miércoles, 4 de septiembre de 2013

Popularidad, complicidad o temor? (II)

Sociedad, Cambios, Economía



¿Popularidad, complicidad o temor? (II)

Segunda y última parte de un análisis sobre la destrucción de la

sociedad cubana por el rérgimen castrista y la necesidad de crear un

frente unido dentro de la oposición

Lilian Vizcaíno, Miami | 04/09/2013 3:21 am



Quizá la etapa más crítica para el régimen cubano comenzó justamente

después de La Causa Número Uno y el fusilamiento de Arnaldo Ochoa y

otros militares. Se inició en 1990 y llega hasta la actualidad. Es

necesario decir que ciertos cambios acaecidos a partir de 2000 y durante

2001 abrieron una herida mortal al régimen, si bien le permitieron

prolongar su existencia hasta hoy a pesar de todos los pronósticos.

A finalizar el suministro de petróleo soviético a Cuba, el país se

tambaleó económica y políticamente. El llamado período especial iniciado

en 1990 hizo estremecerse al gobierno castrista y esto se reflejó

abiertamente en todos los aspectos, incluso en la creciente actividad de

la disidencia interna.

El desastre económico cubano hizo tocar fondo al régimen. La falta de

recursos financieros y sobre todo la incapacidad de los dirigentes

cubanos para establecer un programa coherente de recuperación económica

llevaron al país a una de las etapas más negras de su historia, sólo

comparable con el período de la Reconcentración decretada por el

tristemente célebre General Valeriano Weyler en 1896. Los años más duros

transcurrieron entre 1990 y 1993.

Las principales industrias del país sucumbieron definitivamente ante el

desastre, incluida la azucarera; al punto que Cuba se vio obligada a

importar grandes cantidades de azúcar para el suministro de la

población. Las trabas impuestas a los agricultores terminaron por

arruinar la producción de alimentos. El pueblo, el cubano de a pie, no

tenía prácticamente que comer. El Estado no podía ni siquiera garantizar

la cuota de alimentos establecida por años que, aunque no era

suficiente, al menos ayudaba a subsistir. Se hundía el país y el régimen

lo sabía. En un intento por demorar el colapso se despenalizó el dólar,

se permitieron los negocios privados e incluso el susodicho mercado

libre campesino, lo cual posibilitó la sobrevivencia de muchos y le dio

un respiro al gobierno.

Sin embargo, esta supuesta apertura, que ayudó indiscutiblemente a una

parte de la población, hizo aún más evidente la crisis social en que

estaba inmerso el país al subrayar y profundizar las desigualdades

sociales. El pueblo comenzó a distinguir entre cómo vivían los

dirigentes y sus familias, los que viajaban o tenían familiares en el

exterior, y cómo sobrevivían aquellos que no tenían a nadie en el

extranjero y vivían del pago de su salario en moneda nacional.[1] Estas

medidas junto a las visitas de la comunidad cubana en el exterior

terminaron por destruir el velo en que habían envuelto al cubano hasta

ese momento y los llevó a perder el control ideológico de la gran

mayoría de la población.

El trabajo honrado dejó de ser la fuente fundamental de riqueza. La

pirámide social se alteró de tal manera que los profesionales y técnicos

especializados pasaron a ocupar el último lugar en la escala social,

siendo reemplazados por los que negociaban con algún producto que

robaban al Estado y aquellos que en sus trabajos recibían alguna

ganancia en divisas. De esta forma, se desmoralizó aún más al cubano. El

trabajo y el estudio, ya no garantizaban ni el presente ni el futuro del

ciudadano común.

La sociedad se desmoronaba bajo el peso de las necesidades. Sólo muy

pocos lograron preservar en sus familias los principios y los valores

tradicionales de la cultura y la nacionalidad cubanas. El hambre y la

miseria acabaron la obra iniciada por el gobierno con el fin de deformar

y subyugar a la población. Una vez perdidas la dignidad, y la vergüenza,

cuesta mucho recuperarlas. Afortunadamente, no sería justo generalizar y

confiamos en que se imponga el cubano honrado, el cual se aprecia

todavía entre los que llegan a diario a Miami, aunque cada vez en menor

cantidad.

