martes, 3 de septiembre de 2013

Popularidad, complicidad o temor?

Sociedad, Cambios, Economía



¿Popularidad, complicidad o temor?

Primera parte de un análisis sobre la destrucción de la sociedad cubana

por el régimen castrista y la necesidad de crear un frente unido dentro

de la oposición

Lilian Vizcaíno, Miami | 03/09/2013 8:44 am



La permanencia de los Castro en el poder en Cuba por más de cincuenta

años ha suscitado diversas opiniones y puntos de vista, tanto fuera como

dentro del país; unos más acertados que otros, pero lo cierto es que,

sigue siendo hoy motivo de reflexión y de desconcierto para muchos. Así

como, de no pocos enjuiciamientos críticos a los cubanos, sobre todo a

los residentes en la Isla, a los que se atribuye la responsabilidad

máxima de haber permitido la prolongación del régimen castrista. Sin

embargo, a ello contestarían, de seguro, los opositores internos que es

muy fácil nadar fuera del agua, y no dejan de tener también ellos su

parte de razón.

De manera que el problema no es tan sencillo, y requiere ser analizado

desde diferentes ángulos, pues obedece a diferentes causas. A lo largo

de la trayectoria de la revolución cubana, las actitudes y motivaciones

de las clases y grupos sociales dentro del territorio cubano han

variado. Así como las condiciones internas del país y la situación o el

contexto internacional en que se ha movido éste. Por lo que sería

absurdo pretender dar la misma respuesta a esa pregunta desde 1959 hasta

la actualidad, aun cuando existan elementos esenciales y factores que se

repitan en cada etapa de su historia.

Ahora bien, es indudable que, tanto las causas de la permanencia de los

Castro en el poder, así como las soluciones concretas a ese mal están en

el territorio cubano. No podemos perder de vista que los cambios en

cualquier país no pueden llevarse a cabo fuera de éste; esa es una

lección que nos dejó clara José Martí desde el siglo XIX. Si bien, esto

no niega el hecho de que desde el exterior pueden ejecutarse acciones

que propicien el aceleramiento o el retraso de esos cambios, y el mismo

Martí lo demostró durante la preparación de la gesta de 1895. No

obstante, la ausencia o insuficiencia de esas acciones por parte del

exilio cubano, unida a la complicidad involuntaria o calculada de

gobiernos y organismos regionales e internacionales, han sido también

factores que han propiciado la prolongada existencia del régimen castrista

Sin embargo, es preciso aclarar que, no pretendemos responsabilizar por

esto únicamente a la política seguida por los gobernantes

norteamericanos respecto a Cuba, si bien es indudable que ha influido, y

así quedó demostrado durante el abortado intento de Bahía de Cochinos.

De manera que resulta inevitable preguntarse por qué en todo este tiempo

las administraciones norteamericanas no han puesto fin a la violación de

los derechos humanos en Cuba, a diferencia de lo que han hecho y hacen

en otras partes del mundo, y por el contrario, a veces hasta incluso le

han seguido el juego a los Castro.

No obstante, es hora de acabar con la tendencia, casi tabú, de adjudicar

al gobierno norteamericano la definición de los destinos de Cuba; pues

ese razonamiento además de determinista y poco objetivo ha costado muy

caro a los cubanos a lo largo de su historia. El problema es nuestro, y

lo tenemos que resolver entre cubanos, sin esperar por nadie.

Para analizar algunos de los factores que han propiciado la

sobrevivencia del castrismo y condicionado la falta de una acción

demoledora por parte de los cubanos, es preciso partir de desentrañar la

raíz del mal. Sin lugar a dudas, las causas del surgimiento de un Fidel

Castro y su aceptación inicial por el pueblo cubano, hay que buscarlas

en la propia Historia de Cuba y en la coyuntura continental e

internacional en que se desarrolló la revolución cubana. No fue para

nada un fenómeno casual ni importado por nadie. En la historia, nada es

casual, todo tiene su causa, por lo general más de una, y sus efectos.

