jueves, 13 de julio de 2017

Los derechos humanos como hoja de parra

Los derechos humanos como hoja de parra
La primera máxima de una política ética, y toda promoción de derechos
humanos tiene que necesariamente serlo, es no hacer daño
Arturo López-Levy, Denver | 13/07/2017 1:49 pm

El discurso de Donald Trump en rechazo al acercamiento hacia Cuba ha
expuesto no solo su desinformación sobre la Isla sino también las fallas
de algunos argumentos usados en la prensa liberal para defender la
política de Barack Obama. Al aceptar los términos de debate, desde la
descalificación total de la revolución cubana por la derecha
anti-normalización, la posición liberal rinde de entrada tres de sus más
poderosas razones contra el embargo/bloqueo: la moral, la legal y la
histórica.
Los artículos de opinión de Christopher Sabatini "Trump's imminent Cuba
problem" y "U.S.-Cuba policy change advocates: this is your ally" y el
editorial "A Cynical Reversal on Cuba" por el consejo editorial de The
New York Times son típicos ejemplos. Rechazan un recrudecimiento del
embargo, pero atribuyen a la política estadounidense hacia Cuba y los
defensores de las sanciones una autoridad moral por su oposición al
Gobierno cubano que no es justificada ni por la historia del conflicto,
ni por su postura hacia los derechos humanos como normas legales
internacionales.
Un tercer camino que no es tal
Sabatini dice que "el argumento de que la dureza del embargo equivale a
la defensa de los derechos humanos y el cambio político, es fallido
seria y moralmente en muchos niveles, lógicos e históricos". Sin
embargo, el "camino medio" que propone y sus argumentos son
instrumentales para promover los mismos fines del embargo; la imposición
ahora por medios pacíficos, de una visión sobre Cuba hecha en Washington
o Miami que niega cualquier legitimidad a la revolución cubana,
considerada por Marco Rubio "un accidente de la historia".
En esa lógica, la apertura del 17 de diciembre de 2014 hacia Cuba es
útil porque socava al Gobierno cubano, permite negociar acuerdos de
seguridad y contra el crimen internacional, y abre oportunidades de
negocios a los estadounidenses mientras se promueve a los sectores
privados emergentes de la economía cubana y los grupos opositores afines
a un cambio de régimen. Sabatini nos dice que "de cualquier manera los
ciudadanos cubanos pierden" porque Raúl Castro dará prioridad al
presupuesto del gas lacrimógeno, las balas de goma, los bastones
eléctricos y otros instrumentos de represión. Así acepta como válida la
ficción central usada contra la política de Obama: La cooperación
estadounidense con el Gobierno cubano debe ser mínima pues existe una
drástica separación del gobierno como usurpador de la soberanía, y el
pueblo cubano representado por los opositores, escogidos del gobierno
norteamericano de turno. El rol de Estados Unidos —en esa ficción— es
aupar a los cubanos para la libertad. Sabatini separa la política del
presidente Obama en una dimensión "brillante", que ejemplifica con su
discurso en La Habana, y otra "vergonzosa", representada en la
declaración de la Casa Blanca a propósito de la muerte de Fidel Castro.
Obama apenas definió a Fidel Castro como una figura compleja cuyo papel
en la historia de Cuba y el mundo, el futuro definiría. Sabatini no
explica su "camino medio" pero hubiese sido una torpeza diplomática
condenar al líder de la Revolución Cubana pues enconaría conflictos
entre cubanos y entre Cuba y EEUU. Las luces y sombras de la Revolución
son específicas a las políticas implementadas en cada área y corresponde
a los cubanos de cada época evaluarlas sin totalitarismos.
Sería lamentable que todo lo que se avanzó en la última administración
demócrata en la comprensión del peso del nacionalismo en la política
cubana, y la necesidad de respetar la soberanía cubana tal y como la
concibe el derecho internacional se pierda ahora en una acomodación
fáustica con los defensores del embargo. Uno de los retos políticos más
inmediatos en el tema de la ideología que recibirá el liderazgo cubano a
estrenarse en 2018 es la celebración del 60 aniversario del triunfo
revolucionario de 1959, y que celebrar: ¿El fin de la dictadura
batistiana? ¿La reivindicación de la soberanía frente a la intromisión
indebida estadounidense en los asuntos internos? Seguro. ¿La instalación
de un modelo de economía estatizada y unipartidismo? Mucho más polémico.
Habla bien de Barack Obama su preferencia por dejar a los cubanos
resolver esos dilemas del pasado mientras avanzaba el deshielo en su
último mes de mandato.
