La inmensa puerta de Raúl Castro, o los mercaderes de mitos
RAÚL DOPICO | Miami | 27 Ene 2015 - 7:36 am.
El fin del embargo daría a Castro la oportunidad de travestir su régimen
en un fascismo caribeño.
En el tema Cuba, en los últimos años, se ha puesto de moda inventar en
los medios de comunicación una realidad edulcorada análoga a la
verdadera realidad que se vive en la Isla. Se ha creado una imponente
mitología, y sus creadores son, por lo general, gente que vive ajena a
la Cuba dura y concreta que enfrentan a diario los cubanos de la Isla.
Uno de los mitos más escandalosos ha sido el supuesto "inmovilismo que
ha caracterizado la relación" entre Cuba y Estados Unidos. Si algo ha
habido en las relaciones entre los dos países ha sido dinamismo, a pesar
de la ruptura de relaciones diplomáticas y del embargo económico. Sobran
los ejemplos de esta dinámica. Desde la venta de medicinas y alimentos a
Cuba hasta la colaboración para la intercepción y devolución de
inmigrantes ilegales.
Ha habido movilidad en todas las administraciones estadounidenses desde
Nixon hasta Obama. Ha sido Cuba quien, como estrategia de confrontación
con el "enemigo necesario", no se ha movido un ápice (ni siquiera ahora,
que el presidente Obama hizo todas las concesiones posibles a cambio de
nada, la peor negociación que haya hecho un presidente estadounidense,
al menos en los últimos 100 años). El discurso y las acciones del
castrismo han hecho de la rivalidad la mejor herramienta para conservar
la inercia sociopolítica.
Más allá de la propaganda que ha vendido la bíblica mentira de David
contra Goliat, sobran las evidencias históricas de la descarnada e
injustificada hostilidad del castrismo hacia Estados Unidos, desde su
alianza con la Unión Soviética hasta hoy: el patrocinio de guerrillas en
América Latina, el absurdo arrebato imperial de Fidel Castro en África y
el envío de armas a Corea del Norte, trazan una línea de acontecimientos
en el tiempo.
Cuba se mantiene estática, rígida, a pesar de lo que los mass media, por
romanticismo, ignorancia o conveniencia, nos quieran vender. Lo que ha
buscado el régimen de La Habana en los últimos 50 años, es que sea
Estados Unidos quien se mueva para poder conservar la inercia. El
mantenimiento del status quo del castrismo depende, por paradójico que
parezca, de que Estados Unidos se menee al ritmo que el Gobierno de La
Habana quiere y necesita (económica y políticamente), justo para no
tener que moverse.
El mito del inmovilismo ha tomado relevancia con la fabricación en la
prensa de otro mito: la "Cuba cambiante". Pero, ¿qué ha cambiado? El
castrismo quitó el requisito del permiso de salida o la llamada "carta
blanca", pero se arroga el derecho, con su sempiterno aire autocrático,
de decidir a quién le da pasaporte y a quién no. Lo que en la práctica
sigue siendo lo mismo. Incluso conserva el derecho de cancelar
pasaportes que ya han sido otorgados, como ocurrió, recientemente, con
algunos de los participantes en la fallida realización de una
performance en La Habana. Pero el hecho de que haya permitido a algunos
disidentes viajar fuera de la Isla es interpretado por los fabricantes
de ilusiones como un cambio, cuando en realidad es pura pirotecnia política.
El otro gran "tránsito" del que hablan, son las llamadas "reformas", a
las que supuestamente el castrismo se ha visto obligado por el fracaso
de su modelo económico. Y nos lo venden como si esto fuera alguna
novedad, cuando el modelo económico ya era un fracaso desde finales de
la década de los años 60. El regreso a eso que el Gobierno cubano llama
"cuentapropismo" (ese eterno afán por los neologismos), pero que el
ingenio del cubano ha bautizado como "capitalismo de timbiriche", ha
sido un rotundo fracaso, más allá de la existencia de algún que otro
"paladar". La mayoría de los negocios privados aprobados (ya estaban
vigentes en la economía subterránea y siguen sin ninguna protección
jurídica) no tendrán ninguna incidencia en la mejora económica del país,
pues representan una larga lista de empleos paleolíticos que crean una
ilusión óptica de mutación.
Por otra parte, aprueban una nueva ley de inversiones extranjeras, que
busca capital fresco para las grandes empresas nacionales controladas
por los militares y sus familias, pero no les permiten a los cubanos
invertir en grandes negocios. Al mismo tiempo, la ineficiente producción
agrícola representa el mayor descalabro de las reformas "raulistas", y
no se ve cómo pueda variar esta situación, a no ser que se privatice
toda la producción y comercialización de la agricultura. Algo a lo que
el castrismo no está dispuesto.
El régimen, en su afán inmóvil, busca una estabilidad social financiada
por los créditos y el turismo estadounidenses, sin tener que hacer una
reforma política. Los vendedores de fantasías creen que las reformas
económicas llevarán a reformas políticas. No se rinden ante la evidencia
de China o Vietnam, países que abandonaron el comunismo hace mucho, para
transitar hacia la convivencia entre el capitalismo de Estado y el
control político de una elite agrupada en un partido único. O lo que es
lo mismo: el neofascismo del siglo XXI.
