Esclavitud moderna: los campamentos de carbón
La historia contada por los protagonistas, reos que cortan marabú y
hacen carbón en condiciones infrahumanas
martes, septiembre 1, 2015 | Roberto Rodríguez Cardona
GRANMA, Cuba – La vida actual de los presos en los campamentos de corte
de marabú y producción de carbón es poco conocida. Casi siempre están
ubicados en lugares distantes y solitarios, y por lo general no
permiten la visita de familiares para evitar que se conozcan las
verdaderas condiciones de vida de los reos que allí laboran.
En la provincia Granma existen varios de estos campamentos. Allí llevan
a trabajar a algunos reclusos de las Prisiones Provincial y Municipal de
Bayamo, conocidas como "Las Mangas", "El Típico" de Manzanillo y la
Prisión de San Ramón. Testimonios de familiares, entre ellos la madre de
uno de los presos, fueron fuente inspiradora para revelar qué ocurre en
uno de esos campamentos.
Declaraciones de algunos presos durante una visita al Campamento de
Reclusos de Guasimilla, en el municipio granmense de Bayamo, trasladados
allí desde la prisión Provincial de Las Mangas para cumplir con parte de
su castigo, desempeñándose como carboneros, ponen al desnudo la
lamentable historia de dolor y esclavitud moderna que viven a diario.
Aprovechando la escasa vigilancia, cuentan sus infortunios solicitando
de forma unánime el anonimato, por temor a represalias.
Las condiciones del campamento son pésimas y el trabajo duro. El
dormitorio es una nave rústica con piso cóncavo de tierra, que en los
días de lluvia se convierte en un lodazal. Según comenta uno de los que
allí viven, "los momentos más felices que he tenido aquí son cuando
estoy dormido, porque es la única manera en que puedo escapar del
sufrimiento que vivo".
Un viejo cortador dice: "esto parece un quimbo, tiene las paredes de
palos de marabú y el piso de tierra. Aquí es donde dormimos, las camas y
el bastidor también son de marabú. No es fácil dormir, pero el cansancio
te vence y acomoda'ito ahí duermes un poco; estamos en condiciones
adversas aquí, pero luchando a ver si nos ganamos los cinco días de
pase", y agrega, "pero sin mocha y sin hacha, ¿qué mierda me voy a
ganar? Así no salgo nunca de aquí".
Algunos prefieren hacerse una pequeña tienda buscando privacidad. El
cocinero, nos muestra una y, como dando una fórmula secreta de
arquitectura confiesa: "Esto se hace con cuatro horcones y un poco de
palos y sacos. Tiene que quedar bien forra'o, porque tú sabes cómo son
los presos; adentro se le hace una camita de palos y un espacio donde
poner las cosas y arriba yagua, yerba o lo que aparezca; lo tapas con un
nailon amarrado y ya".
"Están malas, pero es mejor que la nave", continúa su descripción el
preso. "Allá la lluvia y el frío no dejan dormir, los mosquitos parecen
abejas y son nubes de ellos, aquí por lo menos tienes privacidad y esos
sacos te protegen del viento y la lluvia", y señalando los huecos del
techo de paja añade: "por ahí se mete el agua cuando llueve pero se moja
menos que la nave".
La salud de estas personas es preocupante. En el campamento no hay
enfermería, transporte, ni personal médico, a pesar de estar distantes
más de tres km del poblado cercano. Cuando ocurren accidentes, heridas,
desmayos, pinchazos o dolencias, según la gravedad, es decisión del
soldado a cargo si el reo se traslada o no, si recibe atención médica.
Los casos de urgencia deben ser trasladados a pie y cargados en hombros
hasta el poblado.
Todos coinciden con la mala calidad y cantidad de alimentos, el agua
salobre y la inexistencia de condiciones de trabajo y medios de
seguridad. Un cortador joven señala un frondoso campo de marabú y
explica, "Ese es nuestro centro de trabajo (…) Es duro, ni a mi peor
enemigo se lo deseo, esto es de esclavos; pero desgraciadamente no somos
libres". Muestra sus manos callosas y agrietadas, mientras continúa:
"mira como se ponen las manos, a veces sangran de tanto apretar la
mocha, ya ni sentimos las ampollas por el día, pero en la noche arden y
duelen que parecen estar acalambradas".
El carbonero señala un horno y comenta, "ya este lleva dos días
quemando, ayer terminamos muertos de cansancio, cargando tierra y yerba
seca para tapar los boquetes que se les hacen. Quiera dios que llegue a
la tonelada para ver si nos dan pase. Si no alcanza, ni pase ni visita",
se seca el sudor y sigue: "hace un sol que raja piedras, pero esto hay
que estarlo velando día y noche y con el clima que haya".
El amontonador de carbón cuenta que "al desbaratar el horno quedan
carbones encendidos y el calor es infernal, esos rastrillos están muy
abiertos y tienes que repasar tres o cuatro veces el mismo tramo para
sacar todo el carbón posible y con una gente atrás apagándolo, porque
si se consume pierdes una pila de días de trabajo".
El que llenaba sacos interrumpió, "aquí estamos faja'os, ojalá esto dé
más de 30 sacos porque si no, se nos jode el pase", luego, mirando sus
robustos brazos, negros como su suerte, agrega, "el polvito del carbón
se te mete por los poros y pa' quitarlo es un dolor, por mucho que te
cubras se va para los pulmones y es una tosedera que no es fácil, eso no
lo paga nadie, imagínate qué salud puede quedarle a uno después de dos
años aquí".
Según dos reclusos del campamento de Veguitas, entrevistados durante un
pase, las condiciones son similares en todos ellos y sostienen que, al
perder la libertad, han querido arrebatarles la vida arrojándolos al
trabajo forzado y la esclavitud moderna. Sus familiares dicen haberse
quejado a las autoridades, sin obtener respuesta.
Mientras tanto, ese carbón de marabú que tanto sufrimiento causa a reos
y familiares se comercializa al exterior con gran demanda y aportando
jugosas ganancias al país.
Source: Esclavitud moderna: los campamentos de carbón | Cubanet -
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