sábado, 13 de agosto de 2016

La sombra de Castro

La sombra de Castro
Una permanencia que ya puede prescindir de inmiscuirse en todos los
aspectos de la vida cotidiana de los cubanos, pero que aún no puede
renunciar a su estampa, ahora modificada
Redacción CE, Madrid | 13/08/2016 11:02 am

Fidel Castro se ha deconstruido en los diez últimos años. Cuando Castro
se retiró del mando cotidiano del poder en Cuba hizo una elección
obligada. Entre el poder y la vida decidió por la última. Se aferró a
resistir al precio de sacrificarlo todo o casi todo. Ese Alejandro que
persiguió con un nombre repetido en documentos e hijos no es ahora más
que eso: un nombre, apenas un ideal, jamás un modelo. Mucho menos un
estilo de vida. Morir joven nunca entró en sus planes. Abandonar el
poder tampoco. Pero sabe adaptarse a cualquier circunstancia. Si el
precio es muy alto, no hay que pagarlo. Alejandro El Magno está bien
para los libros de historia, pero hace rato que ese destino quedó atrás
y todo sacrificio tiene un límite. Aunque no lo parezca, su capacidad en
ese sentido es muy limitada. La vida, pese a las vejaciones de la
enfermedad, la humillación de la edad y los desengaños del cuerpo vale
aún la pena. Solo es necesario acomodarse a las circunstancias,
adaptarse a los tiempos, salvar lo que aún puede ser salvado.
Lo que vale la pena salvar se resume en aspectos muy concretos. En
primer lugar, la continuidad de un proceso. No por una fe absurda en su
futuro, sino por una utilidad práctica. Existen otros lugares para los
pocos años que aún espera le quedan por delante, pero ninguno como la
Isla. Contribuir a esa continuidad es su tarea principal en estos
momentos: demostrar que está vivo y está ahí. Sabe que su presencia es
necesaria para todo siga igual o para que lo que cambie no lo afecte.
Una permanencia que ya puede prescindir de inmiscuirse en todos los
aspectos de la vida cotidiana de los cubanos, pero que aún no puede
renunciar a su estampa, ahora modificada.
Lo segundo es un proceso de símbolos, de imágenes que se han explotado
hasta la saciedad durante decenas y decenas de años. Por un tiempo se
preparó a la población y a sus aliados para que aceptaran ese nuevo
papel: de guerrillero a viejo sabio, de estadista a consejero, de lo
invulnerable a lo frágil. Requirió todo un proceso, y eso es lo que con
habilidad realizó el régimen de La Habana: sin sobresaltos, pero sin
despertar ilusiones. Las constantes referencias a la edad, las
advertencias sobre los abusos al cuerpo en otra época, que de forma
implacable le pasaron la cuenta a quien parecía invencible. Pero sobre
todo, para no dar pie a la posibilidad de una derrota. No fue un destino
estoico, una salida heroica o una inmolación. Para símbolo de la entrega
al ideal revolucionario ha bastado con el Che. Poco importa si son sus
restos o no los que se encuentran enterrados en Santa Clara. Lo
importante ha sido el hecho de que la Isla atesora su imagen. Lo demás
es secundario.
Fidel Castro le viene haciendo un favor a sus seguidores. A veces no
importa lo que escribe o lo que habla, otras sí. Pero al final lo único
que vale es que está ahí. Lo que escribe puede ser interpretado como un
conjunto de significados dispersos o simplemente una muestra de torpes
banalidades. Es válido argumentar que durante esta década sus textos
encierran una pluralidad de ideas o que se ha contradicho una y otra
vez: que se ha limitado a una interminable regresión de repeticiones
destinadas a no decir nada. Detenerse en sus cualidades intrínsecas es
una trampa, porque siempre han estado destinados precisamente a la
inestabilidad, lo fortuito, a la falta de una presencia evidente y a
desviar la atención de lo fundamental: perder el tiempo diciendo que en
muchas ocasiones el exgobernante cubano desvaría, que su mente pasa de
