miércoles, 5 de julio de 2017

Trump y Cuba - Juan Antonio Blanco

Trump y Cuba
JUAN ANTONIO BLANCO | Miami | 5 de Julio de 2017 - 13:31 CEST.

Un poco contradictoria es la campaña que realizan ahora, bajo la
administración de Trump, los que impulsaron el acercamiento a Raúl
Castro bajo el anterior presidente de EEUU.

Por una parte, desean convencernos de que nada ha cambiado. Esos son los
defensores del "legado" de Obama que opinan que las políticas del
expresidente, sean las de Cuba o el Obamacare, son tan sólidas,
populares y beneficiosas que es imposible deshacerlas.

Por otra parte, están las líneas de desinformación que provienen de
Cuba, con diversidad de argumentos para que cada público seleccione el
que más le apetezca. Son todos alarmistas, pero tocan temas diversos. En
esencia nos aseguran que las nuevas medidas serán fácilmente violadas
por el Estado cubano y solo afectarán a la población. Además insisten en
que solo servirán para fortalecer "la línea dura" de la cúpula de poder.

Son demasiados asuntos a responder en un solo artículo de opinión que
debe respetar ciertos límites de extensión. Por ello me limitaré a dar
mi criterio sobre la pregunta más recurrente: "¿Considera que la llamada
nueva política hacia Cuba del presidente Trump es realmente diferente a
la de su predecesor, o estima que es solo la retórica lo que ha cambiado?"

Perdonen que me extienda en la respuesta que, de sintetizarse, sería la
siguiente: hay tres claras diferencias sustantivas, además de un
evidente giro retórico. Me concentraré en lo primero.

El embargo 'a Cuba' ya no existe

En primer lugar, las sanciones del embargo quedan clara y
definitivamente restringidas al sector estatal y, en especial dentro de
él, a las empresas controladas por los militares. Del embargo "a la
nación cubana" se ha pasado a un "embargo al Estado cubano".
Las empresas privadas nacionales quedan excluidas de las sanciones.

Para Obama que avanzó inicialmente en esa dirección, esa lógica era
apenas una coartada para proseguir hacia su verdadero objetivo: el
levantamiento de las sanciones contra el Estado cubano. Para Trump, el
apoyo al sector privado, combinado con las sanciones al Estado cubano,
constituyen la esencia de su política hacia la Isla.

Ese incipiente sector nacional privado está sometido al embargo del
Gobierno cubano, que no desea que se desarrolle, pero ya está claro que
puede tener transacciones económicas directas con EEUU. Para no
perjudicar a la población, e incluso a los cubanoamericanos, se han
hecho concesiones al embargo en materia de comunicaciones y otras áreas,
que pudieron haber sido técnicamente revertidas, como son los vuelos de
compañías americanas, los viajes en cruceros o las comunicaciones
telefónicas y de internet. También sigue en pie la autorización para
vender alimentos y medicinas.

Pero ya no es posible decir que las sanciones están dirigidas a
empobrecer al pueblo cubano. A eso se dedica realmente el Gobierno de la
Isla, cuando insiste en un modelo estatista obsoleto y en cercar al
talento emprendedor del ciudadano en un corralito de precario
cuentapropismo, múltiples controles legales y excesivos gravámenes fiscales.

Si Raúl Castro levantase su embargo interno, y tratase a la empresa
privada nacional del mismo modo (¡al menos!) que a la expresa
extranjera, la economía cubana daría un salto inmediato y comenzaría a
verse prosperidad de forma palpable. Pero no quiere. Prefiere mantener
el status quo autoritario y estatista, mientras se enreda en una nueva
campaña de propaganda contra Washington, acusando esta vez al embargo
contra sus militares y empresas estatales de la agudización de la
endémica escasez y de la precariedad del trabajo por cuenta propia.

Amenaza a la seguridad regional y estadounidense

En segundo término, esta política parte de premisas realistas sobre la
naturaleza del régimen cubano, la mentalidad antiestadounidense y
antirreformista de sus dirigentes y el peligro que esos factores
representan para los intereses de la seguridad regional y estadounidense.