Desde los años 30 del siglo XX, e incluso un poco antes, se había

generado un movimiento de corte populista en América Latina que alcanzó

su esplendor en la década del 50 en algunos países y afectó a todo el

continente de una forma u otra. Ante la profunda crisis que atravesaban

ya los sistemas oligárquicos americanos, la sociedad latinoamericana

estaba necesitada de gobiernos que contribuyeran a la revitalización de

su economía y tomaran medidas que propiciaran una mayor justicia social.

Recordemos los ejemplos de Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en

Brasil y Juan Domingo Perón, en Argentina. Salvando sus diferencias,

todos tuvieron en común un programa de corte nacionalista y un paquete

de reformas en defensa de los derechos de los trabajadores y los más

necesitados. Sin detenernos, pues no es nuestro objetivo ahora, en

analizar su objetividad o no, es necesario subrayar su clara inclinación

hacia la demagogia y el totalitarismo.

También en Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt había aplicado un

programa similar en respuesta a las necesidades de la clase media

americana y de los trabajadores en general, bajo los efectos de la Gran

Depresión iniciada en 1929. Algunos inclusive han catalogado su política

interna como una suerte de populismo progresivo.

En la década de los años 50 las izquierdas parecían estar en auge,

alentadas por el entonces pujante socialismo soviético que parecía abrir

nuevos caminos y cuyos defensores se habían incrementado con la victoria

alcanzada sobre los nazis al concluir la II Guerra Mundial. No por gusto

se abrió un período de enfrentamiento político e ideológico entre los

dos sistemas, el socialista y el capitalista, que puso nuevamente en

tensión al mundo entero, y que es conocido como la Guerra Fría.

En este contexto, se insertaba muy bien la propuesta inicial del

gobierno castrista. A lo que se sumó otro fenómeno común en

Latinoamérica, y es que la carencia de una fuerte experiencia política y

democrática ha sido sustituida con mucha frecuencia por el caudillismo,

lo cual explica la presencia reiterada de los gobiernos militares en la

región y los golpes de Estado, así como la aceptación de gobernantes

autoritarios.

A todo esto, se unió la absoluta falta de confianza del pueblo cubano en

sus gobiernos de generales y doctores, politiqueros corruptos e ineptos.

No se puede tapar el sol con un dedo. Todos querían un cambio, los de

arriba porque temían las consecuencias del mal gobierno y del

descontento creciente del pueblo y los de abajo porque aspiraban a una

sociedad más justa. Esto hizo posible que, aunque para muchos Fidel

Castro representara el diablo en persona, la gran mayoría lo viera, en

ese momento, como el Mesías.

No obstante, es preciso aclarar que el nivel de aceptación o de rechazo

al régimen no se ha mantenido igual durante todos estos años, en

realidad ha transitado por diversas etapas. La primera, se inició en

1959 y se extendió hasta 1976, cuando fue proclamada la nueva

Constitución[1] mediante la cual se demolieron las viejas instituciones

y se legalizaron las nuevas, así como los mecanismos de control del

régimen castrista. También, para sorpresa de muchos, y a pesar de todo

lo dicho antes por sus dirigentes, con ella se oficializó el carácter

socialista de la revolución A partir de ese momento quedó destruida

totalmente la sociedad civil y el gobierno adquirió el poder absoluto.

Se inició así la dictadura castrista.

Sin embargo, en un inicio, el programa idílico esgrimido por los

revolucionarios en el asalto al Cuartel Moncada y proclamado después

demagógicamente, como el Programa de la Revolución, resultaba muy

alentador y parecía responder a los intereses de todas las clases y

sectores de la población, lo cual le sirvió para manipular y engañar al

pueblo. Poco tiempo después, este Programa fue traicionado y echado a un

lado.

Por otra parte, el talento indiscutible y la personalidad carismática

del líder cubano lo ayudaron a envolver a la mayoría de la población y a

hacer creíbles todos sus proyectos, hasta los más descabellados. Este

impacto popular desarmó a los menos confiados, obstaculizó la labor de

los opositores y le permitió ganar el tiempo necesario para fortalecerse

en el poder.

