lunes, 4 de noviembre de 2013

Las paradojas del canciller cubano

Embargo, Bloqueo



Las paradojas del canciller cubano

El oficio del canciller Bruno Rodríguez es el de tendero: tras su

perorata se esconde la prioridad de vender daiquiríes, guayaberas y

maracas de colores a los gringos

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 04/11/2013 10:50 am



Nuevamente Naciones Unidas ha abrigado el ritual de condenar el

bloqueo/embargo que Estados Unidos impone a Cuba. Y aunque se trate de

una acción muy poco efectiva, me alegro que haya sucedido pues el

bloqueo/embargo resulta cada vez más una impedimenta sin ventajas

reconocidas. Y es que el embargo, además de injerencista, ayuda a

configurar una situación de excepcionalidad que el gobierno cubano ha

sabido aprovechar, polarizando el escenario político interno y

manipulando la opinión pública nacional e internacional.

Y es en este último sentido hacia donde quiero dirigir mi análisis,

tomando como eje algunos giros retóricos del canciller Bruno Rodríguez

en su publicitado discurso ante la Asamblea General. Y en particular la

manera como el canciller ha echado mano a un recurso eufemístico en que

trata de dar un toque humanístico a lo que en realidad es una prosaica

necesidad económica. Pero que al final conduce su argumentación a una

aporía política cuando explica el bloqueo como un acto "inculto", en un

párrafo que merece un sitial predilecto en la esquizofrenia política

castrista. Lo cito:

"El bloqueo —dijo— es un acto inculto que impide el libre movimiento de

las personas, el flujo de la información, el intercambio de ideas y el

desarrollo de vínculos culturales, deportivos y científicos".

En realidad lo que el aterido canciller cubano quiere decir es que no

hay turismo. Y aunque del turismo siempre es posible esperar

intercambios de informaciones e ideas, esa es precisamente la parte que

más aterra a los dirigentes cubanos, para quienes el mejor turismo

internacional posible sería el que se desarrolla en los cayos del

archipiélago, tan cerca de Dios como lejos de los cubanos comunes. En

todo caso los dirigentes cubanos verían con buenos ojos que turistas

gringos y ciudadanos cubanos intercambien ideas acerca de la mejor

manera de preparar tostones, del punto de hierba buena que lleva el

mojito o de las ventajas de los cocteles de ostiones sobre las píldoras

de viagra. Pero nada más.

Pero como el tema del bloqueo/embargo es presentado como un imperativo

humanístico, su discurso no puede cargarse con aditamentos mercuriales.

Y por eso el canciller Bruno toma a la globalización por su palabra y

habla de derechos humanos, de intercambios de ideas y de flujos de

informaciones. Incluso llega a quejarse de las limitaciones que en sus

derechos constitucionales sufren los ciudadanos americanos cuando no

pueden viajar a Cuba. Pero por mucho que el canciller Bruno trate de

parecerse a Thomas Paine, todos sabemos que su oficio es el de tendero y

que tras su perorata se esconde la prioridad de vender daiquiríes,

guayaberas y maracas de colores a los gringos.

Los esfuerzos del canciller Bruno por ser convincente solo tienen forma

de realizarse en un hemiciclo de diplomáticos soñolientos. Su discurso

nace lastrado por la propia naturaleza del emisor, el gobierno cubano,

su carácter autoritario y la forma como manipula los derechos de sus

cuasi-ciudadanos. Sus eufemismos retóricos nacen trocados en paradoja. Y

las paradojas en cinismo, pues entre las criaturas sobre la faz de la

Tierra que no pueden invocar derechos de otros está el canciller Bruno,

sencillamente porque representa a un Estado que niega a los cubanos las

posibilidades de realizarlos.

Ante todo, porque el gobierno cubano limita la capacidad de sus

ciudadanos para moverse libremente en Cuba. En primer lugar los

movimientos internos de población se encuentran regimentados por un

decreto ley medieval. Pero también impide que los cubanos emigrados

puedan visitar libremente y moverse dentro de ella, una dinámica que

resultaría razonable para una sociedad que ya es claramente

transnacional y que en buena medida vive de esa condición. La reciente

modificación del régimen migratorio no creó derechos ciudadanos, sino

solamente alargó la permisividad, y dejó intacto el extrañamiento y

despojo de derechos de los cubanos emigrados.

Pero también el canciller Bruno representa a un Estado que impide el

libre flujo de la información al mantener a la inmensa mayoría de la

población desconectada de Internet (decir que esto ocurre por culpa del

embargo es una insidia de sangre fría) y someter a control las

publicaciones escritas a las que pueden acceder los cubanos y cubanas.

Numerosos libros —algunos de cubanos reconocidos internacionalmente por

sus valías intelectuales— yacen en anaqueles inaccesibles en los fondos

de la Biblioteca Nacional, y hay casos (que conozco personalmente) de

ediciones completas de obras que han sido convertidas en pulpa por sus

contenidos ideológicos. Y cientos de obras de lo mejor del pensamiento

mundial permanecen fuera del alcance de los cubanos, porque no se

publican en el país, donde en cambio se publican todos los panfletos

ideológicos que regurgitan los adláteres del régimen.

Y finalmente Rodríguez Parrilla es parte de una clase política que

cierra y reprime los intercambios de ideas que sobrepasan los estrechos

ventorrillos oficialistas y los interesantes pero breves espacios

críticos consentidos. Dentro de Cuba —es decir en la Isla y en la

Diáspora de nuestra sociedad transnacional— hay una intensa producción

de ideas de toda naturaleza que no pueden circular ni ser intercambiadas

en la Isla. Creo que una parte muy significativa de la producción

espiritual e intelectual de los cubanos permanece alejada de la sociedad

debido a las políticas represivas, lo que redunda en el empobrecimiento

de todos, afuera y adentro.

Volviendo a la imagen anterior, antes que apostar a que los turistas

gringos puedan intercambiar con una mesera criolla, me parece mucho más

importante que un experto mundialmente reconocido en temas de seguridad

social como Carmelo Mesa Lago pueda conversar con los funcionarios

cubanos sobre sus ideas acerca del futuro del sistema en Cuba. O que

Pedro Campos pueda dirigirse a toda la sociedad para explicarle sus

elaboraciones sobre el socialismo democrático. O que pueda hacerlo Siro

del Castillo sobre los valores socialcristianos y sus probables

pertinencias para la sociedad cubana. O que un sociólogo tan entrenado

en los vericuetos del desarrollo latinoamericano como Francisco León

pueda ocupar un podio en la universidad. O que Yoani Sánchez haga lo

mismo respecto al uso de las redes sociales y su valor para la

democracia, y también Cuesta Morúa sobre los muchos temas en que se

involucra tan positivamente. Entre muchos otros. No porque sean

opositores y críticos, sino porque todos son intelectuales cubanos.

Y eso evidentemente no tiene nada que ver con el bloqueo/embargo, sino

con la existencia en Cuba de un régimen político autoritario y

excluyente que Bruno Rodríguez representa. Un gobierno que día por día,

y cada vez contra todas las conveniencias nacionales, conspira contra

—lo cito— el libre movimiento de las personas, el flujo de la

información, el intercambio de ideas…



Source: "Las paradojas del canciller cubano - Artículos - Cuba - Cuba

Encuentro" -

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/las-paradojas-del-canciller-cubano-314736

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