lunes, 2 de mayo de 2016

Nadie es bienvenido al hotel New York

Nadie es bienvenido al hotel New York
LUZ ESCOBAR, La Habana | Mayo 02, 2016

Las raíces de un arbusto han crecido entre los escalones y la maleza se
extiende sobre la marquesina. El hotel New York, a pocos metros del
Capitolio de La Habana, es la viva estampa del abandono. Hace más de una
década sus puertas cerraron al público y desde entonces no suena la
música de la orquesta, el chin-chin de las copas o el suave
deslizamiento de las ruedas de una maleta. Parece una Gran Manzana
ahuecada y podrida en el corazón de la ciudad.

Hasta hace pocos años unas letras de metal indicaban a los transeúntes
que en la calle Dragones, entre Amistad y Águila, se erigía un
alojamiento con aires internacionales cuya construcción concluyó en
1919. El edificio fue originalmente propiedad de José H. Martínez, un
rico hacendado que no escatimó gastos en su diseño, mientras que el
proyecto corrió a cargo de la firma Tella y Cueto, Arquitectos e
Ingenieros. El local quedó arrendado a José A. Morgado para gestionarlo
como hotel.

Esa historia apenas puede entreverse en las ruinas que quedan, aunque
algo del perdido glamour se mantiene en la mente de los vecinos más
antiguos. Eduardo, un jubilado que enseña con orgullo su carné de
"combatiente", reside en la zona desde 1959. Cuenta que, cuando cerraron
el hotel a finales del siglo pasado, "eran muchos los que se llevaban
las piezas de baño y hasta los azulejos".

Según el anciano, fue por esa razón que las autoridades de la zona
"tapiaron todas las entradas con cemento y bloques". Pero las
incursiones han seguido y ahora "esto se ha convertido en un baño
público". Apenas queda una persiana, las barandas de metal que rodeaban
los balcones interiores han sido arrancadas y ni un solo cristal de los
que coronaban las puertas se mantiene en su lugar.

En el ala izquierda del inmueble, que antes fuera una zona de
esparcimiento para huéspedes, ha quedado instalada una de esas
cafeterías donde reina el bajo mundo. Algunos turistas se acercan
atraídos por la música y terminan cazados por los ágiles parroquianos
que pueblan el lugar. Las ofertas pueden ir desde un bolero desafinado,
pasando por una ronda de cervezas pagada por el ingenuo visitante hasta
las más sofisticadas maromas sexuales.

Desde el tugurio se ve lo que queda de las casi cien habitaciones que
alojaban a los huéspedes y que estaban dispuestas en torno a dos patios
paralelos. La prensa de la época recoge que se colocó un lujoso
mobiliario y un elegante restaurante en la planta baja, al estilo de los
grandes hoteles estadounidenses.

A la entrada, hundidas en el suelo de granito que ha resistido la
desidia, apenas se pueden leer las iniciales del New York. En algunos
escalones de la señorial entrada también se mantiene el nombre completo,
que resalta en medio de la mugre.

Al otro lado de la calle una modesta cafetería vende jugos y bocaditos.
La empleada asegura que el edificio "está a punto de caerse y puede
matar a cualquiera". Recuerda que cuando lo cerraron "vinieron unos
hombres en camiones y se llevaron todo lo de valor que ahí había
dentro". Luego fue esperar por una restauración de la Oficina del
Historiador de la Ciudad que se ha tardado tanto que "ya no queda nada
por salvar", opina la señora.

En el barrio corre el rumor de que el Historiador, Eusebio Leal, rechazó
varias ofertas de empresas europeas para reparar el New York. Sin
embargo, a pesar de varias llamadas a su oficina, no fue posible
confirmar esta información. "Nadie estaba dispuesto a pagar la cifra que
se pedía", cuenta Eduardo, el anciano combatiente con el rostro surcado
de arrugas como las grietas en las paredes del hotel. "Quisieron pedir
tanto que a nadie le interesó", sentencia.

La fachada, que no ha dejado de ser imponente a pesar del deterioro,
tiene cuatro filas de ventanas y balconcitos independientes. Un toque de
grandeza le imprimen las cinco grandes pilastras corintias adosadas al
muro exterior y una gran cornisa sobre la que se construyó el cuarto
nivel cuando la ampliación del edificio en 1919. Todo el lugar viene
siendo como un modelo a escala pequeña de sus primos gigantes de Manhattan.

Lejos queda la época cuando había que reservar con antelación para pasar
una noche en el New York. Hoy, solo las ratas se disputan el espacio con
los vagabundos, que logran acceder por varios huecos para pernoctar en
su oscuro interior.

En todas las reuniones de rendición de cuenta de la zona, los vecinos
plantean que el edificio se ha convertido en un foco de enfermedades y
un peligro para la salud. Nada que haga pestañear al delegado del Poder
Popular de una zona llena de inmuebles a punto de caerse.

Desperdigados por la ciudad, los objetos que formaron parte del New York
adornan la sala de un apartamento, son revendidos en el mercado informal
o van a parar a la basura. Un viejo custodio del lugar guarda una
mampara y un antiguo reloj de péndulo que dice haber salvado del saqueo.
"Un día, cuando reabran el hotel, los devolveré", asegura con una
maliciosa sonrisa, pero ya nadie cree que la música volverá a sonar
entre esas paredes.

Source: Nadie es bienvenido al hotel New York -
http://www.14ymedio.com/nacional/Nadie-bienvenido-hotel-New-York_0_1991200862.html

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