Cuba, entre la revolución de energía y las ollas arroceras
1/29/2006
Actualmente, el país se debate entre el cambio energético y la distribución de utensilios eléctricos de cocina para preparar arroz.
Una niña lee una revista durante un apagón en La Habana, Cuba. La isla enfrenta serios problemas energéticos y en los últimos días, el transporte es el que se ha visto más afectado. Foto: AP
El pasado viernes, Jorge no pudo ir a la universidad. Él y otros compañeros de su aula fueron citados para viajar a provincia, donde repartirían durante el fin de semana ollas arroceras. Su hermana Yudith tampoco asistió a clases, pero las razones fueron distintas: después de dos horas se convenció de que no pasaría la guagua (camión).
Y es que en este 2006, Cuba se debate entre la revolución energética decretada oficialmente por el gobierno, con restricciones de alto impacto al transporte público y privado, y la distribución en cada uno de los hogares de la isla de ollas eléctricas para preparar arroz, la base del alimento en ese país.
Congrí en olla nueva
A las 12:00 del día, La Habana huele a ajo sofrito. Es la hora del almuerzo. En el pasillo del apartamento de Olga, además de ese aroma, se percibe el de la langosta. Para acompañarla, arroz congrí (con frijoles negros) que preparó en su nueva olla arrocera. No es la que le tocaba, porque llegó primero para su hija, que se la cedió porque la de ella aún funciona.
El gobierno cubano determinó que hay un mayor ahorro si se cocina de esta forma el arroz que en ollas convencionales, usando gas o estufas eléctricas. Por eso, compró cientos de miles de ollas a China, que se repartirán en todo el país. Podrían ser más de dos millones.
Comenzaron con quienes usan gas en pequeños tambos. Los trabajadores sociales recorren las casas, basándose en la libreta (medio de control a través del cual se suministran a precios simbólicos los productos básicos).
Así, en La Habana y las principales ciudades cubanas, el problema del transporte dejó de ser el más importante, porque además ya es común. Yumislady, de visita en casa de Olga, es quien comienza la conversación que de verdad importa: en su reparto (colonia) también llegaron las arroceras. Son pequeñas, para cocinar para tres o cuatro personas, pero fuertes y con garantía. Hay que pagar 125 pesos (unos cinco dólares), que son la mitad del salario mensual promedio de un cubano, pero pueden entregarse a plazos.
“Dicen que después vienen los refrigeradores”, tercia Olga desde la cocina. “Comprarán en China de esos que ahorran energía, porque también están dando los bombillos [focos] ahorradores”.
Ahora los productos chinos ganan el mercado cubano. El país asiático vende al gobierno cubano en plazos de hasta 25 años. “También de China son las guaguas nuevas para ir a provincia”, completa Darío, el esposo de Olga. “Ya llegaron 80 y dicen que serán mil”.
En una de esas guaguas, Jorge se fue a Camagüey. Se perdió una clase que le interesaba, pero la revolución de las ollas arroceras lo llama. Puede tener la certeza de que en muchos hogares podrá tomar un buchito de café y será bienvenido. Total, el arroz es más importante.
La otra revolución
Yudith abandona la fila, con la certeza de que la guagua no llegará. “No es fácil”, la frase común de desesperación de los cubanos se escucha repetidamente; “le ronca el mango”, asegura un hombre, más enojado. Un par de jovencitas aprovechan la diminuta saya (falda) del uniforme escolar para pararse en el centro de la avenida y pedir botella (un aventón). El resto se dispersa para encontrar otra forma de transportarse.
En una avenida cercana, Raúl es detenido por un policía. Como tiene auto oficial, debe llevar a otros “compañeros” que van hacia su mismo rumbo.
El transporte, uno de los principales problemas en ese país, entró en una de sus crisis más severas con las medidas que se tomaron desde finales de 2005, cuando los cubanos fueron advertidos por el presidente Fidel Castro de que se frenaría el mercado negro, especialmente de los combustibles.
