El ocaso del Estado Benefactor
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 13 Sep 2015 - 8:36 am.
El éxito de las sociedades solo se consigue al entender que el foco
central de la creación de riquezas está en el seno de la sociedad civil
y sus emprendedores, no en la actuación de los gobiernos.
Edmund S. Phelps, Premio Nobel de Economía en el 2006, ha escrito un
artículo importante sobre los fundamentos de la fracasada economía
griega. Explica cómo el gasto público excesivo, el endeudamiento, el
déficit fiscal, el corporativismo, los contratos colectivos, los
reclamos aplastantes de los sindicatos, el sistema de pensiones y la
torpe manera de recaudar impuestos, han hundido la economía helena. Pero
Phelp va más allá: advierte que Francia, Italia, e incluso Alemania, van
por el mismo camino.
A esa lista habría que agregar varios países latinoamericanos.
Concretémonos en las tres democracias ejemplares de nuestro vecindario:
Uruguay, Chile y Costa Rica. Las tres naciones comparecen en la lista de
Transparencia Internacional como las más honradas y respetuosas de la
ley. Las tres, sin embargo, presentan claros síntomas de decadencia
relativa. No crecen lo suficiente, apenas innovan, los gobiernos gastan
más de lo prudente, y sus estudiantes no dan la talla cuando contrastan
sus conocimientos con los de casi todas las naciones de la OCDE.
¿Por qué este fracaso relativo? Acaso por razones parecidas a las que
lastran a la mayor parte de Europa: la idea de que le corresponde al
Estado procurar la felicidad y la seguridad del conjunto de la sociedad,
mediante la utilización del gasto público para mantener la clientela
política y la intromisión del Gobierno en las actividades económicas,
directa o indirectamente. Esa "fatal arrogancia" (F. Hayek) de quienes
creen tener toda la información para tomar las decisiones correctas,
algo que ha demostrado ser manifiestamente falso.
De los tres países, al que peor le va es a Costa Rica. Mientras Chile
tiene el PIB per cápita más alto de América Latina con 23.000 dólares,
medido en capacidad de poder adquisitivo (pese a que Michelle Bachelet
no está gobernando bien y tiene un bajísimo nivel de apoyo), y Uruguay
alcanza los 20.600, Costa Rica apenas llega a 14.900. Está, incluso, por
debajo de su vecino Panamá (20.300), país que hace solo siete años tenía
un PIB inferior al suyo.
La mejor explicación que he leído sobre el estancamiento de Costa Rica
remite al momento de la revolución encabezada por José Figueres a fines
de los años 40. En ese periodo, los laboristas ingleses, con Clement
Attlee como Primer Ministro, nacionalizaban los transportes y los
servicios públicos y le daban un peso inusitado a los sindicatos.
Era la época en que Juan Domingo Perón en Argentina instauraba un vasto
sistema clientelista inspirado en el fascismo italiano, basado en
intercambiar prebendas por apoyo político. Y cuando la CEPAL, liderada
por Raúl Prebisch, persuadía a los latinoamericanos de que el camino del
desarrollo se encontraba en el nacionalismo económico o proteccionismo,
la sustitución de las importaciones y el control férreo de los mercados.
Era predecible que los ticos se equivocaran. En aquellos años, reinaba
en economía su majestad Lord Maynard Keynes, y parecía probable lograr
el pleno empleo y escapar de los ciclos recesivos manipulando el
presupuesto e invirtiendo grandes sumas durante los periodos de
contracción, sin darnos cuenta de que esa hipótesis, manejada por
políticos corruptos o incompetentes, daba lugar a un malgasto
extraordinario de los escasos recursos públicos y a la nefasta
inflación, como se encargaron de demostrar el también Premio Nobel de
Economía James Buchanan y su Escuela de Opción Pública.
Afortunadamente, Costa Rica, Chile y Uruguay pueden rectificar. Hay
notables precedentes. El Reino Unido lo hizo a partir de 1979, cuando
Margaret Thatcher le puso fin a la deriva socialdemócrata y le devolvió
la vitalidad económica a su país, curso que luego continuó exitosamente
el laborista Tony Blair.
También rectificó Suecia, posteriormente, tras la debacle provocada a
principios de los 90 por el incosteable Estado Benefactor sembrado por
décadas de gobierno socialdemócrata, que había multiplicado
exponencialmente la nómina de los empleados públicos y la tasa de
impuestos, disparando la inflación a la estratósfera. El moderado Carl
Bildt, tras ganar las elecciones, comenzó una enérgica campaña de
reformas que consiguieron cambiar el curso suicida de la economía sueca,
pasando del Estado Benefactor al Estado Solidario.
Es hora de que los gobiernos de Chile, Uruguay y Costa Rica —tres
admirables democracias, repito— admitan de una vez que el éxito real y
permanente de las sociedades solo se consigue cuando entendemos que el
foco central de la creación de riquezas está en el seno de la sociedad
civil y de sus emprendedores, y no en la actuación de los gobiernos.
Una vez asumida esa humilde lección, viene la segunda: la principal
tarea de los gobiernos no es distribuir la riqueza creada, porque pueden
matar a la gallina de los huevos de oro, sino crear las condiciones para
que el tejido empresarial sea cada vez más denso, moderno y eficaz. Esto
generará más excedentes, un volumen mayor de impuestos, y, en
consecuencia, será posible más solidaridad y menos pobreza.
Source: El ocaso del Estado Benefactor | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1442111670_16887.html
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