciantes
chinos y gallegos que antaño administraban la totalidad del mercado
minorista en la Isla, son declamadas con nostalgia en las tertulias
callejeras, que desempolvan el "infierno capitalista" o la antesala de
la ofensiva revolucionaria de 1968.
Ante el malestar de la población, los diputados a la Asamblea Nacional
"demandaron eliminar el descontrol en el sistema de pesaje del país",
mientras las comisiones que discutieron el embrollo en el pasado VI
periodo de sesiones dictaminaron que, tras una verificación hecha en
mercados y expendios estatales, se detectó que un 25% de las pesas están
rotas y un 40% sin certificar, concluyendo que, por cada 10 pesas, solo
tres pueden computar valores exactos.
Mary Blanca Ortega Barredo, titular de Comercio Interior (MINCIN), dijo
que en el pasado año 2013 se comprobó que en el ministerio existen
40.000 pesas obsoletas. Por ello, en el año 2015 se adquirieron cerca de
5.000 balanzas para la venta de alimentos y otros productos.
La inversión para cambiar las pesas viejas por nuevas básculas digitales
de hasta 15 kilogramos (con error de ±1 gramo) ascendería a cinco
millones de euros. En cambio, producirlas en el país reduciría los
costes hasta un 75%.
Cubrir la demanda nacional de pesas digitales depende de la capacidad de
ensamblaje de la Empresa de Fabricación y Reparación de Medios de Pesar
(PEXAC). Un trabajo del periodista Lázaro Manuel Alonso, emitido este
mes por la tele-revista matutina Buenos Días, reveló a la teleaudiencia
un chinchal equipado con tecnología de los tiempos de la Segunda Guerra
Mundial.
En el propio reportaje, Eduardo Pérez, subdirector del Instituto
Nacional de Investigaciones en Metrología (INIMET), explicó que las
pesas de ponderales (contrapesos) son más fáciles de adulterar, puesto
que han descubierto que algunos pillos incrustan plomo a los
contrapesos, a lo que se suma un desfavorable acceso visual a sus
escalas. Sin embargo, las balanzas digitales muestran al consumidor el
peso exacto de la compra mediante una pantalla lumínica, además de estar
dotadas de memorias y programas para exponer el precio de la mercancía.
El doble casco de la historia es que el propio Estado facilita las
llaves a los ladrones, a causa de la diversidad de unidades de medidas
empleadas en las ventas. Por ejemplo: En el ten-cent del Vedado las
pesas digitales muestran escalas en kilogramos, mientras los precios de
las ofertas recurren a la libra como unidad de medida, aunque no se sabe
si la citada libra es española (460 gramos) o americana (454 gramos).
Por igual, la asignación de 11 onzas de carne de pollo per cápita (316
gramos) en la canasta básica le facilita "el tumbe" a los carniceros,
puesto que para saber el peso total de una cuota familiar se requiere
formular un artificio matemático que muchos ignoran.
Según un cálculo conservador, si hipotéticamente le robaran a cada
consumidor —de los 11 millones que tiene el país— una onza de pollo (28
gramos), el monto de aproximadamente 315.000 toneladas métricas iría a
parar a bolsillos inescrupulosos mediante la venta ilícita.
Lo que sí nos demostraron nuestros conspicuos diputados es que son
especialistas en botar el sofá. Las responsabilidades por los bajos
salarios y el débil poder adquisitivo de los empleados que "para suplir
sus ingresos" estafan a la población manipulando las balanzas, pasó
inadvertidamente por sus debates. A todas luces, este resulta el
inconveniente más preocupante de todo este arroz con mango.
Donde resulta obligatorio todo lo que no está prohibido
El 30 de diciembre de 1982, Fidel Castro firmó el Decreto Ley Nº 62,
referente a la implantación del sistema internacional de unidades,
conocido por las siglas (SI), que establecía que las unidades oficiales
de medida son, para la Longitud: Metro; Masa: Kilogramo; Tiempo:
Segundo; Intensidad de corriente eléctrica: Ampere; Temperatura
termodinámica: Kelvin; Cantidad de sustancia: Mole, e Intensidad
luminosa: Candela, entre otros patrones.
El Artículo 7 del Capítulo II, sobre el uso de las unidades de medidas,
establece: "Las unidades de medida del SI, por ser de uso obligatorio en
todo el territorio nacional, se aplicarán en todas las actividades de la
economía nacional".
A 33 años de ponerse en vigor la DL-62, resulta inexplicable que el
MINCIN, un organismo de la Administración Central del Estado, incumpla
con lo estipulado. Sobreentendiéndose que si el propio Gobierno burla
sus leyes, ¿qué fuerza moral tiene para exigir cumplimiento a los que
las violan?
La anarquía en el comercio ha traído por consecuencia que, tanto en los
sectores cuentapropista como el estatal, se improvisen unidades de
medidas con vasijas o depósitos de diferentes volúmenes. Entre los
ejemplos más significativos aparecen el vaso plástico desechable, la
lata de leche condensada, la bolsa de plástico y el jarro, para medir
los granos y otros productos agrícolas. Mientras, en los expendios
estatales de materiales de construcción (rastros), los áridos y el
cemento a granel son medidos por paladas, cubos, sacos, vagones u otros
artefactos.
Acorde al criterio de los especialistas, vender los productos pre
envasados, según la práctica internacional, avizora una solución al
dilema del pesaje. Aunque este sistema —aplicado en las tiendas en
divisas— también es susceptible a las adulteraciones en los propios
centros de pre-empaque. La trampa más recurrente es la adición de hielo
a la bolsa de pollo para aumentarle el peso.
La famosa "pesa de comprobación" instalada en algunos centros
comerciales, es la encargada de "defender" al cliente; "pero comprueban
el peso de mala gana", afirma Georgina, un ama de casa de 54 años.
Cuenta que recientemente fue al ten-cent del Vedado: "Compré tres libras
de queso fundido y al tomar la bolsa sospeché que me faltaba peso, por
lo que me trasladé a la pesa de comprobación, donde tuve que esperar
cerca de media hora a la administradora. Al verificar, comprobó el
faltante de media libra. Después fue donde el dependiente y le dijo:
'échale media libra', y se volvió para regresar a la oficina sin pedirme
disculpas por el supuesto error".
Antonio, un profesor jubilado de 72 años, quien carga con un dinamómetro
(pesa de gancho) en el bolsillo para evitar la estafa en las pesas, cree
que el factor humano es lo más preocupante de todo este problema.
"Podrán cambiar las pesas, los patrones de medida y restablecer una sola
moneda, pero la gente seguirá metiendo la mano porque la cultura de la
subsistencia delincuencial se ha hecho endémica. Prefiero que la gente
salga a las calles a protestar para exigirle al Gobierno mejores
salarios a que se conviertan en vulgares delincuentes".
"El daño que le ha hecho la doctrina a este pueblo es incalculable. El
relajo que hay ya dejó chiquito al bayú de Cacha la manca", concluye.
Source: El bayú de las pesas | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1455827609_20316.html
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