lunes, 18 de agosto de 2014

Raúl Castro: la “transición” que no es

Raúl Castro: la "transición" que no es
¿Qué "actualización" puede venir de un anciano déspota y timorato? Las
transformaciones han de ser también políticas
lunes, agosto 18, 2014 | Miriam Celaya

LA HABANA, Cuba -Cuando finalmente caiga el telón sobre el castrismo,
Raúl Castro habrá perdido la oportunidad de erigirse en guía de una
transición que hubiera llevado a Cuba a un camino de apertura hacia la
prosperidad y la democracia. De haberla emprendido, quizás muchos
cubanos hubiesen estado dispuestos a perdonarle su participación y su
complicidad con esta larga decadencia que algunos insisten en llamar
"revolución". Ya no será así.

Por supuesto, transitar de buen grado hacia la pérdida del poder sería
pedir demasiado a quien fue corresponsable de la satrapía y el
descalabro entronizados en la Isla desde 1959. Para una tarea tan
responsable y magna no solo se requeriría de inteligencia,
desprendimiento y amor a Cuba y a los cubanos, sino también de una
valentía y grandeza humana imposibles en un dictadorzuelo de reciclaje.
Ninguna de estas cualidades adorna al General-Presidente.

Raúl Castro asumió el poder, sí por designación y no por voluntad
explícita de los cubanos, pero lo cierto es que tanto las circunstancias
en que se produjo su ascenso, como ciertas transformaciones que se
habían originado bajo su dirección dentro del Ministerio de las Fuerzas
Armadas desde la década de los 90', le habían granjeado un nimbo de
"reformista" y de "hombre práctico, con los pies en la tierra", muy
diferente de las colosales fantasías fracasadas de Castro I. Esto era
motivo suficiente para alentar moderadas esperanzas de cambios en
algunos sectores de una población agobiada por las carencias, creándose
ciertas expectativas sobre el advenimiento de tiempos más promisorios,
al menos en el plano económico.

Así, la célebre Proclama del 31 de julio de 2006 pudo haber sido –aunque
no fue– la línea de arrancada para una transición gradual y pactada
entre el gobierno y los cubanos. Porque Raúl Castro no pasa de ser
justamente eso: un administrador de mercado medianamente exitoso, pero
no el político talentoso que necesita con urgencia la crítica situación
cubana.

Un optimismo efímero

Podría asegurarse que el optimismo por la llegada al poder de Castro II
fue moderado. De hecho, los sectores políticos desafectos al gobierno,
si bien se mantuvieron atentos al proceso de "traspaso de poderes" y a
las ulteriores movidas que acabaron sacando de la cúpula a los
"fidelistas" designados por Castro I para que compartieran el mando con
su hermano menor, nunca sucumbieron a la tentación de las promesas del
"nuevo" gobernante.

Sin embargo, para ciertos sectores de emprendedores que estaban
esperando la oportunidad de lanzarse al mercado nacional como
empresarios autónomos, el General Raúl Castro podía marcar la diferencia
entre el estancamiento económico de aliento "fidelista", y una política
aperturista que impulsara el mercado interno a partir de reformas efectivas.

Los nativos aspirantes a empresarios no eran los únicos esperanzados. En
el imaginario de ciertos analistas de la economía cubana, el General
Raúl era un reformista, un hombre práctico y un administrador nato, con
un sentido más realista de la situación. Quizás, en una postrera
inspiración, decidiría cubrirse de gloria y pasar a la Historia como el
artífice de la reconstrucción de la democracia en Cuba. ¡Vaya un desvarío!

Por su parte, los primeros discursos del nuevo gobernante encerraban, a
la vez que veladas críticas a la administración económica de su hermano,
algunas promesas de cambios. "No es posible que a estas alturas cada
cubano no pueda desayudar con un vaso de leche", espetó en medio de un
discurso, y la ovación que siguió a la frase –después omitida en la
transcripción taquigráfica publicada en la prensa– fue harto elocuente.
La miseria material y moral ha calado tan hondo en la conciencia de las
masas que la oferta de un humilde vaso de leche pude constituir toda una
meta.

