¿Qué hay con los negocios inmobiliarios en Cuba?
A Sandra la detuvieron, le cerraron el negocio, y ni siquiera le
permitieron llamar a su casa para tranquilizar a su familia
Lunes, septiembre 26, 2016 | Ángel Santiesteban
LA HABANA, Cuba.- Tras la supuesta apertura muchos cubanos, y hasta
algunos extranjeros, han pecado de ingenuos en sus intentos de realizar
proyectos independientes. De la noche a la mañana quisieron los isleños
tentar a la suerte y dispusieron de sus ahorros aspirando a modificar
sus casas para luego inaugurar cafeterías. En pocos días hubo más
quioscos de venta que cederistas por cuadras, en los que se ofertaban
pizzas, pan con croqueta, con mantequilla o mayonesa, refrescos
instantáneos…
Lo malo fue que en menos de tres meses muchos de esos emprendedores
quebraron sin que pudieran recuperar ni siquiera lo que invirtieron.
Para muchos fue un fracaso total, insuperables las secuelas. Y era de
esperar, en un país donde el Estado lo regenta todo, incluso las
iniciativas más leves. Aquí no hay espacio alguno para la independencia.
Entre las miles de nuevas emprendedoras cubanas estuvo Sandra; una linda
mulata que no quería quedarse atrás, y para conseguir el dinero de la
inversión escribió a un amigo inglés, a quien había conocido en una
visita que este hiciera a la isla con el propósito de apoyar a los cinco
espías que guardaban prisión en los Estados Unidos. Ella le explicó que
las circunstancias eran las mejores, y que la virginidad de Cuba en los
negocios permitiría abrir cualquier cosa; el otro mordió el anzuelo.
Y cómo no iba a morderlo si creía ciegamente que Cuba era una isla
encantadora donde cualquier cosa se podía conseguir, donde todo se daba
fácilmente, hasta lo prohibido, gracias a su geografía, a su gente. El
inglés aceptó el reto también porque recordaba la exuberante imagen de
Sandra, esa que guardaba con cuidado. Por todo eso hizo de nuevo el
viaje a La Habana, y vino para ultimar detalles de la inversión.
Todo le pareció perfecto; tras su llegada paseó con Sandra, se bebieron
un daiquirí en el Floridita de Hemingway, y hablaron de buscar buenas
opciones, y le propuso a la cubana invertir en un negocio inmobiliario.
Unos días después ya tenían rentado un espacio en un apartamento en el
Vedado y pagaron al Estado sus patentes, y comenzaron a buscar
contactos, e indagaron entre los cubanos que tenían muchos sueños, esos
que estaban dispuestos a vender su único tesoro, la vivienda, para
conseguirlos.
El inglés regresó a su isla europea y envió las computadoras, los
muebles y suficiente dinero para los gastos iniciales, y quedó a la
espera de las ganancias. Y al parecer hubo algunas, porque Sandra se
compró enseguida un pequeño auto de los años cincuenta en perfectas
condiciones, y luego, cuando descubrió que todo iba cada vez mejor, se
ocupó de la publicidad y contrató a un diseñador para que le creara una
página en Internet donde promocionar el negocio, y colgó un cartel
lumínico en el balcón de la vivienda que rentaba.
Salet, la dueña del apartamento, también quería que todo estuviera en
regla, que en la ONAT supieran que ella les rentaba dos cuartos, un baño
y un espacio de la sala que serviría como recepción; pero en aquellas
oficinas aseguraron que no tendría que declarar ese espacio común porque
lo usaban tanto la rentadora como la rentada. Salet insistió, quería
tener todo en orden y no le gustaban las ilegalidades. Si se había
decidido a rentar su casa era por sus angustias a la hora de contar su
dinero desde inicio hasta fin de mes. Salet se licenció en economía y
trabajó luego en un Banco, y luego hacía cakes que vendía a particulares
para añadir algo a su entrada, pero no conseguía llegar a fin de mes, ni
siquiera con los dolaritos que mandaba su padre, por eso su empeño en
que todo fuera legal.
El negocio prosperaba también gracias a su empleomanía, esa que Sandra
supo escoger muy bien. Para la recepción se decidió por una rubia
despampanante que alegraba la vida a los clientes sin que se preocuparan
mucho por el tiempo que esperaban para ser atendidos, y lo mejor es que
era casi una políglota.
Y Sandra necesitó más trabajadores; el joven mulato y profesor de
francés se encargaría de ubicar las viviendas, visitar a los vendedores,
concretar los precios y colocar en la fachada el cartelito de: "se
vende" después de preparar todo el dossier lleno de fotos. Lucía, la
menos agraciada, pero íntima de Sandra, fue a dar al pantry.
