martes, 26 de abril de 2016

La manía de legislar

La manía de legislar
[25-04-2016 17:33:54]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- Prevalece en esta era, una visión que
afirma que las leyes pueden resolver cualquier problema. Esta falacia se
ha instalado, no solo en la política sino también en buena parte de la
sociedad que las demanda. Parece que jamás se ha comprendido, con
claridad, la naturaleza y la esencia de las normas.
Muchos dirigentes políticos depositan abundantes energías en imaginar
novedosas reglamentaciones que modifiquen la calidad de vida de todos,
sin entender que las conductas no se transforman artificialmente. Ellos
adhieren a esta necia postura de suponer que una ley todo lo puede.

En estos países, pululan a diario intentos de legislar sobre cualquier
asunto. Ninguna jurisdicción logra escaparse de este molde general y
caen, irremediablemente, en este eterno juego. Esta actitud obsesiva de
los legisladores no distingue partidos. Todos creen en la omnipotencia
del Estado, que impone reglas haciendo que la gente se someta a ellas
sin más.

Es la ley la que debe interpretar a la sociedad, ajustándose a sus
valores y no al revés. En estas comunidades, los legisladores suponen
que pueden establecer reglas importadas, incompatibles con la
idiosincrasia local y así producir genuinos cambios de hábitos, que
permitan vivir en una sociedad desarrollada, gracias a su gigante
creatividad e interesantes normas.

Por eso abundan, en estas latitudes, tantas leyes que pretenden fijar
precios, impedir la comercialización de productos o regular la
distribución de otros. Esos políticos creen que pueden controlar la
economía y subordinarla a sus caprichos. Están convencidos de que, desde
sus escritorios, pueden obligar a todos a obedecerlos, porque la razón y
la verdad los asiste.

La economía se rige por un complejo sistema de estímulos. Cuando la
legislación interfiere, altera no solo los precios relativos, sino que
genera múltiples daños y consecuencias inimaginables para ese
legislador. Sus claras limitaciones intelectuales y morales le impiden
comprender que la interacción voluntaria entre los hombres no es objeto
de su tarea cotidiana.

Pero eso no solo sucede en la economía, sino también en el resto de las
manifestaciones individuales. Nadie deja de consumir estupefacientes,
aborta, pasa un semáforo en rojo, se prostituye o porta armas, porque la
legislación lo prohíbe. Razonar de ese modo es desconocer a la
humanidad. Las personas toman decisiones en función de otros paradigmas
diferentes.

Las leyes pueden intentar amedrentar pero, en casi todos los casos, solo
consiguen que esas mismas acciones igualmente se concreten, pero en
ambientes de mayor marginalidad, criminalizando sus determinaciones.

Los seres humanos solo evolucionan cuando aprenden, maduran, reflexionan
y toman decisiones voluntarias totalmente conscientes y no cuando el
Estado los amenaza con multas, penalidades o prisión.

No es que no se pueda legislar sobre absolutamente nada, pero es
importante comprender que el trillado "respeto a las leyes" no se
consigue arrodillando a la sociedad con rigor. El respeto se gana, nunca
se impone. Si la idea es infundir temor, miedo, pánico y terror, esas no
parecen ser las mejores alternativas para construir una comunidad
pacífica y civilizada.

La sociedad en general está dispuesta a cumplir normas que coinciden con
su matriz moral. La prohibición de matar, es compatible con esa
convicción de que cada uno debe decidir por sí mismo que hacer con su
cuerpo. Bajo esa perspectiva resulta inadmisible que otro pueda disponer
de ella a su arbitrio. Así se explica el elevado consenso de esta norma.

Algo similar ocurre con el robo. La mayoría comprende el concepto de la
propiedad privada, aunque últimamente haya relativizado esa creencia. La
gente entiende que apropiarse del fruto del trabajo ajeno no es ético y
por eso aprueba que cualquiera que transgreda ese principio sea sancionado.

Es evidente que se viven en el presente tiempos de "inflación
legislativa". Muchos actores de la política contemporánea pretenden
contener la subida de precios, evitar despidos, extender la expectativa
de vida, erradicar enfermedades y eliminar adicciones apelando a las
leyes. Si realmente esas herramientas fueran efectivas y sus teorías
tuvieran algún correlato empírico con la realidad, la humanidad seria
rica, joven y feliz por decreto.

Claro que muchos adhieren a esta visión por conveniencia y no por
ignorancia. Una parte importante del "negocio" de la política se
sustenta sobre la idea de que la sociedad esté convencida de que la
legislación salva vidas, enriquece a las personas y las hace mejores. Si
esa tesis no tuviera adeptos, probablemente, muchos de los burócratas no
tendrían salarios, y no podrían vivir entonces a expensas del trabajo de
los demás.

Pero no menos cierto es que otro sector de la sociedad cree
ingenuamente en estas mentiras y alienta estos reprochables
comportamientos de la política. Son muchos los ciudadanos que les exigen
a los dirigentes que bajen los precios, generen empleos y que los
jóvenes jamás se droguen, como si estos tuvieran en sus manos una varita
mágica para lograrlo.

Es la peor combinación. Una sociedad irresponsable que delira con
soluciones facilistas en complicidad con una clase política manipuladora
que aprovecha esa candidez para atraer votos con estos disparates.

Mientras tanto, no solo no se resuelven los problemas sino que estas
maniobras dilatorias hacen que finalmente nadie se ocupe seriamente de
las cuestiones de fondo, de esas donde realmente se pueden mitigar
impactos. Las normas no solo no aportan soluciones eficientes, sino que
además desenfocan y postergan el abordaje correcto de las problemáticas
actuales.

Si la sociedad desea cambios en positivo, debe comprender las verdaderas
motivaciones que explican las conductas humanas y ponerse a trabajar con
sensatez, sin delegar en terceros sus responsabilidades, intentando
convertirse en genuinos agentes de cambio e inspirando a otros a imitarlos.

La ideología imperante que invita a redactar leyes a mansalva es una
gran ilusión, un absoluto fraude. Pero, evidentemente, es funcional a
una sociedad profundamente desorientada y a un sistema político procaz
que promueve este espejismo de la mano de esta perversa manía de legislar.

Source: La manía de legislar - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/571e38e23a682e15dcf05fba#.Vx9AHzB97ic

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