A su vez, la oposición interna aunque todavía era fuerte estaba

fraccionada y dispersa. Esto facilitó su penetración por las fuerzas

represivas del régimen y prácticamente su aniquilamiento. El gobierno

demostró su fuerza sin límite alguno. Se llenaron las cárceles y se

multiplicaron los fusilamientos. Paralelamente, se produjo el fracaso

del plan de Bahía de Cochinos y se ahogaron en sangre las guerrillas del

Escambray y de Pinar del Río, así como otros movimientos en el país.

Como resultado de todo esto, la oposición se desangró, y aunque no

desapareció, quedó debilitada y descabezada. La mayor parte de sus

dirigentes fueron presos o asesinados y todo el que pudo se fue,

iniciándose el éxodo interminable de cubanos.

Ayuda del exterior

Ante el incremento de la represión y la falta de liderazgo interno se

apoderó de muchos la idea de que la solución cubana dependía de la ayuda

del exterior y esto limitó por un tiempo la efectividad de la

disidencia. Aunque no todos compartían ese criterio, de hecho los

dividió y los debilitó. Unido a esto, la represión del régimen a toda

manifestación de oposición y la imposibilidad del acceso a los medios de

comunicación masiva para divulgar sus acciones, les restó impacto entre

la población cubana. Esto afectó seriamente su labor, prácticamente

hasta la actualidad, ya que los grupos y principales opositores eran

casi desconocidos en el país, hasta fecha muy reciente.

Esta etapa fue clave para el castrismo porque durante la misma se

tomaron todas las medidas que le garantizarían actuar con toda impunidad

en contra de su pueblo,

amparado por la Constitución y protegido por un aparato represivo

diseñado al estilo de la KGB[2] soviética que abarcó todas las esferas

de la sociedad. Por si fuera poco, con la creación de los Comités de

Defensa de la Revolución y la Federación de Mujeres Cubanas, los

tentáculos del régimen llegaron hasta los barrios y las calles de todo

el país. Era prácticamente imposible moverse sin que alguien te

delatara. Incluso, las instituciones religiosas fueron vigiladas y los

creyentes reprimidos de diversas formas.

Durante estos primeros años, el gobierno castrista le fue arrebatando a

los cubanos cada una de sus prerrogativas; incluso fue minando las bases

de su sociedad a partir de la división de las familias por sus simpatías

políticas y separando a los hijos de los padres mediante planes creados

con ese fin, que iban desde el plan de becas hasta el sistema de las

Escuelas al Campo y sus variantes posteriores. Igualmente fueron

socavando los valores tradicionales de la nacionalidad y la cultura

cubanas, e inculcándole al pueblo elementos de otras culturas ajenas por

completo a su idiosincrasia, lo fue desmoralizando y, lo más importante,

le sembró el miedo y la inseguridad.

Hay que entender que no se trata de un miedo cualquiera, es un miedo

crónico[3] que no se limita al miedo a la cárcel, a la muerte, a la

tortura, al exilio, o a la supuesta invasión extranjera. Se ha ido

extendiendo a todo y a todos, al vecino, al amigo, al familiar, a la

pérdida del trabajo, a no tener que vestir o comer, etc. Y ha ido

acompañando permanentemente al ciudadano, cortándole toda iniciativa e

interés. El sometimiento de un pueblo por el terror es un viejo

procedimiento aplicado por la política que cobra mayor efectividad hoy

gracias a los adelantos de la ciencia y la tecnología.

Mediante el abuso de confianza y de poder, el pueblo cubano fue

subordinado al Estado, o mejor dicho, al Partido Comunista, que además

de ser a lo castrista, no tenía contrincante, pues fue el único partido

permitido desde entonces. Por si esto fuera poco, quedó también

constitucionalmente abolido el derecho a oposición, al ser declarado

enemigo de la revolución, y por lo tanto sujeto a sus leyes, todo aquel

que pensara de manera diferente a la establecida por el gobierno y se

atreviera a expresarlo de algún modo. Liborio[4] quedó definitivamente

amarrado y amordazado.

