lunes, 9 de abril de 2012

Las peripecias de los cuentapropistas en Cuba

Sufren dificultades para mantener sus negocios

Las peripecias de los cuentapropistas en Cuba
MIMI WHITEFIELD
mwhitefield@MiamiHerald.com

Santiago de Cuba -- Mientras Denia Ojeda Oliva le aplica un tinte de
pelo a una clienta en el salón de belleza Ibis, se lamenta del alto
costo de los productos de belleza.

Pero eso es sólo una de las preocupaciones en el Ibis desde que el salón
fue convertido de estatal en propiedad de los empleados, que hoy pagan
impuestos al gobierno.

Como cuentapropistas, deben preocuparse de pagar la cuenta de la
electricidad, el mantenimiento de la tienda, y, por supuesto, los
impuestos, que ellos consideran un poco excesivos.

"Estamos agradecidos por el nuevo sistema, pero necesitamos un poco de
ayuda para mantener el nivel de belleza que queremos garantizar", dice
Iminsy Ross, una manicurista que recibe a las clientas junto una bandeja
de esmaltes de uñas de colores brillantes, a la entrada del negocio.

Frente a la realidad de que ya no podía permitirse el lujo de mantener a
casi toda la población trabajadora en las nóminas estatales, el gobierno
comenzó a adoptar en serio el concepto del trabajo por cuenta propia
hace unos dos años.

En primer lugar, anunció que quería salir de los negocios de los salones
de belleza y de barbería, y transferir esos establecimientos a los
trabajadores, y luego, en septiembre del 2010, el gobernante Raúl Castro
reveló planes para trasladar a 500,000 trabajadores estatales a empleos
por cuenta propia para marzo del 2012, y el doble de esa cifra para el 2014.

Pero la transición se está operando mucho más lentamente que lo
esperado, y los despidos en las nóminas del Estado no se han acercado
esos objetivos. Según las últimas cifras del Ministerio de Trabajo y
Seguridad Social de Cuba, 371,000 personas tienen ahora licencias de
trabajo por cuenta propia. Pero algunas de ellas ya estaban trabajando
por debajo la mesa, y se aprovecharon del cambio para legalizar su
situación.

Sin embargo, en esta ciudad del sureste de Cuba, uno no tiene que mirar
muy lejos para encontrar a los empresarios en ciernes, desde fotógrafos
de bodas y manicuristas a cerrajeros y afinadores de pianos. Con mucho,
la categoría más amplia es la de los vendedores de alimentos, que
ofrecen de todo, desde dulces de maní, pizzas y barquillos de helado en
las calles, hasta langostas a la parrilla y camarones en los
restaurantes privados llamados paladares.

El autoempleo se permite en 181 categorías de trabajos, pero algunos de
los cuentapropistas han extendido la definición de lo que se les
autoriza a hacer.

La licencia de Soel Quintana, por ejemplo, dice que es un "sastre
modisto". Pero él dice: "No hay mercado para eso en Cuba".

"A la gente de aquí le gustan los tejidos elásticos, las camisetas con
apliques brillantes", dice su esposa, Derleny Kindelán Revé. "O les
gustan los pantalones como éstos", dice ella, señalando los pantalones
vaqueros descoloridos de su marido, con cierres decorativos. "¿Dónde
puede uno conseguir tejidos como éstos para hacer ropa?"

Así que Quintana les compra a las personas que llegan con bolsas llenas
de ropa y zapatos de Miami, Ecuador, Perú —incluso de Europa— y revende
los productos. Reside en La Habana, pero con frecuencia hace el viaje a
Santiago, donde su familia vive de vender ropa a "amigos y gente de
confianza".

Entre los artículos de mayor venta están los zapatos de tacones altos de
Miami, tachonados con piedras de imitación, y las zapatillas deportivas
Converse.

Las ventas suben y bajan, dice él, pero en una buena semana puede ganar
alrededor de $100. Con sus ganancias, tiene que pagar 110 pesos
(alrededor de $4.60) al mes al gobierno, y 260 pesos cada tres meses, dice.

Kindelán tiene la licencia de manicurista desde hace sólo un mes, pero
ella dice que se aseguró de obtenerla antes de empezar a pintar uñas.
Ahora pone una pequeña mesa hecha a mano, con una luz fluorescente, en
la entrada del edificio de apartamentos donde vive, en el centro de
Santiago, y su negocio está listo para funcionar.

Kindelán muestra una parte de su trabajo: sus propias uñas, que están
adornadas con pequeñas flores tridimensionales. Pero tal como los
trabajadores del Ibis han descubierto, esa belleza tiene un precio.