"Viento en popa y a toda vela", así iba el negocio, tanto que finalmente
se pagó su curso para aprender a manejar y el auto quedó idéntico a
cuando rodaba en los años cincuenta en la ciudad. Ese auto servía para
transportar de un lado a otro a los clientes, en su mayoría extranjeros
enamorados de cubanas o cubanos que serían los propietarios legales.
"Viento en popa y a toda vela", así le hizo saber Sandra al
inversionista inglés. Y más se consolidarían en los meses siguientes.
Sandra por primera vez disfrutaba de su trabajo, y nutría sus sueños.
Vestía, alimentaba y paseaba a sus dos hijos, y la posibilidad de
subirlos a un crucero ya no le parecía tan disparatada. Hasta se alegró
de pagar impuestos que aportaban al desarrollo del país. No volvería a
vender su cuerpo, pero la felicidad dura muy poco en la casa del pobre.
Una mañana tocaron el timbre y la rubia despampanante de la recepción
apretó diligente el botón que abría la puerta creyendo que se trataba de
nuevos clientes. Varias fueron las personas que avanzaron mostrando sus
identificaciones, esas que aseguraban que eran miembros de la Fiscalía
General de la República.
–Aparten las manos de las computadoras y manténganse en silencio –dijo
el que parecía jefe, mientras los otros ocupaban el resto de las
oficinas moviendo los ojos con desconfianza. Un cliente chileno que se
encontraba en el lugar no conseguía entender lo que pasaba, ya había
visto horrores cuando Pinochet se hizo del poder, y temblaba como una
hoja movida por el viento, pero se calmó cuando le dijeron a su novio
cubano que se marcharan los dos, y bien rápido. Al cubano le revisaron
el carné antes de que se marchara, y anotaron todo, le aconsejaron silencio.
Los funcionarios decidieron llevarse las computadoras pero antes
anunciaron una "contravención": exhibían tres pinturas en las paredes
sin que tuvieran la licencia correspondiente. A la entrada del edificio
estaba la camioneta que fue recibiendo cada cosa. Lo demás sería
desconcierto y llanto, y Salet diciéndole a Sandra que ya había
escuchado el rumor de esas redadas.
Días después todos serían citados a las oficinas del Departamento
Técnico de Investigaciones (DTI), en 100 y Aldabó. Todos eran culpables.
A Salet le aplicaron una multa de 1500 pesos, aunque un abogado
asegurara que nunca podía ser mayor de 300. Una vez que preguntó el por
qué, le dijeron que ocultó el alquiler de la sala para disminuir el pago
al Estado. Quiso negar, decir que estaban equivocados; pero tuvo esa
rara sensación de que todo estaba perdido y prefirió hacer silencio.
A los demás les fueron retiradas sus licencias; habían violado la
prohibición de usar las redes sociales para promocionar el negocio, y
además no podían acompañar a los clientes a la casa de los vendedores,
tampoco estaban autorizados para tirar fotos a las viviendas, y mucho
menos agruparlas en un álbum. "Tantas violaciones justifican la medida
extrema", dijeron amenazantes.
A Sandra la mantuvieron en las oficinas de investigaciones por más de
doce horas, y preguntaron mucho sobre su relación con el "ciudadano
inglés". Los cinco oficiales estaban muy interesados en esa relación:
"¿De dónde lo conoces? ¿Qué relación mantienes con él? ¿Por qué tanto
interés en invertir en Cuba?", así fue que la acosaron, y hasta
intentaron que creyera que su amigo era enemigo de la revolución, y de
nada sirvió que Sandra explicara de su gran simpatía por la revolución,
de su apoyo a la causa de los "cinco héroes", y de sus campañas para
conseguir la liberación.
A Sandra le cerraron el negocio, le hicieron firmar las muchísimas actas
de decomiso, y ni siquiera le permitieron llamar a su casa para
tranquilizar a sus padres y a sus hijos. Llegó destrozada y con una idea
fija; al día siguiente escribiría un mensaje a su amigo inglés, y eso
hizo: "Nos estafaron. Los Castro nunca pierden. Sácame de aquí con mis
hijos. Tengo miedo".
De esta forma cerraron estos negocios inmobiliarios en la isla, cada
oficina invadida por fiscales. Así son las cosas en la isla, debe ser
que los negocios lucrativos están reservados únicamente para los más
jóvenes con apellido Castro; la futura, ya muy cercana, oligarquía de Cuba.
Source: ¿Qué hay con los negocios inmobiliarios en Cuba? | Cubanet -
https://www.cubanet.org/destacados/que-hay-con-los-negocios-inmobiliarios-en-cuba/
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