La segunda etapa a analizar se extiende desde la aprobación de la

Constitución de 1976 hasta aproximadamente el año 1989, cuando se

produce el derrumbe del Campo Socialista y la debacle soviética. Durante

la misma quedaron sepultadas definitivamente las esperanzas de los que

aún creían en la posibilidad de una mejoría económica y en el

cumplimiento del proyecto revolucionario.

Al inicio, todavía muchos cubanos pensaban sinceramente que estaban

contribuyendo a la construcción de la nueva sociedad y no reparaban en

cualquier sacrificio en aras de un futuro mejor para sus hijos y nietos.

Esto obviamente fraccionaba la sociedad cubana y limitó la posibilidad

de que prosperara y se desarrollara una oposición más fuerte en ese

momento. Aún no se les había caído totalmente la venda de los ojos.

Afortunados aquellos que supieron evaluar desde el inicio la magnitud

del desastre y del engaño.

Tanto adentro y fuera de Cuba muchos observaban esperanzados los logros

de la revolución en los campos de la educación y la salud, que en esta

época eran en cierta medida reales. Esto contribuyó a aumentar el

prestigio del castrismo ante el mundo, y a que lograra el apoyo de los

organismos internacionales. Incluso, sirvió de instrumento para la

demagogia gubernamental y sus alardes de solidaridad con otros pueblos

del orbe, aun cuando muchos sabían que Cuba sobrevivía gracias al apoyo

financiero soviético y que en realidad lo que se pretendía era exportar

la revolución. Sin embargo, es innegable que ese discurso confundió a

muchos alrededor del planeta durante demasiado tiempo.

Todo esto permitió que a pesar de los errores económicos garrafales

cometidos, que fueron sentando las bases de la crisis estructural de la

economía cubana, se gozara de períodos de cierta bonanza económica que

sirvieron para alimentar las ilusiones del cubano que soñaba todavía con

una Cuba mejor. Esa fue la época del mercado paralelo, que luego fue

reemplazado durante un tiempo por el mercado libre campesino, que tuvo

corta duración, pues una de las bases del régimen castrista ha sido

siempre, y lo será, no permitir el enriquecimiento económico de la

población y mucho menos del sector privado, pues si algo saben muy bien,

es que el poder económico acaba por imponerse al poder político. Por eso

no hay que confiar demasiado en ninguna reforma gubernamental en ese

sentido.

Esta posición de confianza de una gran parte de la población estuvo

reforzada por la élite castrista, una nueva clase social alimentada por

el régimen, que depende de él y por supuesto lo apoya como única forma

de sobrevivencia. Ahí están incluidos los dirigentes del partido y del

Estado, sus familiares y amigos más allegados. Esta masa no es homogénea

y es bastante maleable, así lo han demostrado los hechos posteriores. No

obstante, en esa etapa, aunque profundamente corrupta, les era bastante

fiel.

Con las armas al alcance exclusivamente de las Fuerzas Armadas y el

Ministerio del Interior, con un sistema de inteligencia reconocido como

uno de los mejores del planeta; auxiliados además por los Comités de

Defensa de la Revolución, las Brigadas de Acción Rápida y otros

engendros más creados para vigilar y acosar a los desafectos al régimen

en todas partes, obviamente se hizo cada vez más difícil la acción de la

oposición.

¿Cómo podría competir entonces la disidencia interna contra el andamiaje

castrista y su maquinaria propagandística sin tener recursos, ni medios

para desmentirlos? Todavía hoy, a pesar de la internet, de los

blogueros, del teatro y el cine independientes, y de los celulares,

sigue siendo difícil para los opositores su labor de divulgación y

movilización.

A lo que hay que agregar, que una de las tareas a las que mayor atención

ha dedicado el gobierno, en todos las etapas, ha sido la de crear falsos

disidentes; además de penetrar, dividir, descabezar y desacreditar a la

disidencia real. Esta ha sido, sin lugar a dudas, una de sus cartas de

triunfo hasta la actualidad.[5]

Sin embargo, al finalizar esta etapa, la mayoría de los cubanos se

habían dado cuenta ya del divorcio existente entre la teoría y la

práctica del régimen. Tendencia que se fue a acentuando a partir de la

perestroika y las publicaciones rusas a mediados de la década de 1980.