"Todo lo que tiene que ver con las uñas es en moneda fuerte", dice ella.

Cuba tiene un sistema de doble moneda: los salarios y la mayoría de las
cosas que se compran y se venden en la vida diaria, son en pesos
cubanos, pero los productos más escasos y los importados, así como los
gastos de turismo, se calculan utilizando el peso cubano convertible
(CUC). Un CUC equivale a 24 pesos cubanos, por lo que resulta muy caro
para los cubanos comprar los artículos que se venden en pesos convertibles.

Mientras ella explica su dilema, una mujer llega a su apartamento con un
saco lleno de productos extranjeros que está ofreciendo a precios de
CUC. Saca un juego de apliques para las uñas de República Dominicana,
pero Kindelán no lo compra, porque es demasiado caro.

Ese comercio por debajo de la mesa es a menudo la savia que alimenta a
los nuevos empresarios de Cuba, y las llamadas "mulas" se ganan la vida
transportando en su equipaje productos que están en demanda en Cuba,
como supuestos regalos para amigos y familiares. La vendedora se niega a
dar su nombre y no quiere que le tomen fotos.

Otros microempresarios hacen un esfuerzo para jugar de acuerdo con las
reglas.

El zapatero Leonel Perú Mengana, por ejemplo, ha puesto una tienda en
una acera de la calle Heredia, y cose pacientemente la suela de un
zapato tenis de color negro. Guarda todos sus documentos importantes en
un maletín colocado sobre un banco cercano: su licencia y documentación,
que demuestran que paga 50 pesos al mes en impuestos y 87.50 pesos para
la seguridad social.

"Hay unos cuantos inspectores en la calle", dice Perú, que solía
trabajar en la construcción marítima. "Afortunadamente, ninguno ha
venido por aquí, pero estoy listo".

Va a cobrar 15 pesos por poner suelas nuevas a los zapatos tenis, y 5
pesos por poner tacones nuevos a un par de sandalias floreadas de tacón
alto.

Es difícil conseguir suministros, especialmente pegamento. "Algunas
cosas las recibo de fuera de Cuba; algunas herramientas las tengo que
inventar", dice mientras clava una fuerte aguja en los zapatos tenis.

"Un hombre muy viejo en mi edificio me enseñó este oficio hace 20 años",
dice. "Hay días en que no hago casi nada; otros días, está bien. Es
suficiente sólo para conseguir comida para la casa".

"Trabajo porque tengo que sobrevivir, pero también me gusta esta
profesión", dice Perú.

Otra variante del autoempleo consiste en aferrarse a un trabajo del
estado y trabajar colateralmente.

Alejandro Enis Almenares es guitarrista, compositor y cantante, y una de
sus canciones más conocidas, "Mueve la cintura mulata", ha aparecido en
pistas de sonido de Hollywood y documentales.

A sus 76 años de edad, todavía toca en la estatal Casa de la Trova, la
famosa casa de la música tradicional cubana. Pero también trabaja por
cuenta propia, fabricando y reparando guitarras. "He aprendido el oficio
bien, pero mi primer amor es la música", dice.

Arsenio Negret, de 78 años, trata de complementar sus ingresos de
jubilación con un pequeño puesto de verduras llamado "Bendícenos",
montado en el patio de su edificio, en el centro histórico de la ciudad.

Sus ofertas recientes incluían berenjenas, cebollas, zanahorias,
tomates, pimientos, plátanos, fruta bomba y piñas, pero dice que el
negocio no va muy bien. "Hay mucha competencia", dice Negret, cuyo
puesto se encuentra a unas pocas cuadras de un bien surtido mercado
agropecuario donde los vendedores dicen que ellos también miran los
precios en los puestos de la competencia. El gobierno solía regular los
precios en este mercado, pero ahora los comerciantes pueden fijar sus
propios precios y los clientes pueden comprar todo lo que quieran.

"Tengo que ver lo que está haciendo la competencia. A veces bajo mis
precios", dijo Marianelis Rosalba. Hace poco, ella estaba ofreciendo
tomates a cinco pesos (20 centavos de dólar) la libra, y frijoles negros
a 10 pesos la libra.

Mientras tanto, los cuentapropistas de Ibis se enfrentan con las
realidades de ser sus propios jefes.

"Ahora, si te vas de vacaciones, todavía tienes que pagar los
impuestos", dijo Ross. "Así que sólo tomo uno o dos días a la vez".

http://www.elnuevoherald.com/2012/04/09/v-fullstory/1173589/las-peripecias-de-los-cuentapropistas.html

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