Obama basó su enfoque en el falso criterio —sembrado en la comunidad de
inteligencia de EEUU por la espía Ana Belén Montes y en sectores
académicos por individuos colaboradores o vinculados a la inteligencia
cubana— de que al ser Cuba un país pobre, el único peligro real era que
colapsara el Gobierno cubano y se produjese un éxodo hacia EEUU. Según
esa trasnochada hipótesis —todavía aceptada por muchos— obraba en
interés de la seguridad nacional estadounidense afianzar en el poder a
los hermanos Castro y, al hacerlo, quizás (era apenas una esperanza)
ellos evolucionarían hacia posiciones más flexibles.

Pero un breve recorrido histórico demuestra otra cosa. Cuba no era mucho
más próspera y tenía los mismos dirigentes cuando se emplazaron cohetes
nucleares soviéticos, y se exportaron guerrillas y fuerzas militares
regulares a América Latina, África y Asia. Su debilidad económica tras
la desaparición de la URSS no le ha impedido colonizar Venezuela y
convertirla en su plataforma exterior narcoterrorista. Hay países y
regímenes que no solo violan los derechos humanos, sino ponen en peligro
la estabilidad y seguridad internacionales. El Eje Cubazuela es uno de
ellos.

Obama pasó por alto que, bajo sus dos administraciones, La Habana creó
una narcocolonia terrorista en Venezuela, contrabandeó armas con su
aliado de Corea del Norte y se apoderó de un misil Hellfire en medio de
las negociaciones bilaterales y, además, según el director de la CIA,
constituye el segundo servicio de inteligencia más agresivo contra
Washington. Nadie quiso ver que Cuba era parte integral de la nueva
alianza antioccidental pos-Guerra Fría, la cual, con apoyos selectivos
de Rusia y China, está compuesta fundamentalmente por estados represivos
como Irán, Corea del Norte, Siria, Cuba, Venezuela, y por fuerzas
irregulares de algunos grupos narcoterroristas como las FARC y Hezbolá.
Tampoco desearon entender que fue el Eje Cubazuela el que impulsó una
red de relaciones políticas hemisféricas antiestadounidenses, como
el ALBA y CELAC.

Sobre todo nunca comprendieron que la motivación de las elites de poder
en La Habana y Caracas no era la búsqueda de un "nuevo socialismo" para
el siglo XXI, sino alcanzar un lugar central en la globalizada economía
política del narcotráfico. La confrontación aquí no es con el comunismo,
sino con dos regímenes dirigidos por elites mafiosas que se apoyan en
otros Estados autoritarios y organizaciones criminales transnacionales y
fuerzas terroristas.

Al renunciar a una política dirigida a cambiar al régimen cubano, Obama
perdió de vista que son precisamente el obsoleto sistema que impera en
Cuba y los líderes de ese país, los que generan los éxodos y ponen en
peligro la estabilidad y seguridad regional.

El 'deshielo' tuvo un origen ilegítimo

En tercer lugar, la política de Obama hacia Cuba nació de forma
ilegítima, porque no fue elaborada ni consultada con el concurso
institucional de las agencias federales y del Congreso. La propia
subsecretaria de Estado, Roberta S. Jacobson, se enteró de las
conversaciones y sus resultados cuando los hechos estaban básicamente
consumados, según su propia confesión ante el Congreso.

Esa política se ejecutó al estilo de una conspiración palaciega por
parte de un grupo muy limitado de personas en la Casa Blanca, y
poquísimas consultadas fuera del Gobierno. Dado su origen torcido, tuvo
que ser construida de principio a fin apoyándose en directivas
presidenciales, que ni siquiera podría llamárseles propiamente
"ejecutivas" porque, a excepción de la Casa Blanca, las agencias del
Gobierno federal fueron usadas básicamente para implementarla, no para
cuestionar su sabiduría.

