Transición en Cuba: ¿real o imaginaria?
MIRIAM CELAYA, La Habana | Octubre 03, 2015
A medio camino entre el análisis y la opinión, y sin responder
claramente a su propia pregunta inicial, el periodista Carlos M. Álvarez
acaba de abordar un tema controvertido: la transición en Cuba. O más
exactamente, según lo plantea el título de su trabajo: ¿Se puede hablar
de una transición en Cuba?
En principio, hay que reconocerle a Álvarez el mérito de la valentía:
sostener que en la Isla estamos viviendo una transición resulta para
muchos –más allá de su posicionamiento político o sus
simpatías/antipatías hacia el Gobierno o la oposición– una total
herejía. En especial es un tabú para quienes han comulgado con el poder;
pero también, como él mismo señala, es algo que niegan muchos cubanos
que no se relacionan en modo alguno con la política, y hasta un sector
de la oposición interna y de los grupos más intransigentes de la emigración.
En el caso de la oposición, el autor no pudo –o no quiso– evitar la
tentación de apelar a las cantidades imaginadas como fuentes de
legitimación de la información, por lo que asume como si de un dato
contrastable se tratase que "el grueso de la oposición" se muestra
"ácida ante una Cuba que se despereza". Ojalá en próximas entregas
periodísticas Álvarez nos revele las fuentes estadísticas que le
permitieron arribar a semejante conclusión, más allá de sus impresiones
personales. Entre tanto, permítaseme cuestionarme la exactitud de su aserto.
Por otra parte, el tema transición dista mucho de ser una novedad entre
nosotros. Al menos no lo es para una parte significativa del periodismo
independiente y para algunos grupos de opinión de Cuba y de la diáspora,
que han estado apuntando como signos de transición ciertos cambios
perfectamente perceptibles, que abarcan desde el discurso del poder tras
la salida del expresidente F. Castro de la escena pública, hasta ciertas
modificaciones del ordenamiento económico y social, o reformas legales,
como por ejemplo, la reforma migratoria de enero de 2013.
Cambios éstos realmente insuficientes, tanto en sus propuestas y
extensión como en su calado, pero que de alguna manera abren algunos
resquicios a nuevos espacios –inimaginables apenas unos pocos años
atrás– y que, muy a pesar de la élite gobernante y su claque, rompen el
inmovilismo que caracterizó las décadas anteriores.
Quizás hubiese sido oportuno ponerle un apellido al término transición,
porque si bien en su significado más simple y literal éste se refiere
genéricamente al paso de un modo o estado a otro diferente, se hace
evidente que para el caso de Cuba habría que precisar que estamos ante
un proceso de transición económica, extremadamente lento y estrictamente
controlado por el poder, en el que un Estado autoproclamado socialista,
con economía cerrada y verticalmente centralizada ha venido mutando a un
capitalismo de Estado donde el monopolio económico se concentra en manos
del mismo poder político.
Es decir, que en Cuba no estamos asistiendo –al menos no hasta el
momento– a una transición política –entendida como un avance hacia la
democracia tras más de medio siglo de autocracia– sino, a lo sumo, a un
proceso de traspaso del poder político de la élite octogenaria a sus
herederos, tras haberse asegurado la garantía de su poder económico.
Proceso que, por demás, ha estado acusando signos alarmantes de estilo
dinástico. Estaríamos, pues, ante una sucesión política y no ante una
transición.
Y esto no es algo que ocurra "casi porque sí", como parece afirmar un
tanto displicente el periodista en el texto de referencia, sino que
sucede porque el régimen castrista ha concentrado tal poder y se aseguró
de desmontar tan hábilmente todo el entramado institucional de la
sociedad civil cubana, que dispone de tiempo y recursos suficientes como
para dosificar incluso los tímidos cambios económicos, según sus propios
intereses, sin que existan los mecanismos sociales capaces, no ya de
empujar de manera efectiva hacia transformaciones más profundas, sino
siquiera de cuestionarse las decisiones que se siguen tomando desde el
centro de poder.
Retomando a Adam Michnik, cuya cita resulta lamentablemente
descontextualizada y fuera de lugar en el artículo de Álvarez, es cierto
que en Cuba estamos viviendo momentos de indefinición, pero no porque el
poder no sea "lo suficientemente fuerte como para barrer las formas
políticas y económicas emergentes, y viceversa" –que, al contrario, lo
es– sino porque las precarias y primitivas formas económicas han
emergido promovidas desde ese mismo poder, en tanto las formas políticas
alternativas aún no han emergido o son demasiado débiles y fragmentadas
como para erigirse en alternativas. Tal es la peculiaridad de la frágil
e insegura transición cubana, nos guste o no.
Así pues, respondiendo a la pregunta esencial del artículo de Carlos M.
Álvarez para BBC Mundo, en Cuba se está verificando un proceso de
transición económica que actualmente, por las particulares
circunstancias de nuestra realidad sociopolítica y otros factores de
índole histórica y cultural, está siendo promovida y controlada desde el
propio poder. Hasta ahora solo se ha estado confirmando en el escenario
económico, dizque "de manera experimental", con evidentes muestras de
fatiga. Quizás este proceso acumulativo de medios cambios y simulaciones
dirigidos principalmente a la conservación del poder político, conduzca
a un punto en que los acontecimientos se precipiten hacia un nuevo
escenario, tan impredecible como diferen te al actual. Por el momento,
el Gobierno sigue asido con fuerza a la batuta y no se vislumbra una
transición cubana completa y positiva a corto plazo.
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http://www.14ymedio.com/opinion/Transicion-Cuba-real-imaginaria_0_1864013585.html
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