La defensa de la distensión a hurtadillas evita reivindicar dos momentos
gloriosos de la nueva visión sobre Cuba, como oportunidad y país en
transición, no como una amenaza a los EEUU. En Sudáfrica, Obama se
comportó con la dignidad de una superpotencia democrática. Saludó a Raúl
Castro, sin concesión alguna a Cuba sino a la realidad histórica del
papel de la Isla en la lucha contra el apartheid. Una lucha de derechos
humanos en la que los partidarios del embargo encabezados por Jesse
Helms y la Fundación Nacional Cubano-Americana estuvieron del lado
equivocado.
La declaración de Obama a la muerte de Fidel Castro respetó la realidad
de una personalidad compleja. El mismo Gobierno castrista que organizó
la campaña de alfabetización y otras medidas sociales que han abierto la
participación política a millones, sistematizó la exclusión y reclusión
sin juicio justo e imparcial de supuestos inadaptados sociales por
motivos ideológicos, y en cierto momento, hasta de orientación sexual.
Es un legado complejo en derechos humanos en que lo mejor que Estados
Unidos hace es dejar a los cubanos juzgar por sí mismos, fomentando la
empatía y una visión de futuro. Ingratos hubiesen sido los líderes de
Sudáfrica, Namibia, Angola, Argelia y otros países si no hubiesen ido al
funeral de Fidel Castro a agradecer en su persona los sacrificios del
pueblo cubano.
El otro gran momento en derechos humanos entre Cuba y EEUU bajo Obama
fue la colaboración en el África Occidental contra la epidemia de ébola.
Obama hizo lo que era ético, no solo lo que era instrumental al interés
nacional de los EEUU. Frente a partidarios del embargo que abogaban por
una posición criminal contra una cooperación que salvó miles de vidas,
la embajadora Samantha Power habló con orgullo de avanzar intereses y
valores comunes. No se trata de un tema de derecha o izquierda, sino de
lo que es correcto.
Cuba y EEUU pueden cooperar sin que sea necesario comulgar con las malas
prácticas en derechos humanos de los respectivos gobiernos. El derecho
internacional incita a criticar las violaciones de derechos humanos,
pero desde las normas y el multilateralismo, no con sanciones
unilaterales. El sistema internacional de derechos humanos solo tiene
sentido en marcos de respeto por la ley internacional. Se rinde
pleitesía a la manipulación partidista de los derechos humanos cuando se
ignora la forma en que el derecho internacional establece su promoción.
Estados Unidos tiene que aceptar la ley internacional como el marco
apropiado para su relación con Cuba. De la misma forma que Cuba debe
aceptar los convenios internacionales de derechos humanos como el marco
legal para la relación entre el gobierno y sus ciudadanos.
Todo menos derechos humanos: el embargo/bloqueo contra Cuba
El bloqueo/embargo nunca ha sido una política de derechos humanos sino
su negación. Su codificación en ley fue la obra magna de Jesse Helms,
defensor del racismo sureño contra afroamericanos y latinos, enemigo de
los derechos civiles en su propio estado. Cuando Trump proclama el
retorno a esa "ley" injusta restringe los derechos de los
estadounidenses. Eliminar esa política no es solo cuestión de
empresarios, militares y cabilderos, sino de los clérigos en las
iglesias, los medioambientalistas, los médicos y profesores, de la
mayoría moral del pueblo norteamericano en general.
Los legisladores pro-embargo del sur de la Florida abogan ante Trump por
restricciones para la mayoría de los estadounidenses en los viajes a
Cuba que ya no encuentran moral para persuadir a sus propios electores
cubano-americanos. Ese privilegio indebido otorgado a un grupo de
estadounidenses sobre otros es inmoral.
Los partidarios del embargo denuncian que no todos los norteamericanos
que viajan a Cuba se dedican a denunciar el deteriorado sistema de salud
y los arrestos a disidentes. En busca de balance, Sabatini critica a los
turistas norteamericanos en Cuba por pasearse en los carros de los años
50, indolentes a los problemas del pueblo cubano. ¿Cuál es la
inmoralidad? Ninguna. Es óptimo que cada viajero a Cuba o a cualquier
parte del mundo exhiba sensibilidad por la cultura, historia y política
del país anfitrión, pero tal comportamiento se cultiva con la
persuasión, no con restricciones. La política correcta para EEUU no se
alcanza tirando una diagonal de paralelogramo entre las líneas de los
defensores del embargo y sus oponentes. Hay posturas que son
irreconciliables. Si el embargo es una violación de los derechos humanos
de cubanos y norteamericanos como tal debe ser denunciada.
Sabatini explica cómo los cubanos vamos a ser más libres del comunismo
al recibir más viajeros de EEUU. Coincido con su visión, pero admito que
quizás no suceda así. Lo que sí queda fuera de duda es que el día que se
acabe el embargo, los norteamericanos vamos a ser más libres y
coherentes para practicar las libertades que predicamos. Ese ejemplo es
la mejor contribución que la democracia norteamericana puede hacer a la
democratización de Cuba.
