ÓSCAR MOLINA CHEPE
10/10/2008
El mundo vive una peligrosa crisis financiera. Su aparición en Estados
Unidos, y dada la creciente interconexión de los mercados, ha afectado a
todos los países con desastrosas consecuencias, apreciadas ya en la
disminución del crecimiento económico y la amenaza de una recesión a
escala planetaria. Sus efectos son observados en la disminución del
crédito, la elevación del desempleo y la disminución de los precios de
las materias primas, entre otros, lo cual tiene consecuencias
perniciosas para las naciones más pobres y sin reservas. Por ello,
carecen de razón quienes en Cuba baten palmas con la esperanza de la
caída del capitalismo, porque las principales afectadas serán
precisamente las naciones con menos condiciones para enfrentar la crisis.
La convulsión internacional supone para la isla un tercer huracán devastador
Próximo a cumplirse 20 años de crisis económica, política y social, la
situación se ha agravado en Cuba por el azote de los huracanes Ike y
Gustav. La magnitud del golpe fue colosal; la mayor destrucción en la
historia de la república. Aproximadamente, 500.000 viviendas dañadas
total o parcialmente, cerca del 15% del maltrecho fondo habitacional;
devastación del sistema electro-energético; pérdida de miles de
hectáreas de cultivos, en particular plátano, cítricos, arroz y café;
considerables afectaciones a la cría de aves y cerdos; cientos de
escuelas, hospitales, industrias, centros deportivos y culturales, casas
de curar tabaco y almacenes dañados. Las evaluaciones iniciales
cuantifican las pérdidas en más de 5.000 millones de dólares, algo más
del 10% del PIB.
En este contexto, la crisis internacional constituye un tercer huracán
de grado superior. En términos prácticos, ya se aprecia la caída en
picado de la cotización del níquel, mineral que en 2007 constituyó
aproximadamente el 60% de las exportaciones de Cuba. A ello pudiera
acompañar el deterioro del turismo por las dificultades económicas en
los países emisores de visitantes, y la disminución de las remesas,
provenientes en gran medida de Estados Unidos. Y podría acrecentarse la
dificultad para obtener créditos frescos en el exterior; algo ya difícil
para un país declarado de alto riesgo crediticio.
El caso sería aún más grave si surgieran dificultades en Venezuela,
principal sostén de la maltrecha economía cubana. La nación suramericana
depende en un 90,0% de las exportaciones de petróleo, fundamentalmente a
Estados Unidos, y recibe alrededor del 60,0% de sus ingresos fiscales
del combustible. Si la cooperación venezolana cesara o disminuyera
sensiblemente, a causa de la minoración de la cotización del petróleo o
por problemas internos, los efectos en Cuba serían desastrosos, con
consecuencias peores que cuando terminó la subvención del Bloque
Soviético a fines de la década de 1980.
Actualmente, la infraestructura cubana está muy deteriorada por los 20
años de crisis y un proceso agudo de descapitalización, con tasas de
inversión insuficientes para garantizar la reproducción simple en ramas
económicas esenciales. Mientras, el crédito político disfrutado por las
autoridades durante decenios se ha convertido en un mar de disgusto de
una población que ha perdido la confianza. Un malestar que, de continuar
en ascenso, pudiera desembocar en convulsiones sociales o en una
estampida de personas desesperadas por alcanzar las costas de Estados
Unidos, con imprevisibles consecuencias para las relaciones con esa nación.
Las esperanzas creadas por las promesas del general Raúl Castro se han
tornado una gran frustración por la casi inacción del Gobierno,
posiblemente por presiones de los sectores más conservadores. La entrega
de tierras en usufructo es una medida muy limitada. A pesar del
cataclismo ocasionado por los huracanes y la imposibilidad de responder
a los daños por falta de recursos, las autoridades han sido remisas a
recibir la ayuda ofrecida por la Unión Europea y Estados Unidos, sin
considerar que viviendas destruidas por ciclones hace años no han sido
repuestas.
El Gobierno ha encarado la situación de forma contraproducente. El 8 de
septiembre, día de penetración del huracán Ike por la provincia de
Holguín, anunció la elevación del precio del combustible diésel en el
86,0% y de las gasolinas como promedio en más del 60,0%, lo cual eleva
los costos de producción y transporte. El día 22 congeló los precios de
los productos agropecuarios a los niveles anteriores a la catástrofe
natural, e implantó una fuerte campaña represiva y de restricciones
contra quienes tradicionalmente actúan en el mercado informal.
Se requieren medidas contra el robo y la especulación, pero no una
camisa de fuerza a los productores mediante condiciones inaceptables,
porque es imposible vender a precios anteriores a la enorme subida de
los combustibles, sin mencionar los ya exageradamente altos de los
insumos agrícolas. Las consecuencias han sido el total desabastecimiento
de los mercados agropecuarios privados y estatales, por la pérdida de
cosechas y la reacción de los productores e intermediarios, con la
contradicción de que la escasez aumenta los precios en el mercado negro.
En tales condiciones, no son estos tiempos de absurda euforia por los
males que padecen otros, sino de buscar soluciones para enfrentar los
graves problemas actuales y los derivados de la crisis internacional.
Son tiempos de cambios liberadores de las fuerzas productivas, no de
arcaicas concepciones.
Óscar Espinosa Chepe es economista y periodista independiente cubano.
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