Publicado el 12-28-2006
La educación económica en Cuba
Por Jorge A. Sanguinetty
Cuba no comenzó a formar economistas hasta mediados de los años
cincuenta, cuando las universidades de Villanueva y de Oriente
inauguraron programas con ese fin. La Universidad de La Habana sólo
ofrecía algunas asignaturas de economía como apéndice a otras carreras,
como la de contabilidad. Hay que decir que el programa de economía en
Villanueva era de una alta calidad académica, capaz de formar toda una
generación de economistas que le hubieran prestado un gran servicio al
país. Desafortunadamente para Cuba, el gobierno revolucionario clausuró
la universidad en 1960. Impedir toda manifestación independiente de
liderazgo intelectual era la marca definitiva del totalitarismo que
comenzaba a invadir el país en forma de blitzkrieg.
En 1962, la Universidad de La Habana inauguró una carrera de economía de
cinco años que inicialmente prometía ser muy completa. Sin embargo se
convirtió en una ensalada educativa que combinaba una buena dosis de
matemática, con otra de marxismo y varias asignaturas poco o nada
integradas con el resto del currículo como las de análisis de
costo-beneficio o evaluación de proyectos, comercio internacional,
contabilidad (una incongruencia), análisis de insumo-producto,
planificación y una aberración con pretensiones escolásticas titulada
socialismo científico. Lo curioso de este programa de estudios era su
casi total desconexión con el aparato de dirección económica del país,
especialmente del sistema de planificación central.
En 1964, ya entrando en el tercer año de la carrera inaugurada dos años
antes, fueron los propios estudiantes de economía (habían comenzado 500
pero ya quedaban 105), que aprovechando una visita de Fidel Castro a la
universidad, se le aproximaron para quejarse de que a pesar de estarse
educando en esa disciplina sólo unos pocos trabajaban en cuestiones
económicas. Entonces el dictador, haciendo gala de sus poderes
absolutos, dio la orden de que todo estudiante de economía que así lo
deseara podría acogerse a una beca, devengando el mismo ingreso que
tenía como salario en su centro de trabajo. Los cien estudiantes que se
acogieron a las becas, se agruparon en determinados "equipos" de
investigación o trabajo especializados en diversos sectores de la
economía, como agricultura, industria, pesca, etc.
Aunque la historia de este bizarro episodio educativo está por
escribirse, con el tiempo los equipos se fueron disolviendo, sin dejar
evidencia que ese experimento en la formación de economistas haya hecho
una contribución importante a la economía cubana. Sin embargo, algunos
de los miembros iniciales marcharon al extranjero en viajes de estudio,
para luego volver a Cuba. Estudiantes de años sucesivos también fueron
al extranjero para participar en programas más o menos largos. Mientras
tanto, en la Universidad de La Habana hubo algunos cambios positivos
pero insuficientes en la formación de los economistas, como permitir
estudiar algunas obras que durante mucho tiempo se habían considerado
prohibidas por su carácter "burgués" o simplemente "revisionista" y por
lo tanto contrarrevolucionario. Pero a pesar de los cambios, la
formación de los economistas cubanos seguía sufriendo las desventajas
inherentes a la falta de libertad académica y del ejercicio profesional
que se necesita para la adquisición de experiencia, particularmente en
el ámbito internacional.
Irónicamente la planificación socialista se desarrolló en Cuba a partir
de la Junta Nacional de Planificación y del Ministerio de Economía,
ambos creados en los años cincuenta por el gobierno de Fulgencio
Batista. O sea, la semilla del "dirigismo económico", la noción de que
el estado podría manejar la economía o por lo menos el desarrollo de la
economía mejor que la empresa privada, ya se había plantado en Cuba.
Esto facilitó la aceptación ulterior de un sistema socialista por parte
del público general.
No teniendo Cuba suficientes economistas (y especialistas en otras
disciplinas como ciencias políticas) que pudieran influenciar el
pensamiento tanto de ciudadanos, políticos y periodistas, como de
legisladores y líderes gremiales, los argumentos a favor de lo que se
llamaba entonces "la libre empresa" no eran lo suficientemente
convincentes, ni gozaban de la credibilidad necesaria para ser tomados
en serio. Es extraordinario como el analfabetismo económico de la
sociedad cubana, hipnotizada por los acontecimientos de enero de 1959,
permitió la invasión victoriosa de ideas revolucionarias, a pesar del
estilo desorganizado e improvisado que caracterizaba la gerencia
política de Fidel Castro. Tácitamente, Cuba se declaró algo así como una
"sociedad abierta" a un invasor, en este caso de ideas, sin presentar
una resistencia organizada, pues carecía del liderazgo intelectual
necesario para levantar una defensa eficaz de sus instituciones y de lo
mucho que hasta entonces la república había logrado.
Me temo que actualmente Cuba esté peor que hace casi medio siglo en
cuanto al liderazgo intelectual que necesitará para todas las
dimensiones de su reconstrucción. En la isla, casi toda expresión de
liderazgo independiente se reprime, generalmente por el gobierno, pero
en muchos casos por otros cubanos. Fuera de Cuba, creo que se puede
afirmar que cualquier expresión potencial de liderazgo intelectual que
pudiera existir no cuenta con una masa crítica de seguidores como para
ser tomada en serio. ¿Por qué será esto? ¿Será porque no somos capaces
de formar o cultivar suficientes guías del pensamiento como lo hacen
otros países? ¿Es que sólo podemos ser seguidores de acción y, por lo
tanto, de caudillos? Yo no lo sé, pero confieso que me atribula la
posibilidad de que una respuesta radique en la falta de interés de
muchos de nuestros ciudadanos en estos temas.
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