Todos los que estudiamos de alguna forma la sociedad sabemos que las

fábricas se construyen en unos años, las industrias se pueden echar a

andar con capital y trabajo en un corto plazo; los campos pueden volver

a producir en un tiempo relativamente breve; sin embargo, los valores y

los principios básicos de una sociedad hay que volverlos a sembrar y

esperar, a veces, generaciones enteras para que florezcan nuevamente.

Las crisis sociales son mucho más lentas de superar. Ojalá y podamos los

cubanos reconstruir nuestra sociedad en corto tiempo algún día.

Duelen aún en lo más profundo de nuestro ser las palabras del gobernante

Fidel Castro al jactarse de que las cubanas eran las prostitutas más

cultas del mundo. ¡Qué desvergüenza!

Y todavía hoy su hermano Raúl se atreve a criticar la pérdida de valores

del cubano y la corrupción existente a todos los niveles en el país,

cuándo han sido ellos mismos los responsables de esa degradación ¿ Puede

haber algo más desmoralizante para el ser humano que el ver que su

trabajo no le reporta lo necesario para vivir?

El régimen se debatió en esos años, y lo sigue haciendo, entre la

ineficacia económica y la crisis social. Los ánimos se caldeaban, el

descontento y las protestas aumentaban, algunas con cierto éxito como lo

tuvo el conocido Maleconazo de agosto de 1994, o la rebeldía de los

pueblos de Regla y Casablanca ante los crímenes del gobierno que

recrudeció la represión en su intento desesperado por frenar el

movimiento social que amenazaba por írsele de las manos. Las protestan

se multiplicaban en toda la Isla.

Consecuentemente, se incrementó el número de cubanos que desertaban y

pedían refugio en cualquier parte del mundo, otros muchos se lanzaron al

mar persiguiendo un sueño y una esperanza. Algunos, los que

sobrevivieron, comentan hoy que prefirieron arriesgarse e ir en pos de

la vida a morir en vida en una Cuba condenada al exterminio.

Por primera vez el régimen castrista se sintió en peligro, sabía que

estaba sentado sobre una bomba de tiempo, todos lo sabíamos, la

oposición interna y también el exilio cubano. Todos esperábamos ansiosos

y a la vez temerosos la explosión social que parecía ya inevitable.

Pero, ¿por qué no estalló la bomba? ¿Qué detuvo al pueblo cubano en ese

momento tan decisivo?

No cabe duda alguna que la tabla de salvación del castrismo, hasta

ahora, ha sido el subsidio venezolano; pero muchos pensarán con razón

que el miedo ha sido un factor determinante. Parece muy frágil la

respuesta, pero lleva implícita todo un conjunto de condicionamientos

sicosociales que no son tan simples de explicar y de asimilar. Sólo lo

pueden entender a cabalidad los que han vivido mucho tiempo bajo el

dominio del terror.

No es secreto para nadie que el miedo ha sido históricamente utilizado

por una minoría como instrumento de sometimiento de las mayorías. Por

supuesto que en las dictaduras, donde se violan a diario los derechos

fundamentales del hombre, son el uso del miedo y del terror las únicas

armas capaces de detener la rebelión social. Al menos, mientras demore

la sociedad en crear sus propios mecanismos de reacción, violenta o no.

El régimen cubano se encargó de crear desde el inicio y los ha

desarrollado durante toda su existencia una serie de instrumentos que

fue perfeccionando o renovando, según el momento, y que han contribuido

a sembrar en la población un miedo permanente, diríamos que existencial,

que ha prácticamente inhabilitado a muchos cubanos.

La inoculación del miedo iniciada por el régimen desde el comienzo mismo

de la revolución ha continuado perfilándose y ha dado sus frutos. Se

comenzó por alimentar la desconfianza y el temor entre la familia

cubana. Miembros de un mismo grupo familiar discrepaban políticamente y

los defensores del gobierno denunciaban a las autoridades castristas a

sus propios familiares. Luego, ese temor se trasladó a los centros de

estudio, donde los niños y adolescentes llegaron a acusar a sus padres y

a otros parientes por sus actividades conspirativas e incluso por sus

creencias religiosas. Así se les educó y se les inculcó el fanatismo

castrista.

Por otra parte, la exaltación y veneración irracional a un líder puede

conducir a los crímenes más horrendos, la historia de la humanidad está

plagada de ejemplos que tristemente se siguen incrementando cada día. De

ahí que la labor de todo dictador esté especialmente dirigida a la

exaltación de su ego y a la manipulación de las masas, principalmente de

los niños, adolescentes y jóvenes. Algo en lo que se ha especializado el

régimen castrista.

