sábado, 20 de abril de 2013

La conexión Venezuela-Cuba tras el 14A

La conexión Venezuela-Cuba tras el 14A



En su hora de mayor vulnerabilidad, Maduro se aferra a La Habana con

firmeza y está obligado a sacrificar parcialmente otras alianzas y

algunos vasallajes para mantener el envío de los cien mil y pico de

barriles que le aseguran, piensa él, la permanencia en el poder.

por Alvaro Vargas Llosa



Algo sucedió en Venezuela para que Nicolás Maduro, que la noche del

domingo 14 de abril, en su primera intervención tras el resultado dado

por el Consejo Nacional Electoral al 99 por ciento del escrutinio, había

aceptado un nuevo recuento de todos los votos, diera marcha atrás a la

mañana siguiente y se proclamara Presidente electo. Ese algo, a juicio

de la oposición pero también de miembros del régimen que han

suministrado información a diplomáticos y observadores extranjeros, fue

Cuba. Un dato clave a tener en cuenta ahora que se hacen tantas

conjeturas, en medio de la grave crisis de la economía venezolana, sobre

el futuro del subsidio del país llanero a Cuba.



Hay poderosas razones para sospechar que fue decisiva la participación

de La Habana con el propósito de evitar un escenario que podía acabar

dando el triunfo a la oposición o debilitando a Maduro de cara al propio

aparato de poder. El mismo Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea

Nacional y uno de los adversarios de Maduro dentro del Estado, publicó

un llamado a la autocrítica en su cuenta de Twitter que fue ampliamente

interpretado como un ataque a Maduro por haber perdido más de 700 mil

votos del total obtenido por Chávez en las presidenciales de octubre pasado.



En las horas siguientes sucedieron varias cosas que refuerzan esta

versión. Cuba anunció, por vía del viceministro de Salud, Roberto

González, que se mantendría la colaboración médica, es decir, la

presencia de miles de cooperantes de ese país. Es una confirmación que

nunca había sido necesario dar en tiempos de Chávez. Con poca diferencia

de horas, Maduro ratificó a Jorge Arreaza, el yerno de Chávez, casado

con Rosa Virginia, como vicepresidente ejecutivo, es decir como "número

dos" del gobierno. Arreaza fue una presencia constante y muy notoria al

lado de Chávez durante su tratamiento en La Habana y posteriormente

durante su lenta agonía, siempre junto a su esposa, Rosa Virginia, la

hija del mandatario, y de tanto en tanto junto a Nicolás Maduro y la

mujer de éste, Cilia Flores. Al grupo se sumaba, esporádicamente, Rafael

Ramírez, jefe de PDVSA, el ente petrolero. Este anillo político

alrededor de Chávez -lo que en algún texto pasado llamé el "núcleo

civil" del régimen sucesorio- organizó con Castro y compañía en La

Habana la transición venezolana del mandatario difunto a Maduro.



La ratificación de Arreaza era un mensaje muy claro de Maduro a Cuba que

quería decir: todo sigue igual. Pero también encerraba un mensaje al

aparato de poder en Venezuela: Cuba me respalda y cualquier intento de

moverme el piso será respondido sin contemplaciones con ayuda de la

inteligencia cubana.



Hay debate sobre cuándo, exactamente, empezó la relación de complicidad

entre Maduro y Cuba. En las últimas semanas ha aparecido el testimonio

de un ex agente secreto cubano, hoy exiliado en Estados Unidos, llamado

"Hernando", que asegura que Maduro fue reclutado por la Embajada cubana

en Caracas antes de que Chávez llegase al poder. Otros testimonios

hablan de una relación muy posterior. Maduro fue un sindicalista

vinculado al transporte y joven militante de grupos de izquierda

marxista. Su esposa, la hoy Procuradora de la República, es la abogada

que defendió a Chávez cuando el militar pasó por la cárcel tras su

intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez en 1992. Fue a

través de ella que Maduro se vinculó al futuro Presidente cuando éste,

ya en libertad, empezó a organizar su ascenso al poder.