La comercialización “por la izquierda” de productos como la gasolina o el diesel se convirtió en un acto cotidiano. Quienes trabajan en el suministro recurrían al robo hormiga para quedarse con algunos litros diarios.
Al principio, esas extracciones servían para cambiarse por otros productos como leche, huevo o carne. Pero el negocio creció y permitía la venta en precios por debajo del mercado para turistas, taxis clandestinos o máquinas (taxis en pesos cubanos).
“Se volvió un descaro”, reflexiona Lázaro, un joven diseñador, quien justifica las medidas de control. “Primero fue para atender necesidades básicas, pero luego para comprar el celular, las cervezas, el video y hasta el carro. Es más, la hija del que despacha puede darse lujos que no tiene la hija del mejor médico. Además, como sea, es un robo”.
No hay cifras de la merma por el mercado negro de combustible. Los más conservadores hablan de diez por ciento, pero hay quienes aseguran que pudo llegar hasta 30 por ciento.
Por eso, Fidel Castro decidió jalar las riendas: un ejército de trabajadores sociales tomó los garage (estaciones públicas de gasolina). La intención: acabar con la salida ilegal de combustible, pero también tener certeza de cuántos litros se necesitan en realidad para mover al país.
“Esto está bien, pero no va a durar mucho”, asegura Raúl, quien trabaja para el gobierno. Además de la vigilancia en los garage, se cerraron las distribuidoras de combustible que las grandes empresas y los ministerios tenían para sus unidades. Ahora, todos los vehículos oficiales deben hacer fila en las gasolineras.
Pero ni la energética ni la de las arroceras son las primeras ni las últimas revoluciones de Fidel Castro. En contra, está el descuento de casi 20 por ciento en el cambio del dólar americano por el dólar cubano (peso convertible o chavito). A favor, la promesa de construir cien mil viviendas este año, para mermar otra de las necesidades básicas en el país.
Sonia Serrano Íñiguez La Habana, Cuba
http://www.milenio.com/nota.asp?id=259610
1/29/2006
Actualmente, el país se debate entre el cambio energético y la distribución de utensilios eléctricos de cocina para preparar arroz.
Una niña lee una revista durante un apagón en La Habana, Cuba. La isla enfrenta serios problemas energéticos y en los últimos días, el transporte es el que se ha visto más afectado. Foto: AP
El pasado viernes, Jorge no pudo ir a la universidad. Él y otros compañeros de su aula fueron citados para viajar a provincia, donde repartirían durante el fin de semana ollas arroceras. Su hermana Yudith tampoco asistió a clases, pero las razones fueron distintas: después de dos horas se convenció de que no pasaría la guagua (camión).
Y es que en este 2006, Cuba se debate entre la revolución energética decretada oficialmente por el gobierno, con restricciones de alto impacto al transporte público y privado, y la distribución en cada uno de los hogares de la isla de ollas eléctricas para preparar arroz, la base del alimento en ese país.
Congrí en olla nueva
A las 12:00 del día, La Habana huele a ajo sofrito. Es la hora del almuerzo. En el pasillo del apartamento de Olga, además de ese aroma, se percibe el de la langosta. Para acompañarla, arroz congrí (con frijoles negros) que preparó en su nueva olla arrocera. No es la que le tocaba, porque llegó primero para su hija, que se la cedió porque la de ella aún funciona.
El gobierno cubano determinó que hay un mayor ahorro si se cocina de esta forma el arroz que en ollas convencionales, usando gas o estufas eléctricas. Por eso, compró cientos de miles de ollas a China, que se repartirán en todo el país. Podrían ser más de dos millones.
Comenzaron con quienes usan gas en pequeños tambos. Los trabajadores sociales recorren las casas, basándose en la libreta (medio de control a través del cual se suministran a precios simbólicos los productos básicos).