Otro mito que ha sido construido con una vehemencia temeraria, es el que
intenta achacar al exilio la sobrevivencia del castrismo, acusándolo de
que su "torpeza apasionada" lo lleva a hacer lo que al castrismo le
conviene. Este argumento es de un reduccionismo histórico enfermizo y de
un infantilismo político perverso. La verdad innegable es que el éxito
del exilio cubano es la mayor evidencia del fracaso castrista. La Cuba
exitosa vive en la Florida desde hace 55 años.
En los últimos tiempos algunos arquitectos de esta Cuba irreal están
empeñados en vendernos un nuevo escenario. Carlos Saladrigas lo describe
así: "los más jóvenes en las elites argumentan apasionadamente por el
cambio". La narrativa de los "jóvenes" del "raulismo" demuestra que esto
es una entelequia. La nación cubana, como la china o la vietnamita, no
es monolítica, porque en esencia ninguna nación lo es, pero el régimen,
por naturaleza, ha sido monolítico, y lo sigue siendo. Cuando han
surgido disidencias en sus filas las ha degollado (la "microfracción" o
el caso Ochoa son buenos ejemplos). Ese carácter estructural le ha
permitido la sobrevivencia.
Plantear que las negociaciones Obama-Castro llevan a preguntarse si
ahora es posible dialogar entre cubanos, es, cuando menos, inapropiado.
El hecho en sí mismo de que Raúl Castro haya negociado con Obama, en vez
de sentarse a la mesa de diálogo con quienes deben ser sus verdaderos
interlocutores —sus connacionales—, demuestra la naturaleza inmutable
del régimen.
El último, y más importante de los mitos, es el que han levantado
alrededor de la aseveración de que el embargo ha fracasado, porque no
pudo "forzar cambios en Cuba". Lo que hay que dejar claro es que ese
nunca fue el propósito del embargo. La medida surgió como respuesta a
las expropiaciones sin indemnizaciones que el castrismo hizo a empresas
estadounidenses. Y se mantuvo porque Fidel Castro lo usaba como
argumento político y no necesitaba su derogación para sobrevivir. Vale
recordar que solo con la ley Helms-Burton de 1996 (tres décadas después
de que el comunismo cubano demostró su inoperante crueldad) adquirió
verdadera solidez. Y fue como consecuencia del asesinato de ciudadanos
norteamericanos, ordenado por los hermanos Castro para frenar los
intentos de Bill Clinton por cambiar el estado de las relaciones. Pero
aun así, Estados Unidos no aplicó la ley en su totalidad, permitiéndole
los resquicios económicos a la dictadura.
Lo único que ha demostrado la permanencia del embargo, es que el
comunismo en Cuba, como en todas partes, fue un horrendo, largo y
sangriento intento de ingeniería social. Culparlo de los males de Cuba,
es una injusticia insondable. El embargo no es la causa del sufrimiento
del pueblo cubano, es la consecuencia de una feroz y mezquina utopía
igualitarista. Creer que derogarlo posibilitará una "transición
tranquila pero profunda", es una dolorosa estupidez. El fin del embargo
solo abrirá una inmensa puerta, para que Raúl Castro logre pasar a
través de ella la continuidad de su régimen, travestido en un fascismo
caribeño. La única manera de que no sea así, es usarlo para una
negociación que conduzca a una reforma política, que modifique las
estructuras establecidas.
A Raúl Castro no le interesa dejar ningún legado histórico. Esas son las
manías del hermano mayor. A él le interesa asegurar el futuro de su
familia. Creer que Díaz-Canel será el "joven" continuador del nuevo
castrismo, es ignorar los procesos históricos vividos en la Isla en las
últimas cinco décadas. Raúl Castro aprendió de la experiencia
franquista. No dejará la continuidad en las manos de ningún Juan Carlos,
y mucho menos de un Adolfo Suárez. Por eso ha preferido negociar con un
activista social del talante de Obama, en vez de con los políticos
expertos de la Unión Europea, que ahora se apresuran a inclinarse ante
La Habana, temerosos de que Estados Unidos se apropie de un mercado que
ellos han deseado controlar durante décadas.
Raúl Castro ha sabido adelantarse a las conspiraciones y a las
traiciones, eliminando físicamente a los enemigos políticos más
desafiantes —lo seguirá haciendo si es necesario—. Raúl Castro está
convencido de que la sobrevivencia del castrismo depende de que todo
quede en familia. La coronación del heredero al trono ya ha sido
pactada. Su nombre: Alejandro Castro Espín, y en los años que se
avecinan lo veremos tomar mayor protagonismo. Después de todo, ya tiene
el control real de las elites militares y políticas del país.
Si esta predicción se cumple o no, solo depende de cómo se negocie el
fin del embargo. Lo demás es pantomima política y juegos de artificios
de los mercaderes de mitos.
Source: La inmensa puerta de Raúl Castro, o los mercaderes de mitos |
Diario de Cuba - http://www.diariodecuba.com/cuba/1422031246_12492.html
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