Que también fueron neutralizadas y atacadas por el gobierno cuando se

percató del peligro que representaban para su control absoluto sobre la

conciencia de los cubanos. Aunque el daño ya estaba hecho, muchos

empezaron a pensar diferente.

A pesar de la aparente estabilidad que gozaba el sistema en esta etapa,

hubo dos momentos en que su control se resquebrajó y reverdeció la

esperanza en el pueblo cubano. Lamentablemente, ni la oposición interna

ni las organizaciones del exilio supieron o pudieron aprovecharlos

convenientemente.

El primero se dio durante la preparación y la celebración del V Congreso

de la Unión de Jóvenes Comunistas en 1987, cuando la juventud cubana,

encabezada entonces por Roberto Robaina, se enfrentó al Partido

Comunista y a su dirección reclamando cambios de todo tipo, económicos,

de igualdad social, de libertad y porque se le diera un espacio político

a su generación. Por supuesto, fueron mediatizados, reprimidos o

aleccionados. Vale recordar que a continuación del evento juvenil

Robaina desapareció, y luego se supo que había sido enviado a combatir

al África en donde estuvo por casi un año. Este pudo ser un gran

momento, pues el líder juvenil había llegado a competir en popularidad

con el propio Fidel Castro, quizás eso explique muchas cosas.

El otro momento interesante se produjo con el caso de Ochoa. La Causa

Número Uno fue una clara expresión de la profunda descomposición del

sistema, pero muy especialmente, del resquebrajamiento del poder

absoluto de Castro. Hay muchos lados oscuros aún en ese asunto y en

otros casos que le siguieron; pero sin dudas significó una fisura

importante en el aparato militar del régimen, que no fue

convenientemente explotada por la oposición interna ni por las

organizaciones del exilio. Aun cuando el régimen pretendiera mostrarlo

como un caso más de corrupción, el pueblo no quedó convencido.

Ahora bien, lo cierto es que muchos cubanos dentro de Cuba perdieron

para siempre sus esperanzas en la revolución a partir de ese hecho. Este

incidente marcó un punto final y un comienzo en el despertar de la

conciencia del pueblo cubano, a pesar de la propaganda, de la represión

y del miedo. Para muchos, se abrió una nueva época.

La segunda parte de este análisis se publicará mañana miércoles.



[1] La Constitución aprobada en 1940, resultaba demasiado democrática

para el gobernante cubano y ladinamente se la quitó del medio en 1976.

[2] Agencia de Seguridad Nacional creada por el gobierno soviético en

1954 para asegurar su poder e influencia dentro y fuera de sus

fronteras. Llegó a controlar todas las esferas de la sociedad. Su

ejemplo fue sabiamente imitado por los Órganos de la Seguridad en Cuba,

y tal vez, superados.

[3] http://www.dinarte.es/salud-mental/pdfs/Lira E - Psicologia de la

Amenaza Politica y el Miedo.pdf Elizabeth Lira Kornfeld. Psicología de

la amenaza política y del miedo, 1991, p. 3.

[4] Personaje costumbrista que representa al hombre cubano.

[5] Ejemplo de esto es como trasladaban a los estudiantes a los lugares

donde se esperaban acciones de protesta de los opositores para que se

manifestaran en contra y los repudiaran. Es obvio que ellos no habrían

avisado a las autoridades para que los reprimieran, y que detrás de todo

estaban los agentes de la seguridad cubana; aunque en ocasiones fuesen

opositores fabricados por el aparato para demostrar al mundo el apoyo de

los jóvenes al sistema. Táctica muy usada por el castrismo.



Source: "¿Popularidad, complicidad o temor? - Artículos - Cuba - Cuba

Encuentro" -

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/popularidad-complicidad-o-temor-300320

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