De igual forma, el temor se mantuvo y se ha alimentado en los centros

laborales. Las personas denuncian a sus compañeros de trabajo ante el

Partido, algunas veces por fanatismo, y otras por oportunismo. Esto

incrementa la desconfianza y elimina todo tipo de mancomunidad, lo que

sigue siendo vital para el régimen.

Por si esto fuera poco, en los barrios y en las calles continúan los

Comités de Defensa con igual impacto, pues ellos vigilan no sólo las

actividades o manifestaciones en contra del régimen, sino también como

vive cada familia, los que los visitan y con quiénes se reúnen. Esto

alimenta el odio y la envidia entre vecinos y provoca problemas

personales. Algo que el régimen ha explotado en diversos momentos en su

trayectoria mediante los actos de repudio a los que se iban por el

Mariel y que sigue utilizando hoy como evidencian los atropellos de que

son víctima los opositores internos.

Si agregamos a esta represión y control, las dificultades del diario

vivir y la preocupación por lo que se va a servir en la mesa familiar

cada día; es comprensible que el cubano común no tenga ni tiempo ni

espacio mental para pensar en qué hacer para cambiar el orden

establecido. Esa es la triste realidad, tiene que haber una labor muy

fuerte y sistemática de las organizaciones y figuras de la oposición

para lograr llamar la atención e involucrar a la mayoría del pueblo.

Perder el miedo

Si comparamos esta situación de los cubanos con la de otros países que

han sido víctimas de dictaduras recientes, podremos constatar la

similitud en los daños que provoca el miedo. Veamos cómo analiza el

chileno Adolfo Castillo el problema:

"…El miedo a la muerte, la tortura, el exilio, llevan al sin sentido y

de ahí a la pérdida de los límites morales y, por cierto, a la

abdicación de los ideales democráticos…

…La vida comienza a ser asumida como una confrontación cotidiana por la

sobrevivencia".[2]

Este miedo permanente es un reflejo condicionado, creado expresamente

por los dictadores para manipular a su antojo a su pueblo y es

independiente de la voluntad de éste. No se trata de cobardía, ni de

indolencia de nadie; su incapacidad para reaccionar orgánica y

oportunamente ha sido científicamente estudiada y, en consecuencia,

fríamente calculada.

No por gusto, Gandhi aseguraba, con mucha sabiduría, que hay que perder

el miedo, porque si pierdes el miedo al tirano este pierde su poder

sobre ti.[3] El dilema está en cómo lograr vencer a ese miedo, en cómo

perderlo.

Hasta dónde alcanzan los efectos de ese temor puede ser fácilmente

apreciado aún aquí en Estados Unidos, entre los cubanos recién llegados;

si los observamos bien, podremos apreciar cuanto demoran en expresarse

libremente y sin temor a ser reprimidos, o criticados. Sin embargo, ya

gozan de la libertad que les fue negada por tanto tiempo; pero el miedo

en que han vivido no es tan fácil de borrar de su conciencia y su conducta.

No es tarea simple contrarrestar el trabajo ideológico desarrollado por

el aparato

gubernamental para deformar al pueblo cubano. Eso lo sabemos únicamente,

los que lo padecimos por mucho tiempo. Sin embargo, esto es posible, si

se aprovechan bien sus propias debilidades y errores y se utilizan las

estrategias adecuadas.

Tampoco ha sido el miedo la única razón que ha contribuido a la

sobrevivencia del gobierno cubano, aun con el rechazo casi generalizado

de que es objeto internamente, incluso dentro su propia élite, y de su

creciente descrédito internacional. A pesar de los esfuerzos de sus

amigos presidentes latinoamericanos, tales como el fallecido Hugo

Chávez, Rafael Correa y Daniel Ortega, entre otros.

Desde el año 2000, hasta el momento actual, se han combinado otra vez un

conjunto de factores que han permitido la permanencia del castrismo en

el poder contra todos los pronósticos. Sobre todo, hay que tener en

consideración el resurgimiento en la palestra latinoamericana de un

populismo trasnochado o neopopulismo, protagonizado por Venezuela,

Ecuador y Argentina, que es seguido también por otros países que merecen

menor atención.