un tema a otro obviando las leyes elementales de la coherencia y que se
entretiene en aspectos que guardan poca o ninguna relación con lo que
ocurre en Cuba no es más que seguir al pie de la letra los propósitos
que obedecen a su creación: hacerle el juego a Castro.
Una y otra vez, por ignorancia o conveniencia, buena parte del exilio ha
entrado en ese juego. Con una falta de pudor absoluto en la lógica se ha
corrido a afirmar que el mandatario está "decrépito", "enloquecido" y al
borde la muerte, y al mismo tiempo corrido a escuchar o leer sus
palabras. Nunca un enemigo tan supuestamente débil ha obtenido tanto con
tan poco. Luego de diez años el "Comandante en Jefe" es aún es capaz de
movilizar a sus enemigos frente a una pantalla, un texto o a la espera
de una entrevista que se sabe no va a despejar incógnitas. Como lograr
tanto con tan poco merece al menos el reconocimiento de una capacidad
para entretener superior a cualquier programa de televisión. Para
empeorar aún más las cosas, Castro es capaz de entretener aburriendo.
En esa batalla, no de idea sino de imágenes, La Habana siempre le ha
ganado la partida a Miami. Reconocerlo no es demostrar fervor por la
situación en la Isla, tampoco una muestra de simpatía. Es simplemente
decir la verdad. Basta contemplar las fotografías que aparecen en este
blog y en la prensa de todo el mundo.
La adulación que se refleja en la prensa oficial de la Isla se ha
extremado con la celebración de los 90 años de Castro. Pero ese juego de
resaltar el mito no impide avanzar tímidamente por otra senda, casi
siempre en apariencia, a veces en cuestiones importantes, pero siempre
preservando la esencia fidelista de conservar el poder. En muchos casos
en el exilio se ha caído en el agravante de un ejercicio voluntario de
masoquismo. Jugar la carta del pasado ha definido por muchos años la
única estrategia visible del exilio. Desde ese punto de vista, se
entiende la incapacidad para entender lo que ocurre en Cuba. El célebre
slogan "No Castro, no problem" ha resultado ser no mucho más que una
calcomanía llamativa, para colocar en el guardafrenos trasero del
automóvil, que resume una forma de pensar caduca, un círculo vicioso.
La verdadera pregunta, que se elude a diario es Miami, es bien simple:
¿Cómo es posible que esa figura frágil garantice aún la permanencia de
un régimen? La repuesta difícil comienza por reconocer que algo más que
un caudillo en su ocaso juega un papel determinante en la supervivencia
de un sistema.
Ese jugar con las especulaciones y desbaratarlas es típico de los
Castro, ambos hermanos. Cierto que cuentan con todo el poder que
confiere un Estado totalitario, lo que permite que su interlocutor se
limite a una expresión idiota y complaciente en todo momento.
Contrario a las apariencias, el análisis del estancamiento actual de la
situación en la Isla debe partir de encontrar el verdadero vector de
freno a la evolución del proceso cubano: Raúl Castro. No es Fidel quien
frena a su hermano menor, quien ha impedido el avance de reformas y
cambios. Es el general de ejército el que aún no se siente seguro en la
guayabera de la presidencia, y la explicación es bien sencilla: falta de
imaginación. La clásica distinción entre el creador y el traductor.
Donde uno no se detiene, el otro duda. Esa carencia de imaginación de
Raúl Castro y esa falta de osadía, características escondidas bajo una
apariencia de hombre práctico y administrador eficiente, se han puesto
de manifiesto durante esta década. Ya no es necesaria la figura de Fidel
Castro en su permanencia física cotidiana. Basta con su imagen repetida,
o apenas con su sombra constante.

Source: La sombra de Castro - Noticias - Cuba - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/la-sombra-de-castro-326286

No hay comentarios:

Publicar un comentario