Tuviera o no un antiguo nexo con Cuba, lo cierto es que fue sólo en su

condición de canciller, muy entrado el gobierno de Chávez, que Maduro

estrechó la relación con La Habana y se ganó la confianza de Raúl

Castro, cuya influencia en la decisión de nombrar delfín al hoy

cuestionado gobernante fue determinante. Mientras el ex militar,

vicepresidente del partido oficialista y jefe de la Asamblea Nacional,

Diosdado Cabello, y Elías Jaua, que ejercía de vicepresidente ejecutivo,

maniobraban para hacerse con la sucesión, Chávez recibía de Cuba

información y asesoría que iban empujándolo en la dirección de Maduro.

De esos tres colaboradores, el único en el que La Habana confiaba, según

información que Estados Unidos y Canadá han recabado en la propia isla,

era el ex conductor del Metro de Caracas y durante mucho tiempo

canciller venezolano.



Por eso, durante la etapa final de la enfermedad de Chávez, se vio a

Maduro viajar con frecuencia a La Habana y hacer grupo con Rosa Virginia

y Jorge Arreaza, a quien el agonizante mandatario ya veía como guardián

y garante de su revolución junto a Maduro. Recostarse sobre la familia

delataba un natural instinto de preservación en su hora de debilidad.



Desde la muerte de Chávez, ha surgido la pregunta: ¿podrá Venezuela

seguir sosteniendo a Cuba como lo ha hecho hasta ahora? El subsidio

venezolano se otorga en forma de petróleo, pero buena parte del crudo es

revendido por La Habana de tal forma que, además de cubrir sus

necesidades energéticas, la isla obtiene divisas para toda clase de

otras urgencias. Es un subsidio que supera en términos anuales el que

recibía Cuba de la Unión Soviética (y que alcanzaba entre cinco mil y

seis mil millones de dólares anuales).



Maduro no puede, en el estado de debilidad en que está, recortar ese

subsidio a Cuba. Por tanto, tiene que evaluar seriamente la posibilidad

de reducírselo al conjunto de países de Petrocaribe y de la Alba

(dieciocho en total, a lo que se suma Argentina, un caso aparte) que

también se benefician. Esto, porque hace mucho rato que los compromisos

venezolanos desbordaron las posibilidades reales de PDVSA y de la

atribulada contabilidad gubernamental. Todo ello en medio de una crisis

que implica un déficit fiscal de 15 por ciento del PIB, un aparato

productivo colapsado, una dependencia de las importaciones para

prácticamente todas las necesidades básicas y una inflación que supera

el 25 por ciento anual. Las realidades contables chocan hoy con el

diseño geopolítico del chavismo y ha llegado la hora de priorizar la

ayuda exterior, porque de lo contrario la situación interna puede poner

en riesgo la supervivencia del régimen.



El subsidio a los países que forman parte de Petrocaribe implica el

envío de petróleo en condiciones sumamente cómodas: los beneficiarios

tienen 25 años para pagarlos a tasas de interés mínimas (más o menos uno

por ciento); en muchos casos lo hacen en productos, no en dinero. Aunque

la cifra exacta varía, en total Caracas entrega unos 240 mil barriles

diarios, de los cuales algo más de 100 mil son para Cuba. El segundo

destinatario es la República Dominicana, con 50 mil barriles (la ayuda

le cubre 40 por ciento de la demanda energética). Pero otros países han

acumulado deudas muy significativas con Venezuela, que probablemente

nunca pagarán. Jamaica, por ejemplo, se ha beneficiado con el

equivalente a unos 2,400 millones de dólares, de los cuales no ha pagado

más de 150 millones.



En el caso de los países del Alba, el subsidio se da de muchas maneras,

además de envíos de petróleo en ciertos casos. Una es el suministro de

diésel y gasóleo, como el que recibe Bolivia y que La Paz revende en el

mercado local a un precio subvencionado. Ecuador también obtiene

combustible. Este país produce petróleo, pero tiene problemas para

refinarlo, por lo que en 2007 Chávez y Correa suscribieron un acuerdo

para que Quito enviara a Venezuela crudo a cambio de productos

refinados. También se dan casos al margen de la Alba de ayuda exterior

cuantiosa. Por ejemplo, la compra de deuda argentina (además del envío

de combustible a ese país también).



