Miércoles 16 de Junio de 2010 09:32 Alberto Méndez Castelló, Baracoa
Puerta de Bohío. (REUTERS) Para llegar a la finca de Engracia deben
recorrerse más de 400 kilómetros a través de la antigua provincia de
Oriente; cruzar Las Tunas, Holguín, Bayamo, Santiago de Cuba y Guantánamo.
Serpenteando la muy peligrosa carretera intramontana de La Farola, donde
rojos carteles advierten al viajero de accidentes y muertes por docenas,
se llega al Alto de Cotillo. Un poco más abajo está Baracoa, vieja,
sucia, deprimente y cara para el cubano de a pie: "Yo tuve que irme de
aquí porque aquí no hay vida", dice alguien.
Más arriba, sobre la colina, asequible, limpia y bien iluminada, está la
Baracoa de los turistas, resguardada tras las murallas de un viejo fortín.
"Engracia Blet…", exclama extrañado el conductor de un triciclo antes de
espetar resuelto: "No sé quién es esa señora ni dónde está su finca,
pero por 100 pesos ahora mismo lo llevo al Toa".
Frente a los terratenientes, el Estado latifundista
Retorcido como una culebra al sol, se encuentra el río Toa. Luego de
cruzarlo aquí y allá, como si fueran varias y no la misma corriente, por
fin se llega a las seis hectáreas, 71 áreas y una centiárea, aparecidas
en la primera plana del periódico Revolución el 8 de diciembre de 1959
bajo un gran cintillo: Firma Fidel el primer título.
Engracia Blet está muerta, sólo queda la fotografía con su mano
engarrotada sosteniendo el ejemplar del periódico donde se anuncia que
es la primera beneficiada por la Ley de Reforma Agraria. Y no hay nada
más que ver aquí…, o sí. Salvo raras excepciones, sólo se divisan
eriales y sitios donde todo o casi todo está por hacer. La misma imagen
monótona, repetida a ambos lados de carreteras y caminos durante cientos
de kilómetros.
Aún así, vale la pena haber llegado a este sitio. La muerte de Engracia
Blet, ocurrida apenas un lustro después de otorgarle Fidel Castro el
primer título de propiedad de la Ley de Reforma Agraria, convirtiendo a
la anciana paralítica en propietaria del lugar donde había enviudado y
criado a cuatro hijos, constituye hoy todo un símbolo, al punto de
convertir en paradoja aquella ley que debió ser la solución del problema
agrario y que hoy, con el tan llevado y traído Decreto Ley 259, sobre la
entrega de tierras ociosas en usufructo, tiene su corolario.
"En 1958, 7.6 millones de hectáreas, poco más del 73% del área nacional,
se encontraban distribuidas en 480.894 fincas. El censo realizado en
1949 reveló que las tres cuartas partes de las tierras cultivables
estaban en manos del 8% de los terratenientes. La redistribución de esas
vastas extensiones entre los campesinos debía contribuir al desarrollo
económico del país, pero las leyes de reforma agraria de Fidel Castro no
solucionaron esos problemas, sino que los agravaron, pues convirtieron a
un país con algunos terratenientes en un Estado latifundista. Y por si
no le bastara, Castro trató de colectivizar, transformando en
cooperativas hasta las pequeñas fincas de los campesinos a los que no
expropió. En pocas palabras, las tierras ociosas de hoy son fruto de las
tan alabadas leyes de reforma agraria", refiere un economista conocedor
del campo.
"Pero no sólo el régimen de propiedad de la tierra ha traído ruinosos
resultados para la sociedad, sino también los precios de usura a que el
Estado sometió al hombre del campo al comprarle sus cosechas; y el hecho
de que tanto el campesino como la gente de las ciudades, al adquirir
desde un machete hasta un jabón, deban enfrentar el comercio en un
Estado monopolista", dice un sociólogo a este reportero antes de partir
a las montañas baracoenses.
Una nueva reforma agraria
Parecía visionaria la afirmación del sociólogo. En las Tiendas
Recaudadoras de Divisas, los jabones escasean. Y no es raro que falte la
materia prima, como el fundamental aceite de coco. En el mercado
internacional, una tonelada de dicho aceite ronda los 500 dólares. Sin
embargo, muy bien pudiera no tener que importarse si se le pagaran
precios justos a los campesinos de Baracoa, productores de más del 80%
de la cosecha nacional.
"El Estado nos paga el quintal de coco a 25 pesos, pero imagínese, hay
que echar 60 o 70 cocos para completar las 100 libras", dice un
campesino baracoense.
Para obtener una tonelada de aceite de coco se necesitan unas ocho
toneladas y media del fruto, equivalentes a unos 180 quintales, que
darían al campesinos alrededor de 4.500 pesos. Es decir, unos 180 pesos
convertibles, en cuyo caso el Estado estaría ahorrándose más de 300
dólares con respecto a lo que debería desembolsar si comprara la
tonelada de aceite en el mercado internacional. Y todo esto, además,
equiparando el dólar con el peso convertible (CUC), que sabido es
resulta un sofisma.
Con todo, un campesino que deba adquirir sus herramientas en una Tienda
Recaudadora de Divisas, deberá pagar 10.55 CUC por un azadón español, lo
que significa 263.75 pesos cubanos, según la tasa de cambio de 25 x 1, o
lo que es lo mismo, el equivalente a 10.55 quintales de coco a 25 pesos
el quintal, según los precios de Acopio. Rara coincidencia, pero quizá
sea esta la razón por la cual, si Cuba tiene una población de 11
millones, 241.290 habitantes, y en el país existen 362.440 agricultores,
apenas con machetes y todavía menos con azadones, exista tal carencia de
alimentos en las ciudades. Téngase en cuenta que cada campesino deberá
alimentar a 31 bocas. Es como una casa a la que llegan 31 visitantes
cuando el anfitrión se encuentra sin dinero y con la despensa vacía.
Esa es la situación del campesino en Cuba, la que motiva el desamor de
los jóvenes por el surco e hizo desaparecer, según datos oficiales, 106
cooperativas de producción agropecuaria y, con ellas, a más de 10.000
campesinos. Lo demás son historias mal contadas y peor entendidas.
"Si Engracia Blet se presentara hoy para optar por una parcela en
usufructo, sería rechazada de plano. Ella era una anciana enferma y,
según el Decreto Ley 259, Artículo 11, inciso (e), sólo se entregan
tierras ociosas a las personas físicamente aptas para el trabajo
agrícola", dice un funcionario de la agricultura que pidió el anonimato.
"De nada valdría que ella alegara ser la madre de cuatro hijos. Los
usufructos se entregan a título personal y no por la necesidad de
trabajo que usted tenga, sino por la conveniencia que en usted vea la
comisión encargada de entregar esas tierras", añade el funcionario.
En Cuba no hay frijoles, ni arroz, ni carne. Todo indica que hoy más que
nunca urge una nueva Ley de Reforma Agraria que, sin ataduras, ponga la
tierra en manos de los campesinos. Pero antes deberían ceder paso los
que van en automóviles mientras los agricultores carecen de tractores.
http://www.diariodecuba.net/cuba/81-cuba/2037-el-grito-del-campo.html
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