sábado, 4 de mayo de 2013

Estabilidad política y estancamiento económico

Estabilidad política y estancamiento económico

Publicado 05-02-2013 por Alejandro Armengol



Hay una brecha entre la Cuba del ciudadano de a pie y la Cuba de

permanencia,

estabilidad y desarrollo; la visión que a los ojos del mundo intenta

ofrecer el régimen de La Habana. De su ensanchamiento o disminución

depende en buena medida el fracaso o el triunfo del gobierno de Raúl

Castro, no tanto en cuanto a su permanencia en el poder como en lograr

lo que nunca consiguió su hermano mayor: una eficiencia que permita

mejorar el nivel de vida de la ciudadanía no sobre actividades

marginales —fuera de lo establecido por las leyes y propias de

circunstancias específicas— sino mediante el desarrollo económico del país.

Confundir ese fracaso o triunfo con la caída del régimen es un error que

se repite en Miami sin cesar. No es la búsqueda de mayor democracia lo

que está en juego en La Habana. De lo que se trata es del intento de

encaminar al país en una estructura económica más eficiente, dentro de

un sistema totalitario, con un gobierno que funcione a esos fines. Lo

que se intenta es superar la etapa en que el líder supremo determinaba

tanto la participación en un conflicto bélico como un nuevo sabor de helado.

Ahora el país se arrastra entre la necesidad de que se multipliquen

supermercados,viviendas y empleos, y el miedo a que todo esto sea

imposible de alcanzar sin una sacudida que ponga en peligro o disminuya

notablemente el alcance de los centros de poder tradicionales. Hasta

ahora, las respuestas en favor de transformaciones solo han traído

desaliento. El avance económico y las posibilidades de empleo

sustituidas en buena medida por la vuelta al timbiriche. Siempre el

peligro del caos rondando la indecisión entre la permanencia y el cambio.

Cuba ha logrado con éxito vender su estabilidad, por encima de cualquier

esperanza de mayor libertad para sus ciudadanos. Las apariencias de

estabilidad, sin embargo, no deben hacer olvidar al gobierno cubano que

—en casi todas las naciones que han enfrentado una situación similar— lo

que ha resultado determinante, a la hora de definir el destino de un

modelo socialista, es la capacidad para lograr que se multipliquen no

mil escuelas de pensamiento sino centenares de supermercados y tiendas.

De esta manera, hay dos opciones, que no necesariamente tienen que tomar

en consideración un ideal democrático. El mantenimiento de un poder

férreo y obsoleto, que sobrevive por la capacidad de maniobrar frente a

las coyunturas internacionales y que en buena medida se sustenta en la

represión y el aniquilamiento de la voluntad individual, o el desarrollo

de una sociedad que avanza en lo económico y en la satisfacción de las

necesidades materiales de la población, sobre la base de una

discriminación económica y social creciente, y a la vez conserva el

monopolio político clásico del totalitarismo.

Esta disyuntiva, que abre un camino paralelo a las esperanzas de

adopción de cualquiera de las alternativas democráticas existentes en

Occidente, no es ajena a la realidad cubana.

Poco a poco ha surgido en Cuba la necesidad de decidir un camino entre

la China de hoy, de cara al futuro, y la Corea del Norte aferrada al

ayer. Por supuesto que ambas vías arrojan por la borda cualquier ilusión

democrática, pero no por ello son cada vez más reales ante la aceptación

—con disimulado júbilo o a regañadientes— de que la transformación

política en la isla es a largo plazo.

Cuba sigue esgrimiendo el argumento de plaza sitiada, y hasta ahora ha

contado con el "apoyo" del Gobierno norteamericano, empecinado en las

presiones económicas, que fundamentalmente afectan al ciudadano de a

pie, no importa donde viva. Poco ha hecho el gobierno de Barack Obama

para avanzar en una política más sensata hacia la isla, en su totalidad

y no solo respondiendo a los reclamos de la "línea dura" del exilio de

Miami. Resulta contradictorio alentar el desarrollo de una sociedad

civil en Cuba, y al mismo tiempo propiciar el aislamiento. No es nada

agradable, pero cada vez más resulta evidente que las alternativas para

Cuba son entre la estabilidad y el caos, y nadie en Washington quiere

una situación caótica a noventa millas de Estados Unidos.



Etiquetas: Cambios Economía Represión



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