Como acontece en toda enfermedad terminal, hay períodos de cierta

recuperación, eso es lo que ha ocurrido con la economía cubana gracias a

la ayuda del petróleo venezolano y las remesas de los cubanos del

exterior. Sin estos dos factores, es muy probable que ni el miedo

hubiese podido detener el derrumbe estrepitoso del régimen.

Sin embargo, Raúl Castro consciente de la inestabilidad de esa aparente

revitalización, ha tomado recientemente una serie de medidas que

pretenden contribuir al crecimiento económico del país. Ahora bien,

analizadas estas bajo el prisma de momentos similares anteriores, no

parecen ser más que otro intento del castrismo por ganar tiempo. No nos

dejemos engañar por los cantos de sirena de un gobierno acosado por sus

deudas y su incapacidad económica.

Durante esta etapa se dio también una situación, que fue muy bien

utilizada por el régimen y muy poco aprovechada por la disidencia

interna y por el exilio. Se trata de la gravedad de Fidel Castro y su

dilatada sustitución en el poder por su hermano.

Estratagema o no, ya lo sabremos en algún momento, lo cierto es que la

ausencia pública del líder creó por casi un año una brecha importante en

el sistema y esa oportunidad la perdimos todos, los de allá y los de

acá; nos desgastamos en disquisiciones acerca de si sobrevivía o no el

mandatario y si su hermano, que sabíamos ambicionaba el papel

protagónico desde hacía mucho tiempo, haría los cambios necesarios para

una transición hacia la democracia. Las oportunidades se dan una sola

vez, y esa la dejamos pasar.

Desde luego que en esta etapa, al igual que en las anteriores, la

inseguridad y el miedo sembrados durante décadas, continúan limitando la

reacción organizada y unida del pueblo. Igualmente, la estrategia del

gobierno sigue siendo la misma: divide y vencerás, y hasta ahora hemos

permitido que le funcione.

Por otra parte, el temor al desencadenamiento de una guerra civil y su

costo en vidas ha sido y es hoy una preocupación latente tanto en los

opositores internos como en los exiliados que abogamos por una

transición pacífica a la democracia en Cuba. Esto actúa como un freno en

la mente de muchos. Sin embargo, todos sabemos que lamentablemente esto

no siempre es posible y a veces es un riesgo que hay que asumir.

Otro elemento que ha entorpecido el éxito de las acciones de la

disidencia y que ha contribuido a la permanencia del castrismo en el

poder, ha sido la falta de liderazgo tanto de la oposición interna como

en el exilio. Sólo temporalmente han sobresalido algunas cabezas, pero

muy eventualmente, y muchas veces han sido boicoteadas por los mismos

opositores, no sólo por el régimen castrista.

Mientras los cubanos no seamos capaces de dejar a un lado el ego, las

ambiciones personales, los prejuicios y no pongamos por delante de

nuestras discrepancias el bienestar de la patria, seguiremos aplastados

y manipulados por el castrismo.

En todo proceso, en toda acción, para que sea exitosa, tiene que haber

un líder, dejémonos de cuentos y no dilatemos más su elección. No

importa mucho quien sea, si se equivoca ya lo cambiaremos, lo que sí

importa es que estemos todos dispuestos a seguirlo y a apoyarlo.

De igual forma, es extremadamente importante secundar todo intento de

los opositores internos de denunciar y mejorar su situación y la del

pueblo cubano. El apoyo financiero, material y propagandístico que

seamos capaces de brindarles será lo que les permitirá involucrar cada

día a más cubanos, pues levantará su moral y probará que no están solos,

lo cual reforzará su prestigio e impacto social.

Sin embargo, por falta de visión o de iniciativa, no se han explotado lo

suficiente momentos tan importantes como lo fue el movimiento generado

alrededor del Proyecto Varela [4] en el año 2002, el presidio y la

liberación de Oscar Elías Biscet, el impacto de la muerte de Orlando

Zapata Tamayo, las manifestaciones de las Damas de Blanco y los

atropellos de que han sido víctimas, entre otras actividades

desarrolladas en la Isla, que han tenido una tibia y eventual respuesta

por parte del exilio. Es necesario lograr una mejor coordinación entre

los cubanos de adentro y de afuera si verdaderamente se quiere liquidar

al castrismo.

