Mercantilismo y disidencia
ALEJANDRO ARMENGOL
El mito de la autonomía empresarial del exilio cubano, y la defensa
denodada de sus miembros en favor de la menor participación posible del
Estado en la gestión económica, guarda una gran similitud con la actitud
emprendida por la oposición y disidencia dentro de la isla: considerar
que el camino hacia la transición democrática en Cuba debe transitar la
vía de la dependencia financiera a un gobierno extranjero.
La filosofía de la autonomía empresarial ha servido para que dichos
exiliados se consideren representantes ejemplares del neoliberalismo.
Aunque un análisis del desempeño de algunos capitales cubanos en Miami
muestra un panorama distinto, donde el mérito y la virtud en obtener
riquezas se encuentran más cerca de un astuto aprovechamiento de los
vínculos con el poder local, estatal y nacional en una forma que los
convierte, en la práctica, en paladines del mercantilismo —el modo
económico en que el poder gubernamental se pone de parte de determinados
grupos de interés para facilitarle la adquisición de prebendas,
contratos y ganancias— y no en competidores que miden sus fuerzas y
recursos en un mercado abierto.
Esta unión de negocios y política se encuentra en la raíz de las
posiciones de algunos líderes comunitarios, portavoces del exilio y
representantes políticos. Define sus conceptos y valores sobre lo que
consideran mejor para el futuro cubano y explica sus apoyos y rechazos
respecto a la forma de lidiar con el gobierno de la isla, sin considerar
las aspiraciones de quienes viven en ella.
Intereses comerciales y económicos que bajo un disfraz de patriotismo
intentan algo más simple: hacer negocios. Lo demás es ruido.
La consecuencia es que ha surgido un "anticastrismo" que es más un
empeño económico que un ideal político, alimentado en gran medida por
los fondos de los contribuyentes. El financiamiento a una disidencia mal
organizada, peor concebida y de resultados cuestionables es el canto de
cisne de esa industria.
Si el capitalismo y la democracia marchan unidos —reclamación dudosa que
postula buena parte de esa disidencia—, poner en práctica las
elementales normas de efectividad económica que rigen en el mercado
sería un paso necesario para lograr eficiencia y prestigio.
En este sentido se puede afirmar que la productividad del movimiento
opositor cubano está por el suelo; los costos resultan exorbitantes; el
"overhead" imposible de sostener; los gastos de representación por las
nubes y los beneficios marginales fuera de control.
Para lograr un cambio hacia la libertad en Cuba, muchos opositores
tienen poco que mostrar a su favor, salvo la última foto en una capital
de Europa o aquí en Estados Unidos, en Miami o Washington.
Más allá del mal uso y la falta de control sobre los millones de dólares
que desde hace años viene destinando EEUU para supuestamente hacer
avanzar la libertad en Cuba, hay varios aspectos que llaman la atención
en lo que hasta el momento no ha sido más que un gran derroche de fondos.
En primer lugar hay que señalar el desconocimiento y la prepotencia que
subyace en ese esfuerzo, aparentemente democrático y generoso, que por
años llevó a la impresión de miles de textos sobre la importancia de los
derechos humanos.
Lo que en un inicio pudo haber sido una labor educativa, se convirtió en
el pretexto perfecto para justificar costos de imprenta, compras en
librerías y elevados gastos de distribución.
El fundamento que determinó tal colosal botadera de dinero fue, en el
mejor de los casos, de un paternalismo grosero, por no decir una muestra
de racismo: quienes viven en la isla no han exigido mayores libertades
porque las desconocen.
El camino del aprendizaje —de acuerdo a esta estrategia— abriría las
puertas de una mayor conciencia ciudadana, con la consecuencia de un
aumento en las protestas y una mayor exigencia hacia el respeto de los
derechos humanos. Nada de esto ha ocurrido. Represión, si. Pero también
falta de interés de la ciudadanía ante problemas más perentorios.
El segundo aspecto llegó precisamente por el rumbo contrario. Si se
contabilizan los millones de dólares dedicados al incremento del
periodismo independiente en Cuba, y se contrapone esta cifra con el
valor de la información enviada desde la isla, hay que concluir que en
EEUU la palabra se paga a un alto precio. O al menos algunas palabras o
las palabras de algunos. No es exigirle demasiado a la prensa
independiente, sino el evitar sobrevalorar sus resultados y el admitir
como cierto lo que simplemente son comentarios dirigidos al gusto de un
exilio exiguo.
Sin embargo, los dos aspectos anteriores son hasta cierto punto
secundarios ante la situación actual: el derroche que representan
viajes, congresos y reuniones en los puntos más diversos del planeta y
planes de contingencia que no trascienden del esfuerzo mediático.
Lo que tiene que hacer Washington es poner freno a esos empeños
inútiles, y apostar por una verdadera transición a través del desarrollo
de la labor de emprendedores y trabajadores privados. Basta ya de votar
el dinero de los contribuyentes.
Source: Mercantilismo y disidencia | El Nuevo Herald El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/alejandro-armengol/article25618654.html
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