Las condiciones de Donald Trump
26 de junio de 2017 - 11:06 - Por LUIS LEONEL LEÓN
Bienestar y desarrollo sin libertad es un espejismo, una trampa, un
imposible. Las más prósperas y democráticas sociedades contemporáneas lo
siguen demostrado
@LuisLeonelLeon / llleon@diariolasamericas.com
Pareciera inevitable: Donald Trump funciona como un liberador de
pasiones. Y su mirada hacia Cuba no es ni será la excepción.
Hace unos días viajó al teatro Manuel Artime de Miami para firmar, ante
cubanos y cubanoamericanos, sus directrices para con el castrismo.
Además de sus seguidores asistieron quienes al darle su voto anhelaban
cancelar el acercamiento promovido por Barack Obama, que no pocos de sus
críticos han calificado de extremadamente permisivo y a favor del
régimen, pero no de los cubanos. Criterio que comparte un amplio sector
del exilio y de la oposición interna, representada también en el evento.
La presencia de Trump desató fogosidades a ambos lados de la balanza.
Unos le agradecieron, otros reclamaron acciones más radicales contra la
dictadura y no faltaron los que automáticamente atacan todo lo que dice
o hace el presidente (sobre todo los entusiastas de Hillary Clinton que
aún no aceptan la derrota electoral, perdiendo de vista, o asumiéndolo,
que con tal de no que aceptar a Trump a veces terminan abrazando a
Castro). Así suelen ser las pasiones de los anti-Trump.
"Respetaremos la soberanía de Cuba pero nunca daremos la espalda al
pueblo" y "hasta que los cubanos no tengan elecciones libres y partidos
políticos legales, no levantaremos las sanciones al régimen cubano",
dijo Trump. Nos guste o no el presidente, los cubanos que vivimos en
democracia ahora podemos exigirle el cumplimiento de estas promesas. En
ello deberíamos concentrarnos.
¿Antes qué pasó? En sus ocho años de gobierno, a pesar de lo que arguyan
sus fanáticos, Obama no actuó bien con los cubanos, con el pueblo. No
era difícil prever que su apretón de manos con Castro -en el supuesto
caso de que fuera una estrategia para acabar la dictadura- no
funcionaría. Es una actitud ilusa, o de confabulados, proyectar que un
sistema que nunca ha hecho solo guiño de querer cambiar nada, iba a
dejarse asfixiar por un abrazo de reconfortante economía.
Hay quienes defienden que lloviznando la isla de "capitalismo"
(refiriéndose a retomar los negocios por cuenta propia que el castrismo
permitió en los años noventa y que luego asfixió) los cubanos podrán
acceder a la libertad. Idea que trueca la ecuación que hasta ahora ha
funcionado en el mundo. Muchos quisiéramos poder asumir la esperanza de
que una economía de timbiriche, que es a lo más que se puede aspirar en
el sistema cubano, traiga libertad y prosperidad al ciudadano promedio.
Fortalecer el capital de ese inescrupuloso Estado policial, eso sí. Pero
el camino al progreso es y será siempre al revés: primero la libertad.
Bienestar y desarrollo sin libertad es un espejismo, una trampa, un
imposible. Las más prósperas y democráticas sociedades contemporáneas lo
siguen demostrado.
No hay que ser muy listo para darse cuenta que los beneficios de la
apertura que Obama pactó con Castro son para la clase privilegiada del
régimen y sus adeptos. Basta escuchar el testimonio de los cubanos que
no temen contar la verdad, los opositores, que son parte del pueblo y
que desde el mismo día de la visita de Obama a La Habana, sufren el
aumento de la represión mientras las empresas estatales, controladas
cada vez más por los militares, se enriquecen, fortalecen y le dejan
bien claro a sus trabajadores que ellos son los capataces de la
plantación de los Castro.
Viéndolo en el contexto de las Américas, casi dos años después de la
muerte de Hugo Chávez y en medio del declive de Nicolás Maduro, el trato
de Obama con Castro, maquinado a espaldas de los legisladores
cubanoamericanos y de los opositores al régimen, fue un regalo de tanque
lleno en medio de una carretera desértica. Una entrega de casi todo a
cambio de nada, como reclamaron tantos exiliados.
