miércoles, 25 de junio de 2014

El milagro económico - los timbiriches

El milagro económico: los timbiriches

Todos los días hay quienes deciden abrir la ventana, colgar una tablilla

y probar suerte. No es mucho lo que prometen las circunstancias

martes, junio 24, 2014 | Ernesto Pérez Chang



LA HABANA, Cuba -Abrir una cafetería en Cuba parece muy simple. Al

parecer, solo debes asomarte a la ventana de tu casa, colgar una

tablilla con un par de ofertas y exhibir un cartel escrito a mano donde

indiques que eso, aunque no lo parezca, es un lugar para alimentarse.



En algunos casos, cuando los dueños disponen de un garaje abandonado o

un portal, el negocio pudiera aparentar ser más próspero que aquellos

donde los comerciantes solo cuentan con una puerta a la calle.

Hay algunos, incluso, instalados al interior de las miles de cuarterías

o "solares" que abundan en los municipios más poblados de La Habana,

cuchitriles oscuros, sucios, donde el cliente debe acudir sigiloso como

si aliviar el hambre se tratara de un acto de contrabando, porque no

todos los que se aventuran en ese nuevo tipo de comercio lo hacen de

manera legal. (Según noticias recientes, el gobierno entregará a

empresarios privados todos los servicios gastronómicos, personales y

técnicos que hasta ahora han estado en manos del Estado, un acuerdo del

Consejo de Ministros del pasado sábado).



Las peripecias que debe realizar y los obstáculos que ha de vencer quien

desee montar un establecimiento de comestibles (o de otro tipo) en Cuba,

no permiten que los negocios prosperen ni que la competencia con las

empresas del Estado —sobre todo aquellas que venden en divisas— se

realice en igualdad de condiciones, porque todo el aparato legal

pareciera estar diseñado para resguardar de modo artificial el concepto

de superioridad de la empresa socialista y enturbiar, y hasta sofocar,

la fe en la iniciativa privada.



Entre los problemas que impiden el florecimiento de verdaderos

comercios, con servicios de calidad normales, están el papeleo absurdo,

las leyes tributarias basadas en realidades ajenas que no toman en

cuenta las condiciones precarias de la vida en Cuba, la ausencia de un

mercado mayorista para los llamados "trabajadores por cuenta propia",

las dificultades para promocionar adecuadamente las empresas nacientes o

ya establecidas pero, sobre todo, el desabastecimiento endémico.



También la corrupción generalizada, las normas sanitarias y comerciales

que, a modo de chantaje, se aplican solo cuando conviene sacar a alguno

de la competencia o cuando cierto negocio estatal se afecta por la

proximidad y el éxito de otro "privado", de modo que se va imponiendo

una especie de modelo mafioso que no tardará en propiciar el nacimiento

de fenómenos más alarmantes.



Mientras tanto, la ciudad se colma de timbiriches y de instalaciones

improvisadas donde cada cual prueba suerte hasta ver qué sucede o hasta

dónde les permiten existir.



Tengamos presente que muchos de estos negocios son la solución

transitoria mientras se aguarda por un milagro económico que el discurso

oficial usa como canción de cuna y que a algunos les gusta escuchar, a

pesar de las jornadas de insomnio que suele provocar tanta voz desafinada.



Si bien es cierto que, amparados por las remesas de familiares o amigos

en el exterior —que algunos usan como capital de inversión—, hay quienes

logran sortear los obstáculos y levantar y hasta sostener comercios de

loable calidad, también resulta que ni es la norma general para las

iniciativas individuales ni, de acuerdo con la experiencia de tantos

años, nadie con algo de razón se puede arriesgar en una apuesta por un

destino de prosperidad en un país tan voluble.



Muchos sabemos que el factor indispensable para mantener un negocio

privado aquí es reconocer que solo se mantiene a flote quien sabe cómo

caminar sobre las aguas. El resto de los dueños de pequeños negocios

estará condenado a mantenerse en ese nivel de precariedad o de

sobrevivencia que les da para comer y, de paso, mantenerse con vida. Una

suerte nada despreciable si la comparamos con la de un simple asalariado

estatal que todos los meses debe hacerse la misma pregunta que la

cucaracha Martina cuando se encontró el centavo mientras barría la casa.



En consecuencia, y a pesar de los pesares, todos los días hay quienes

deciden abrir la ventana, colgar una tablilla de ofertas y probar suerte

con los timbiriches. No es mucho lo que prometen las circunstancias

pero, sin dudas, es más que trabajar durante un cuarto de siglo para

solo conseguir, una vez al mes, lo que cuesta una ración de mariscos y

arroz en cualquiera de esos restaurantes, estatales o privados, donde le

está prohibido entrar al hombre nuevo.



Source: El milagro económico: los timbiriches | Cubanet -

http://www.cubanet.org/destacados/el-milagro-economico-los-timbiriches/

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