Fue coordinada principalmente por Ben Rhodes, un joven redactor de
discursos que devino consejero presidencial íntimo del presidente. Según
testimonios suyos posteriores, en su elaboración trabajaron, recluidos
discretamente en una oficina del Departamento de Estado, sin
identificación en la puerta, Luis Zúñiga y un alto ejecutivo de Balsera
Communications, una empresa privada invitada a gestar un cambio de
política que no estaba siendo consultado con los líderes de las
instituciones gubernamentales pertinentes. Al primero, se le creía en la
Casa Blanca un "conocedor de Cuba", por haber sido un funcionario
temporal de la SINA, donde apenas podía moverse en círculos de
opositores, dentro de un radio geográfico muy limitado. Al segundo, se
le conocía como empresario y especialista en marketing, y debía aportar
una estrategia de persuasión pública.

Entre ambos, además de contribuir con sus opiniones, tenían que aportar
las narrativas para vender una política que no había sido consensuada o
consultada fuera de un muy reducido círculo. Venderla suponía ajustar el
discurso a cada público específico, y realizar encuestas cuyas muestras
y cuestionarios selectivos generarían las respuestas que se buscaban
para promover titulares de prensa favorables al acercamiento a Raúl Castro.

El "deshielo" fue una gigantesca operación de marketing político que no
tuvo que ser financiada por el servicio de inteligencia cubano.

La política anunciada ahora por Trump siguió durante algunos meses una
trayectoria de consultas institucionales con diversas agencias federales
—todavía ocupadas en su mayoría por funcionarios de la época de Obama—,
congresistas, organizaciones de la sociedad civil estadounidense y
activistas cubanos.

Conclusión

Usted puede ser demócrata o republicano y opinar lo que desee sobre el
actual presidente de EEUU y sus tuits. También puede discrepar de algún
que otro aspecto de esta nueva política hacia Cuba. Pero no admite
debate que el origen de este giro, a diferencia del llamado "deshielo",
es institucionalmente legítimo. Y, por otro lado, que tanto su contenido
como su conceptualización son claramente distintos a los de Obama.

Es cierto que ahora se abre una lucha para asegurar mecanismos eficaces
para su implementación y el nombramiento de nuevos funcionarios que
traten de impulsarla en lugar de sabotearla. También es cierto que es
imprescindible explicar la nueva política con sistematicidad y eficacia.
Y, como ocurre con cualquier reorientación, sea doméstica o exterior,
queda por ver si obtiene el resultado que se busca.

Pero de lo que se puede estar seguro con toda certeza es que la anterior
política era ya un evidente fracaso, y su continuación habría
representado un daño irreparable a la causa de una Cuba democrática,
próspera y libre.

Durante el supuesto "deshielo", La Habana arreció la represión interna,
las reformas se estancaron, la coalición criminal con el régimen de
Venezuela fue ostensible, el éxodo de cubanos alcanzó su máxima
expresión y solo se detuvo con la derogación de la política de "pies
secos, pies mojados". Todo lo contrario de lo que prometieron a Obama
sus consejeros.

Tampoco en América Latina se cumplieron las expectativas de Obama, quien
se dejó llevar por la utópica idea de que una retirada de EEUU en todo
el planeta permitiría que los focos de conflicto se resolviesen de
manera favorable. Eso no era otra cosa que una suerte de apaciguamiento
aislacionista al que sus asesores bautizaron como "paciencia
estratégica". Los resultados son obvios.

Todo vacío de poder que fue generado por esa genuina miopía estratégica
norteamericana resultó nuevamente disputado por las peores fuerzas. En
América Latina la herencia que dejó atrás fue la quiebra de
la Organización de Estados Americanos (OEA) y la continuada evolución
criminal del Eje Cubazuela.

En el caso de Cuba, irónicamente, nadie hizo más que Raúl Castro por
asegurar el fracaso de esa trasnochada política. Algo fácilmente
predecible que se pudo evitar si los artífices de este naufragio no se
hubiesen mostrado tan arrogantes.

Si hay algún "legado cubano" del presidente Obama, lamentablemente es
ese desastre, del cual solo se salva su formidable discurso al pueblo
cubano, en un teatro lleno por la elite de poder, durante su visita a La
Habana.

Source: Trump y Cuba | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1499254289_32330.html

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