Los compromisos de Venezuela, sin embargo, no son sostenibles en los

volúmenes actuales. La empresa petrolera produce un millón doscientos

mil barriles diarios menos que cuando Chávez llegó al poder y la demanda

de combustibles por parte de sus aliados y dependientes es tal que la

propia Venezuela ha tenido en años recientes que importarlos para

reenviárselos a ellos. Una tercera parte del combustible enviado a

Ecuador desde 2009 ha sido en realidad importado en lugar de producido

por Venezuela.



Parte del problema viene del uso de los recursos del petróleo dentro de

la propia Venezuela. El gobierno subvenciona la gasolina a niveles que

han mantenido el precio de litro a unos tres centavos de dólar. En

total, el subsidio a la gasolina y al diésel dentro de Venezuela

representa casi unos 20 mil millones de dólares, más que lo destinado a

la educación y la salud. Cada año, el gobierno extrae de PDVSA unos 45

mil millones en forma tanto de impuestos y regalías como de contribución

al Fondo Nacional para el Desarrollo Endógeno. El resultado es una

empresa que se ha ido descapitalizando, por ejemplo con la falta de

renovación o expansión de las refinerías y del capital físico en

general, para no hablar de que la exploración de petróleo está detenida

en la práctica.



Todo esto habría producido una crisis mucho peor de la que ya hay si no

fuese por China, con la que Venezuela ha suscrito acuerdos. Pekín otorga

créditos y hace compromisos de inversión a cambio de que Caracas envíe

unos 600 mil barriles de crudo diarios. Pero, a medida que ha caído la

producción y han crecido los compromisos externos, la atadura que

representa ese envío de crudo a China ha obligado a Venezuela a

endeudarse más, ya que implica suministrar cientos de miles de barriles

al país asiático sin recibir dinero por ello (los créditos chinos fueron

recibidos anticipadamente y ya se han gastado). El resultado es una

deuda total con el exterior (incluyendo a China, pero a otros países

también) que, aunque no se publica nunca, los observadores

independientes creen que podría situarse entre los 150 mil y los 200 mil

millones de dólares.



Todo esto apunta a que, pase lo que pase políticamente, más temprano que

tarde se tendrán que reducir significativamente y priorizar los

subsidios de la petrodiplomacia (ya se habla abiertamente de una

disminución de lo que recibe Bolivia). Maduro, como antes Hugo Chávez,

tiene una fuerte dependencia política de La Habana. Esa dependencia se

relaciona con el soporte ideológico y político, y la ayuda en temas de

seguridad, que Cuba le otorga. Maduro necesita tratar de consolidarse

después de una sucesión cuestionada por los adversarios del régimen y

acaso amenazada por corrientes internas. En estos momentos, por tanto,

Maduro necesita a La Habana por razones que tienen mucho más que ver con

el manejo del aparato de control político que con Misión Milagro, Misión

Barrio Adentro y los demás programas que cuentan con participación

cubana. Chávez habló hace un par de años de unos 45 mil cubanos que

prestan ayuda en temas sociales, pero la cifra incluye un alto número de

agentes de seguridad y militares cuyo rol clave es sostener al gobierno

y defenderlo de sus adversarios.



Este es el escenario al que se enfrenta Maduro, en medio de graves

cuestionamientos a su legitimidad tras un proceso plagado de

irregularidades y un comportamiento autoritario que delata mucho

nerviosismo en el gobierno. Desde el exterior, los amigos, aliados y

satélites observan los acontecimientos con gran preocupación, pero

ninguno tanto como Cuba, cuyo gobierno a su vez depende para su

sostenimiento del subsidio venezolano. En su hora de mayor

vulnerabilidad, Maduro se aferra a La Habana con firmeza y está obligado

a sacrificar parcialmente otras alianzas y algunos vasallajes para

mantener el envío de los cien mil y pico de barriles que le aseguran,

piensa él, la permanencia en el poder.



http://diario.latercera.com/2013/04/20/01/contenido/reportajes/25-134893-9-la-conexion-venezuelacuba-tras-el-14a.shtml

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