Incondicionales de Obama expresan que su abrazo legitimador al régimen
hizo crecer el espíritu emprendedor del cubano. Otra gran falacia. Los
cubanos han sido tan emprendedores como otros pueblos, pero en 1959
Castro hundió al país en el totalitarismo donde no caben los
emprendedores, a no ser los alineados al Estado, por lo que en ese caso
no podemos hablar de sociedad civil sino precisamente de su contrario,
el Estado.
Otro daño profundo a nuestra nación es la vulgar cultura de
sobrevivencia impuesta por el castrismo que afecta a más de una
generación. Es lamentable que el espíritu emprendedor se vea obligado a
reducirse a puestos de ventas de croquetas (las grandes paladares y
cadenas están en manos del régimen) y el cubano sigua mendigando todo,
incluso el más mínimo "permiso" de libertad. Un derecho que jamás fue
condición de Obama para restablecer relaciones.
Por estos días hay quienes han intentado comparar los discursos de Trump
en la Pequeña Habana, en un teatro repleto de cubanos libres, y el de
Obama en La Habana, ante un auditorio mayormente formado por cubanos
presos del régimen y de sus propios temores, frustraciones, penas,
complicidades.
En su mediático discurso en La Habana, no sé si por el peso de su ego,
por su ceguera, o por resbaloso contubernio, Obama afirmó,
equivocadamente, que con su visita enterraba "el último resquicio de la
Guerra Fría en el continente americano". También dijo, como buen
populista, que le extendía "una mano de amistad al pueblo cubano". Frase
ante la que no pude evitar recordar el juego de policía malo, policía bueno.
En su lindo discurso a los cubanos, Obama habló de democracia, pero
dirigiéndose a Castro como un legítimo presidente y no como el cruel
dictador que es. Jamás habló de violaciones de derechos humanos,
crímenes de lesa humanidad, libertad para los presos políticos. No
mencionó a los grupos opositores (siquiera a los que fueron brutalmente
golpeados y encarcelados la víspera de su visita). No le dijo que sabía
que los cubanos llevaban décadas viviendo bajo un sistema policial, sin
esa "democracia" de la que él hablaba. No encaró al dictador y le dijo
que la democracia era justamente todo lo contrario a lo que sucedía
todos los días en Cuba. Habló, tal como hizo Castro, de "diferencias".
Pero sin mencionar las palabras prohibidas: dictadura, totalitarismo,
elecciones pluripartidistas y libres ni mucho menos represión. Algunos
justifican su cautela argumentando que no podía hacerlo, o que esa no
era su estrategia o que no era políticamente correcto. Si el trato entre
Obama y Castro requirió de no mencionar temas tabúes ni afrontar ciertas
realidades, entonces no fue un trato sino un teatro. Y en un teatro
largo y espantoso llevamos viviendo los cubanos desde 1959.
Una gran diferencia entre los dos discursos, es que mientras Obama
escuchó a los victimarios y apelaba (según hizo creer) a la capacidad
redentora del abrazo a los sicarios, en cambio Trump escuchó a las
víctimas, y especialmente a quienes mejor podía escuchar entre ellas:
los disidentes, los más afectados por el régimen y los que narran,
trascendiendo la coacción, la realidad de la isla. Mejor termómetro no
podía emplear.
Trump tampoco podía olvidar señalar a Venezuela, baluarte internacional
del corrupto y nefasto proyecto del socialismo del sigo XXI, que aunque
por la decadencia económica del chavismo ya no le aporte al castrismo la
misma cantidad de suministros que hace unos años atrás, sigue siendo una
importante fuente de recursos, no sólo de petróleo, obtenidos gracias al
narcotráfico y al trabajo sucio de los oficiales castristas dedicados a
la inteligencia militar y la represión, tareas por las que se llevan una
buena mascada de lo que Maduro le roba a los venezolanos.
El presidente no cerró la puerta y tiró la llave de las negociaciones
con La Habana. Lo que hizo fue poner condiciones, como siempre se debe
hacer en toda negociación justa y como jamás quiso hacer Obama. De ahí
el fracaso de su complaciente política. Trump dejó la mesa servida con
las condiciones de la democracia, recordando que el primer paso para
negociar con una dictadura es tratarla como tal. No abrazarla. Sólo el
temor, el fanatismo, el rencor o la ceguera pueden impedir aceptar lo
que es necesario.
Las opiniones emitidas en esta sección no tienen que reflejar la postura
editorial de este diario y son de exclusiva responsabilidad de los autores.
Source: Las condiciones de Donald Trump | Gobierno de Trump, Cuba -
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