Así, en La Habana y las principales ciudades cubanas, el problema del transporte dejó de ser el más importante, porque además ya es común. Yumislady, de visita en casa de Olga, es quien comienza la conversación que de verdad importa: en su reparto (colonia) también llegaron las arroceras. Son pequeñas, para cocinar para tres o cuatro personas, pero fuertes y con garantía. Hay que pagar 125 pesos (unos cinco dólares), que son la mitad del salario mensual promedio de un cubano, pero pueden entregarse a plazos.
“Dicen que después vienen los refrigeradores”, tercia Olga desde la cocina. “Comprarán en China de esos que ahorran energía, porque también están dando los bombillos [focos] ahorradores”.
Ahora los productos chinos ganan el mercado cubano. El país asiático vende al gobierno cubano en plazos de hasta 25 años. “También de China son las guaguas nuevas para ir a provincia”, completa Darío, el esposo de Olga. “Ya llegaron 80 y dicen que serán mil”.
En una de esas guaguas, Jorge se fue a Camagüey. Se perdió una clase que le interesaba, pero la revolución de las ollas arroceras lo llama. Puede tener la certeza de que en muchos hogares podrá tomar un buchito de café y será bienvenido. Total, el arroz es más importante.
La otra revolución
Yudith abandona la fila, con la certeza de que la guagua no llegará. “No es fácil”, la frase común de desesperación de los cubanos se escucha repetidamente; “le ronca el mango”, asegura un hombre, más enojado. Un par de jovencitas aprovechan la diminuta saya (falda) del uniforme escolar para pararse en el centro de la avenida y pedir botella (un aventón). El resto se dispersa para encontrar otra forma de transportarse.
En una avenida cercana, Raúl es detenido por un policía. Como tiene auto oficial, debe llevar a otros “compañeros” que van hacia su mismo rumbo.
El transporte, uno de los principales problemas en ese país, entró en una de sus crisis más severas con las medidas que se tomaron desde finales de 2005, cuando los cubanos fueron advertidos por el presidente Fidel Castro de que se frenaría el mercado negro, especialmente de los combustibles.
La comercialización “por la izquierda” de productos como la gasolina o el diesel se convirtió en un acto cotidiano. Quienes trabajan en el suministro recurrían al robo hormiga para quedarse con algunos litros diarios.
Al principio, esas extracciones servían para cambiarse por otros productos como leche, huevo o carne. Pero el negocio creció y permitía la venta en precios por debajo del mercado para turistas, taxis clandestinos o máquinas (taxis en pesos cubanos).
“Se volvió un descaro”, reflexiona Lázaro, un joven diseñador, quien justifica las medidas de control. “Primero fue para atender necesidades básicas, pero luego para comprar el celular, las cervezas, el video y hasta el carro. Es más, la hija del que despacha puede darse lujos que no tiene la hija del mejor médico. Además, como sea, es un robo”.
No hay cifras de la merma por el mercado negro de combustible. Los más conservadores hablan de diez por ciento, pero hay quienes aseguran que pudo llegar hasta 30 por ciento.
Por eso, Fidel Castro decidió jalar las riendas: un ejército de trabajadores sociales tomó los garage (estaciones públicas de gasolina). La intención: acabar con la salida ilegal de combustible, pero también tener certeza de cuántos litros se necesitan en realidad para mover al país.
“Esto está bien, pero no va a durar mucho”, asegura Raúl, quien trabaja para el gobierno. Además de la vigilancia en los garage, se cerraron las distribuidoras de combustible que las grandes empresas y los ministerios tenían para sus unidades. Ahora, todos los vehículos oficiales deben hacer fila en las gasolineras.
Pero ni la energética ni la de las arroceras son las primeras ni las últimas revoluciones de Fidel Castro. En contra, está el descuento de casi 20 por ciento en el cambio del dólar americano por el dólar cubano (peso convertible o chavito). A favor, la promesa de construir cien mil viviendas este año, para mermar otra de las necesidades básicas en el país.
Sonia Serrano Íñiguez La Habana, Cuba
http://www.milenio.com/nota.asp?id=259610
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