La falta de unidad que ha caracterizado a los luchadores cubanos dentro

y fuera de Cuba ha sido sin lugar a dudas nuestra principal limitación

en el enfrentamiento a los Castro. Y es lo que ha determinado la

prolongada agonía de nuestro pueblo. Ese ha sido y es nuestro reto.

Puede ser muy fácil para el gobierno totalitario apagar una voz, como ya

lo ha hecho tantas veces, encarcelar a un grupo que protesta, o

maltratar a mujeres indefensas, como ha ocurrido con las Damas de

Blanco; pero no sería tan simple controlar manifestaciones de protesta

que estallen al unísono en todo el país y que sean divulgadas al mundo

entero, incluida, claro está, la respuesta del régimen. Es cierto que

para ello se requiere mucha coordinación y esfuerzo, pero sobre todo,

unidad y liderazgo.

Hoy día existen varias organizaciones opositoras activas en Cuba, cada

una con su propio programa de acción para derrocar al régimen castrista.

Igualmente hay figuras que han escrito páginas heroicas y de dignidad en

su enfrentamiento a la tiranía, es decir, nos sobran líderes, pero

siguen sobrando también los desacuerdos. Lamentablemente no solo no se

han logrado unificar los esfuerzos de toda la oposición, sino que hasta

incluso algunos opositores se permiten el lujo de desacreditar y

combatir los proyectos de los otros; mientras esto ocurra seguirá el

castrismo ganando la partida.

No va a ser el Proyecto Emilia propuesto hace unos meses por Oscar Elías

Biscet, ni la Demanda Ciudadana por Otra Cuba de Antonio Rodiles, ni El

Camino del Pueblo por sí solos, por muy loables que nos parezcan cada

uno de ellos, los que logren derrocar al régimen. Es necesario unir

todos los esfuerzos para ser más efectivos. Es por eso que en el camino

a la unidad, puede ser crucial el paso dado por Guillermo Fariñas y José

Daniel Ferrer al fundir sus organizaciones en la Unión Patriótica de

Cuba (UNPACU). Tal vez, esto sirva de ejemplo y demuestre la viabilidad

de un programa común que contemple todas las demandas y respete la

autonomía de cada organización.

Algo bien distinto a lo acaecido hasta hoy pudiera ocurrir en lo

adelante en nuestro país si se pudieran unir todos los proyectos en un

solo programa que fuese puesto en práctica en Cuba y respaldado por los

cubanos que están fuera de ella. Ojalá y muy pronto, por el bien de

todos, podamos los cubanos vencer todas las barreras que nos han

separado hasta hoy y unidos, como un solo pueblo, emprendamos la lucha

final por la libertad definitiva de nuestra patria.

[1] El ciudadano llegó a tener que pagar en ese período entre 120,00 y

150,00 pesos cubanos para comprar un dólar y poder adquirir, en el

mercado en divisas, una botella de aceite o un jabón para bañarse.

Mientras que el salario promedio era tan sólo de 180,00 pesos en moneda

nacional. Luego crearon los llamados chavitos que el cubano se ve

obligado hasta hoy a comprar para tener acceso a ciertos productos; de

esta forma frenaron la libre circulación del dólar en el país.

[2] Adolfo Castillo. Gobernados por el miedo.

http://blog.latercera.com/blog/acastillo/entry/gobernados_por_el_miedo -

Chile.

[3] Gandhi. Reflexiones sobre la no violencia. Doc. P. 21.

[4] El Proyecto Varela, esfuerzo protagonizado por el ya fallecido

Oswaldo Payá, logró presentar al gobierno, en un inicio 11.200 firmas de

cubanos que haciendo valer los artículos de la Constitución vigente

desde 1976, pretendían lograr una apertura democrática en el país.

Desafortunadamente, el gobierno, una vez más, frustró el intento, con un

manipulado referendo popular improvisado en junio de 2002. Luego en 2003

se reunieron 14.000 firmas más, cifra muy superior a la exigida por la

ley, en apoyo a su única demanda, que se respetara el derecho de los

cubanos a expresar libremente su voluntad. Como tantas veces, la

voluntad del pueblo ha sido ignorada por el régimen.



Source: "¿Popularidad, complicidad o temor? (II) - Artículos - Cuba -

Cuba Encuentro" -

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/popularidad-complicidad-o-temor-ii-300535

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