Sin embargo, la percepción de un Raúl Castro como administrador eficaz
no resultaba totalmente infundada. A finales de los años 80' muchas
empresas del MINFAR habían comenzado a funcionar con mayor eficiencia
gracias al "Sistema de Perfeccionamiento Empresarial" (SPE), instaurado
por él. El procedimiento otorgaba mayor autonomía a las empresas e
incentivos materiales a sus trabajadores y a sus administraciones, bajo
principios estrictos de confiabilidad contable, control y disciplina,
demostrando claramente más y mejores resultados que el de las empresas
estatales civiles.

Lamentablemente, el SPE quedó circunscrito solo a los espacios
empresariales militares debido a la renuencia de Castro I a
generalizarlo en las empresas civiles. Así, con el tiempo, se reforzó la
aureola de "reformista" en torno a la figura de Raúl Castro y se
consolidó un importante sector empresarial entre los militares de alto
rango, que en la actualidad cuenta con una vasta experiencia y una
posición marcadamente ventajosa en el marco de las transformaciones
económicas. Ellos monopolizan hoy las áreas más rentables y mejor
posicionadas dentro de la precaria economía cubana y, en consecuencia,
nos guste o no, constituyen potencialmente un grupo de influencia ante
un probable proceso de transición en un futuro mediato, de la misma
forma que ciertos estratos y personalidades políticas y económicas
importantes del régimen franquista jugaron un importante papel en la
transición española y en otras que sucedieron en el proceso de desplome
del "campo socialista europeo"..

Es decir que, si algún capital político pudo cosechar el
General-Presidente entre los cubanos, se debió justamente a esas
expectativas de cambios y no a una supuesta voluntad de "continuar
defendiendo los logros de la revolución" o a ninguna otra gazmoñería de
aliento comunista. Puede que el General sea un tipo práctico, pero los
cubanos lo son también. Con tanta más razón por cuanto han precisado de
toda la habilidad e inteligencia imaginables para sobrevivir a lo largo
de más de medio siglo de carencias, sin perder su principal recurso: los
deseos de prosperar.

La burbuja rota

Transcurridos ocho años después del cambio de gobernante –que no de
gobierno– no quedan trazas de aquellos tímidos optimismos por el inicio
del "raulismo". Ni los "Lineamientos" de la nueva política económica del
gobierno; ni las reformitas de candonga con su marcha de tortuga, sus
limitaciones y sus retrocesos; ni las flamantes leyes de entrega de
tierras en usufructo, de "Inversión Extranjera" –inversión sin
inversores–; ni el nuevo Código Laboral (¿Carolingio?), han logrado
romper el nudo gordiano. Ninguna medida económica de media tinta será
fecunda, puesto que lo estéril es el sistema en que se generan.
Finalmente resultó que el general-Presidente no era ni tan práctico ni
tan reformista. En cuanto a sus cualidades como administrador, quizás
las conoceremos en un futuro, cuando trasciendan las noticias sobre su
fortuna personal.

Tampoco ha sido mucho el desencanto social. Después de todo era de
esperarse un fiasco, porque, ¿qué "actualización" podría venir de la
mano de un anciano déspota y timorato? Al menos ahora ya ha quedado
claro para todos –y esto debe incluir al hipotético sector reformista
dentro del poder– que un camino de verdaderos cambios en Cuba solo será
posible sin los Castro. Las transformaciones, para ser efectivas, han de
ser también políticas.

Cierto que todavía no sabemos quiénes enrumbarán por buen camino una
posible transición cubana; pero al menos tenemos la certeza de quiénes
no están preparados para hacerla posible. Y vale recordar que en una
nación estancada y recelosa, toda certidumbre constituye un avance.

Source: Raúl Castro: la "transición" que no es | Cubanet -
http://www.cubanet.org/destacados/raul-castro-la-transicion-que-no-es/

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