Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Desde hace algún tiempo está
presente un aumento constante de los precios de muchos alimentos, en
especial cereales y oleaginosas, lo cual ha incidido, a su vez, en un
impresionante encarecimiento de productos derivados como los lácteos,
cárnicos, aceites comestibles entre otros.
Esta coyuntura ha beneficiado a muchos agricultores e incluso a países
productores de alimentos que han visto elevarse sus exportaciones a
niveles altos y con gran rentabilidad. Son los casos de Brasil y
Argentina, en una lista relativamente larga de agraciados.
Sin embargo, al mismo tiempo, este aumento de los precios de los
alimentos ha significado para segmentos poblacionales en partes del
mundo y países en su conjunto, una verdadera catástrofe agudizadora de
la pobreza y el hambre, con turbulencias sociales en algunos que podrían
incrementarse si la comunidad internacional no toma medidas concretas de
ayuda. Una situación derivada, por lo general, de malas políticas que,
en tiempos de grandes progresos tecnológicos en materia agropecuaria,
desatendieron la producción de alimentos, o inexplicablemente
destruyeron los avances logrados por otras generaciones en esa
actividad, como es el caso de Cuba, que de país exportador neto de
alimentos fue transformado en importador del 84,0% de sus racionadas
necesidades.
La actual crisis mundial de los alimentos es muy compleja. No sólo por
los elementos apuntados, sino también por la interacción de múltiples
factores provenientes tanto de la demanda como de la oferta.
Desde el lado de la demanda está el notable incremento del consumo en
populosas naciones, como China e India - con el 40,0% de la población
mundial-, al conjuro de prodigiosos crecimientos del PIB que han
permitido la sustancial reducción de los niveles de pobreza. China en
apenas 30 años de reformas se ha convertido en la segundo potencia
económica del planeta si se calcula su PIB en Paridad de Poder
Adquisitivo (PPA) de Estados Unidos, según el Fondo Monetario
Internacional. Como consecuencia, si China en 1997 tenía un consumo per
capita de 9.5 litros de leche, en 2007 fue de 32 litros, casi 4 veces
más, y se prevé un 15,% de crecimiento anual en el futuro; proceso
alentado por el aumento de los ingresos de la población y de la
influencia de modelos de vida occidentales, según datos de la FAO.
Podrá imaginarse el volumen de piensos necesarios para alcanzar la
demanda de productos lácteos, y por consiguiente, de oleaginosas,
cereales y harinas de origen vegetal y animal, sólo para satisfacer este
requerimiento alimentario, en una nación con más de 1,3 miles de
millones de habitantes. India, a tenor con el alza de su potencial
económico, ha incrementado las importaciones de alimentos en tres veces
en los últimos 10 años.
La disminución de los niveles de pobreza también se evidencia en otros
países asiáticos como Viet Nam, unidos a los avances logrados con
anterioridad por Japón y los famosos "Tigres". En América Latina pueden
constatarse progresos importantes en la reducción de la miseria en
países como Chile, Brasil y otros. En el subcontinente y el Caribe la
pobreza ha declinado del 48,0% del total de los habitantes en los años
1990 al 37,0 % en la actualidad; un porcentaje inaceptable, al igual que
en otras partes del mundo, pero que indica una tendencia al avance hacia
un mundo sin hambre ni menesterosos.
La demanda también se ha ampliado con el uso de plantas oleaginosas y
cereales en la producción de biocombustibles, con sensibles presiones al
alza sobre las cotizaciones de los alimentos. Una situación que ha sido
diferente con el empleo por Brasil de la caña de azúcar para la
elaboración de etanol, sin efectos negativos en la producción azucarera
y el precio del azúcar. Con la aparición de tecnologías de segunda
generación basadas en el empleo de la celulosa existente en desperdicios
de cosechas, como podría ser el bagazo y la cachaza del procesamiento de
la caña de azúcar, y elementos de la biomasa de plantas más fáciles de
cultivar, resulta probable una considerable disminución de los alimentos
como fuentes para producir combustibles.
Desde el punto de vista de la oferta tampoco han faltado factores
impulsores del aumento de los precios de los alimentos. Entre éstos se
encuentra un imparable encarecimiento de los combustibles fósiles con
incidencia negativa sobre los costos de producción, transporte y
distribución de los alimentos, así como los perjudiciales efectos de los
cambios climáticos en la agricultura. A ello se añaden elementos
financieros y comerciales, como la debilidad del dólar estadounidense y
movimientos especulativos centrados en el alza de los precios de los
alimentos.
En este preocupante escenario resulta urgente la toma de decisiones por
parte del gobierno cubano para enmendar radicalmente una política
agraria que ha conducido a la nación a la absoluta dependencia del
exterior en un asunto tan estratégico como son los alimentos. Ante una
delicada y peligrosa situación, que todo indica se mantendrá y
eventualmente podría complicarse más, ha llegado el momento de los
hechos concretos. Hay que proceder a la liquidación del nefasto
latifundio estatal que ha transformado los campos en inmensos
marabuzales. Debe entregarse, sin mayor dilación, la tierra a quienes
deseen cultivarla con plena libertad, en beneficio propio y de todo el país.
Con consignas, lamentaciones y argumentos sin contenido será imposible
resolver la problemática agrícola. Tampoco resulta racional continuar
con la práctica de condenar a factores externos por problemas generados
por errores internos. Los niños tienen dificultades para tomar leche y
los cubanos en general no consumen carne por la absurda destrucción de
la ganadería vacuna que llegó a tener más de 7,0 millones de cabezas y
ahora no sobrepasa los 3,8 millones, según las dudosas estadísticas
oficiales. Hoy Cuba, la otrora azucarera mundial, increíblemente importa
azúcar para enfrentar el racionado consumo. Una de las tradicionales
instalaciones insignias de la industria procesadora de alimentos, La
Conchita, fundada en los años 30 del siglo pasado y orgullo de la
provincia Pinar del Río, ha tenido que depender de la importación de
miles de toneladas de tomate de China, coco de Sri Lanka y guayaba del
Brasil para seguir funcionando; hechos que se repiten frecuentemente con
las provisiones de alimentos demandadas por el turismo. Estos son
ejemplos de una larga lista de daños ocasionados a la agricultura. La
tierra, su fundamental sustento, ha sido masivamente degradada por un
manejo altamente inadecuado que ha ocasionado la reducción de la
fertilidad de enormes áreas a lo largo y ancho de la isla. Todo por la
obstinada aplicación de un sistema disfuncional y bloqueador del enorme
potencial productivo presente en la campiña cubana.
Las alternativas que Cuba enfrenta ante el creciente aumento de los
precios de los alimentos son evidentes: proceder a la aplicación de una
reforma radical de las relaciones productivas en la agricultura y a la
liberación del potencial existente para aumentar la oferta de alimentos
de procedencia interna y exportar los excedentes, o sufrir las
consecuencias de una coyuntura internacional que no parece tener término
cercano.
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