La primera máxima de una política ética —y toda promoción de derechos
humanos tiene que necesariamente serlo— es no hacer daño. El uso de
sanciones se considera una herramienta legítima para condenar
violaciones de derechos humanos, pero solo bajo especificas
regulaciones. Las sanciones contra Cuba incumplen todos esos parámetros
del derecho internacional. Son unilaterales, condenadas por todos los
organismos multilaterales globales y hemisféricos, y violatorias de la
soberanía de Cuba y terceros países. Incluyen medicinas y alimentos,
agravan la situación de la población en general y no tienen ninguna
cláusula de terminación que fuerce una revaloración periódica de su
vigencia e impacto como estableció el consejo de seguridad de la ONU
para Iraq tras la invasión de Kuwait y el descubrimiento de violaciones
masivas del régimen internacional contra la proliferación de armas de
destrucción masiva.
La discusión sobre sanciones dirigidas a violadores específicos de
derechos humanos, códigos de responsabilidad social corporativa, o
ayudas con condicionalidad democrática carece de relevancia si el punto
de partida son castigos generales al pueblo cubano y la capacidad del
gobierno de implementar la realización progresiva de varios derechos
como el de salud, alimentación, educación y otros. Todo lo que se pueda
hacer en cooperación con el Gobierno cubano, particularmente con su
sector modernizador, debe procurarse. Obama puso fin a la incoherencia
de enviar a Alan Gross a proveer secreto acceso a Internet mientras en
EEUU. se prohibía al Gobierno cubano comprar equipamiento para ese mismo
propósito. Por primera vez desde 1959, la posición oficial
estadounidense pareció ser no contra el Gobierno o el pueblo cubano,
sino por la observancia de estándares internacionales.
Coincido con Sabatini en que el Gobierno cubano ha generado
resentimientos en la comunidad cubana en el exterior y en el pueblo
cubano por injusticias que ha cometido y comete. Esos traumas no
ocurrieron en un vacío. No hay que justificar ninguna de esas
violaciones para entender que la revolución cubana operó en un contexto
hostil a su soberanía. Existen legítimas reclamaciones contra Cuba, como
Cuba tiene legítimas reclamaciones contra EEUU. Cuba dio refugio a
fugitivos de la justicia estadounidense después de que EEUU irrespetó el
tratado de extradición de 1904 entre los dos países dando refugio a los
criminales de la dictadura de Fulgencio Batista, a la que apoyó hasta
apenas unos meses de su derrocamiento.
Nada positivo puede venir de una versión de buenos y malos en el
conflicto entre Estados Unidos como gran potencia y Cuba, el
archipiélago vecino en el Caribe, donde es urgente tener un ambiente de
cooperación, y que no es el patio trasero de nadie. La política exterior
no es el espacio ideal para terapia de catarsis. Como gran potencia, es
realista que Estados Unidos procure que Cuba acomode sus comportamientos
a un orden internacional bajo su hegemonía. Pero tal objetivo no se
alcanzará escogiendo cubanos favoritos ni castigando instituciones como
las fuerzas armadas cubanas.
De cara a la transición generacional en el liderazgo cubano en 2018,
Estados Unidos debe procurar una relación amistosa con todos los
sectores de Cuba, incluidas las Fuerzas Armadas y las fuerzas de
seguridad. Promover la democracia y los derechos humanos es ayudar
procesos y requerir garantías, no escoger preferidos en la política
interna de un Estado soberano.
Los activistas pro-embargo no son activistas de derechos humanos
En la medida en que el respeto estadounidense por la soberanía cubana lo
permita, con la normalidad exterior debe venir la normalidad interior. A
un país bajo asedio externo no se le puede pedir una democracia de paz.
De la misma forma, un país en condiciones normales no tiene pretextos de
emergencia para no respetar los derechos humanos de sus ciudadanos tal y
como están concebidos en los tratados internacionales. Si ese fuese el
caso, allí empezarían los intereses del Partido Comunista y terminarían
los de Cuba.
Como en política, es importante la secuencia, se prioriza lo que
entiende más urgente. El fin del embargo, fortalezca o no al Gobierno
cubano, de seguro destrabaría importantes dinámicas en Cuba de
liberalización y reforma que hoy, mientras exista esa política
norteamericana contra el nacionalismo cubano, están atadas. Los
inmorales no son los viajeros nostálgicos de los 50 ni aquellos que
prefieren priorizar la derrota del embargo. Esos ni ejecutan ni
promueven violación de derecho humano alguno.
Si a alguien le falta claridad es a los que llaman a defensores del
embargo "activistas pro-derechos humanos". No se pueden llamar tales
quienes invocan la democracia solo los domingos para criticar al
Gobierno cubano por impedir desfilar a las damas de blanco mientras
pisotean tantos derechos humanos de cubanos, norteamericanos y
ciudadanos de terceros países todos los días de la semana.
Este trabajo apareció publicado en OnCuba.

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