Cuba: la eternidad de la espera
La represión es una característica de una forma de gobierno que para
sustentarse necesita ajustes constantes, cada vez más torpes
Alejandro Armengol, Miami | 04/05/2017 10:20 am
La represión no se detendrá en Cuba. No se trata de una afirmación
dogmática ni de una respuesta fundamentada en un supuesto anticastrismo
vertical. Es una característica de una forma de gobierno que para
sustentarse necesita ajustes constantes, cada vez más torpes.
Junto a esa situación social y política, durante décadas el Gobierno
cubano ha desarrollado y mantenido un eficiente aparato represivo, cuya
actuación permite una comparación simple: la incapacidad para producir
bienes corre pareja con la eficiencia para generar detenciones.
De esta forma el régimen castrista ha creado una cifra mayor de
"delincuentes y seres violentos" que todos los gobiernos republicanos
anteriores.
No hay que olvidar que dicho gobierno siempre ha usado a su conveniencia
la distinción entre delito común y político. En una época todos los
presos comunes estaban en la cárcel por ser contrarrevolucionarios,
porque matar una gallina era una actividad contraria a la seguridad del
país. En la actualidad, cada vez que muere un opositor o su caso alcanza
una dimensión internacional se le acusa de vago y delincuente.
Lamentable tener que escribir sobre la represión. No es preferencia por
el oficio de aguafiestas; ni denunciar algo nuevo, un brote reciente o
un fenómeno oculto. Es que la cualidad de cotidiano no puede convertirse
en justificación para el ocultamiento.
Con este constante detener de personas que simplemente han manifestado
una opinión contraria —con independencia de que ahora, en la mayoría de
los casos, sea por pocas horas—, el régimen cierra la puerta a la
esperanza de un cambio paulatino y pacífico hacia la democracia.
A estas alturas está más que comprobado que el Gobierno de Raúl Castro
no tiene la capacidad para dirigir un desarrollo económico que satisfaga
las necesidades de la población, pero sí ha logrado ser capaz de
mantener al pueblo bajo una economía de subsistencia durante décadas.
Solo que la contrapartida a la ineficiencia de las empresas estatales ha
sido una economía clandestina —la bolsa negra, el "trapicheo", el
"sociolismo"—, indiscriminada y personal. La naturaleza centralizadora y
represiva del régimen siempre ha tenido como contrapartida o complemento
una corrupción a todos los niveles.
Al hablar de represión en la Isla se debe enfatizar que la maquinaria
intimidatoria, que ha permitido la permanencia de un régimen por más de
medio siglo, no puede ser denunciada en términos simples; ni tampoco
limitar su alcance, responsabilidad y consecuencias a Raúl Castro ahora
y Fidel Castro antes.
En primer lugar, porque existen mecanismos establecidos que van más allá
de la obediencia a un tirano: parcelas de poder, privilegios y temores
sobre el futuro. En segundo, porque no se ha producido el desarrollo de
una conciencia ciudadana empeñada en una transformación democrática. Las
secuelas de la envidia, el odio y el delito compartido por muchos años
serán difíciles de arrancar en Cuba.
El factor básico que ha buscado desarrollar Raúl Castro desde la
presidencia es transitar un difícil equilibrio entre represión y
reforma. El gobernante ha demostrado su habilidad para conciliar estos
dos extremos, pero a cambio de un inmovilismo que mantiene a la sociedad
cubana en una permanente crisis.
Las reformas económicas, limitadas y lentas, han terminado por
estancarse. Y aunque nunca existieron muchas esperanzas de que
intentaran propiciar algún cambio político notable, el mantener la
puerta herméticamente cerrada a la más mínima transformación —más allá
de las imprescindibles acciones de supervivencia— complementa el
panorama de abatimiento.
En ese punto está Cuba detenida: entre la apatía y la violencia. A
partir de la represión, la escasez y la corrupción —los tres pilares en
que se fundamenta el Gobierno cubano—, la Isla se eterniza en la espera.
Este artículo apareció publicado el lunes en El Nuevo Herald.
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