lunes, 21 de septiembre de 2015

La repugnante tendencia a hipotecar el futuro

La repugnante tendencia a hipotecar el futuro
[21-09-2015 08:51:08]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- La política contemporánea ha demostrado
una voracidad de recursos casi infinita. La creatividad para alimentar
al Estado con más combustible para sus irresponsables travesías parece
inagotable. Antes era suficiente inventar impuestos o presentarlos de un
modo amigable para disimular su crueldad.
Aprendieron a diseñar renovados argumentos que en situaciones de
coyuntura dieran nacimiento a nuevos gravámenes bajo la promesa de
utilizarlos por poco tiempo, para luego derogarlos y volver a la
normalidad. Finalmente eso nunca sucede. La circunstancia fortuita que
originó el tributo es superada, nadie la recuerda, pero el impuesto
perdura eternamente.

Esa dinámica tiene un límite empírico que no depende de la imaginación
de sus iniciadores ni de la saciedad de los recaudadores. La presión
impositiva tiene una frontera, más allá de la cual, su incremento
produce un efecto inverso al deseado. Ya no se recauda más y solo se
consigue menos.

Pero los gobernantes de este tiempo saben que disponen de otras
herramientas para continuar con el despilfarro que tanto los apasiona.
Algunos pocos han intentado el camino de la emisión de moneda como
variante, pese a las nefastas implicancias conocidas de este artilugio.

La emisión causa inflación y ese aumento generalizado de los precios
empobrece a toda la sociedad, en especial a los más débiles, quitándole
una porción significativa de sus ingresos, esos que no pueden
actualizar. Es paradójico que sean los gobiernos populistas, los mismos
que mientras dicen defender al pueblo sostienen ese atroz esquema desde
hace décadas.

La inflación ha dejado de ser un tema relevante en la agenda económica
universal, sin embargo a ciertos políticos demagogos no les ha quedado
mejor opción que esta para continuar con sus dislates. Financiar el
gasto estatal es un dilema enorme, sobre todo cuando la sociedad parece
estar convencida de que el Estado debe hacer de todo por los ciudadanos.

Bajo esa mirada, los gobiernos precisan de mucho dinero y no existe
fuente mágica que los provea. Son los individuos los que producen
riquezas, los que tendrán que resignar parte de ese dinero logrado para
que el Estado pueda funcionar, ya no solo para cumplir sus funciones
esenciales, sino también esas otras que a tantos les fascina sin
entender que ellos mismos solventan esas excéntricas andanzas para
provecho de unos pocos.

En un escenario casi dantesco, se incorpora a este juego la más perversa
de las alternativas, la del endeudamiento, esa que permite que los
gobernantes gasten ahora lo que pagarán otras gestiones y las siguientes
generaciones.

Muchas personas cultas e informadas, que han accedido a educación de
primer nivel, han caído en esta trampa intelectual de validar un
instrumento ruin. Comparar las decisiones económicas de un particular
con las del Estado puede ser didácticamente tentador, pero su naturaleza
no puede ser deliberadamente tergiversada para manipular una conclusión
conveniente.

Una persona decide como invertir su dinero, ese que ha logrado gracias
al fruto de su esfuerzo y tiene toda la potestad de hacerlo ya que lo ha
conseguido por mérito propio. Si decidiera pedir un empréstito, los
riesgos correrían por su cuenta. Si acierta será su éxito y si ha sido
un error, deberá pagarlo con más sacrificio personal. Un seguro podría,
inclusive, cubrir su muerte evitando que sus sucesores hereden esa carga.

En el Estado un grupo de personas son elegidas por la gente para
administrar el presente cuando se integran al gobierno. Los funcionarios
de turno, no son los propietarios del dinero disponible, ni tampoco de
lo que pudieran obtener. Ellos solo administran lo ajeno por un tiempo
acotado y eso implica una enorme responsabilidad, superior a la de
manejar lo propio.

Por eso, cuando los Estados se endeudan, emiten bonos para ser
cancelados en otro momento o con cualquier otro ardid que la ingeniera
financiera moderna pone al servicio de este tipo de decisiones, se está
ejerciendo una actitud no solo equivocada sino altamente despreciable.

No se tiene autoridad moral para gastar hoy y que la cuenta la pague el
que viene. Si se admitiera la incorrecta visión de compararlo con la
vida particular, ningún padre sería tan canalla de usar el dinero de un
préstamo para darse placeres ahora y endosarles a sus hijos o nietos el
pago de sus descuidos. Sin embargo, la mayoría de los intelectuales y
académicos parecen respaldar esta postura que permite a los Estados
endeudarse. Les resulta natural, habitual, cotidiano y por lo tanto
aceptable.

No sería aconsejable tomar en cuenta la opinión de los políticos en este
asunto. Después de todo ellos toman la decisión, se endeudan, gastan
ahora dinero de terceros y se lo hacen pagar a otros. Difícilmente
estarían en desacuerdo con esa posición. Es justamente por eso que lo
promueven.

El problema de fondo es que, por ahora, la llave la tienen los
beneficiarios. Los políticos solo deben conseguir apoyo legislativo para
endeudarse. Los que votan en los cuerpos colegiados son parte de la
misma casta y solo se preparan para usufructuar el resultado sin
necesidad de hacerse cargo de las consecuencias que esas determinaciones
traen consigo.

Son los ciudadanos los que deben ponerle freno a este ridículo
mecanismo. Son pocos los que se han dado cuenta de cómo funciona esta
absurda modalidad descomunalmente letal para las sociedades. Aún no ha
sido suficiente para detener esta repugnante tendencia a hipotecar el
futuro.

Source: La repugnante tendencia a hipotecar el futuro - Misceláneas de
Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/55ffa8dc3a682e0314721369#.Vf_WTvmqqko

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