viernes, 15 de octubre de 2010

La otra descapitalización

Economía

La otra descapitalización

En el deplorable escenario nacional ha surgido una nueva moral que lo
permite todo, y así la población trata de justificar cualquier violación
para poder sobrevivir

Oscar Espinosa Chepe, La Habana | 14/10/2010

Desde hace mucho tiempo, los especialistas en la economía cubana
analizan la profunda descapitalización de los activos fijos o tangibles
de la economía, con una caída enorme de las tasas de Formación Bruta de
Capital Fijo (FBCF), que si en 1989 alcanzó el 25,6% del Producto
Interior Bruto (PIB), desde entonces ha marcado porcentajes anuales
inferiores al 10% en muchos años, insuficientes hasta para reponer la
amortización del capital, produciéndose en términos reales una
indetenible autofagia económica. Después de una pobre recuperación a
mediados de la década del 2000, producto de las inyecciones de
financiamiento venezolano y chino fundamentalmente, a partir de 2009 se
percibe una nueva recaída con la reducción del 15% de las inversiones,
repetida en similar magnitud en el primer semestre del 2010.

En el proceso de descapitalización, debido principalmente a la falta de
reposición y modernización de los activos tangibles, también han actuado
otros factores negativos como la carencia de mantenimiento, utilización
de insumos de baja calidad, operación de equipos en condiciones
terriblemente adversas (transporte sobre vías en pésimo estado de
conservación o con cargas de pasajeros muy altas) e incluso inadecuada
operación del equipamiento por empleados insuficientemente preparados o
sin interés en cuidar los medios a su disposición.

En este marco adverso y al no existir una política de modernización, en
ocasiones por factores políticos como sucede en las telecomunicaciones,
es evidente el incesante incremento de la depreciación tecnológica o
moral, como algunos la llaman, con la consecuencia que el país en su
conjunto se encuentre en una etapa de decadencia productiva muy
peligrosa, en un mundo globalizado donde la competencia es cada vez más
fuerte.

El fenómeno de la creciente descapitalización nacional se visualiza
fácilmente por la desaparición de la industria azucarera, el estado
calamitoso de la infraestructura —comprendidas vías férreas, carreteras,
calles, edificios, viviendas, conductoras de agua y electricidad— y un
atraso tecnológico impactante en fábricas, transporte, agricultura,
instalaciones educacionales y culturales y otras. Esto demuestra que el
país se derrumba progresivamente.

Paralelamente a la acelerada depreciación de los activos tangibles de la
nación, avanza otro tipo peor de desvalorización del patrimonio
nacional: la descapitalización humana que desde hace años progresa a
través de varias vertientes.

La pérdida, falta y deterioro de conocimientos científico-técnicos es
una de ellas, y otra más generalizada y perversa, peor de resolver en el
futuro, es la erosión de los valores espirituales, comprendidos los
relacionados con la identidad nacional y conceptos éticos, morales y
cívicos, que si bien son difíciles de medir en términos económicos, sin
duda alguna tienen un enorme peso en el desarrollo general de un país.

Respecto a la disminución de los conocimientos, un factor importante es
el continuo drenaje de especialistas y prominentes artistas que se
marchan al extranjero, decepcionados por la realidad nacional, deseosos
de una vida digna para ellos y sus familiares, libre de las
persecuciones y dogmas ideológicos. A ello se une una elevada cantidad
de especialistas, que empujados por la necesidad han dejado sus
profesiones para dedicarse a oficios de inferiores requerimientos de
capacitación, descalificándose progresivamente, al dejar de ejercer.
Incluso aquellos profesionales que permanecen en sus puestos de trabajo
por lo regular carecen de estímulos y medios suficientes para superarse,
tarea difícil en las actuales condiciones de ausencia de información
científico-técnica actualizada.

A su vez, la mayoría de nuestros especialistas, a diferencia de lo que
acontece en el mundo entero, tienen enormes limitaciones para acceder a
Internet y procurar información que les permita estar al día en una
época de acelerado desarrollo científico y tecnológico.

A esto se añade el mantenimiento de una educación, que si bien en los
meses recientes el Gobierno intenta desembarazar de métodos improvisados
y extremos absurdos (maestros emergentes e integrales con adolescentes
formados en pocos meses, escuelas en el campo, largo períodos de los
estudiantes en trabajos agrícolas), todavía mantiene los viejos esquemas
doctrinales y permanece ajena a los progresos operados en el mundo, con
la revolución en las técnicas de la comunicación, incluido el acceso a
Internet. Aunque la propaganda oficial continúe hablando de haber
formado un millón de graduados universitarios (prácticamente el 10% de
la población del país), habría que ver qué cantidad de ellos en realidad
tienen el nivel correspondiente a los parámetros requeridos
internacionalmente, una realidad reconocida hasta por altas
personalidades oficiales.

En cuanto a los valores humanos, la situación es deplorable. Después de
más de 20 años de las escaseces del llamado Período Especial, hoy, en un
momento de recrudecimiento de la crisis, los efectos han sido terribles
para el espíritu colectivo e individual de los ciudadanos. Las personas,
empujadas por la crisis, en un alto porcentaje se han degradado y por
ello no es casual que Cuba tenga uno de los más elevados índices
mundiales de ciudadanos en las cárceles en relación con el total de
habitantes. De acuerdo con cálculos estimados por instituciones tan
prestigiosas como el PNUD, en su Informe sobre Desarrollo Humano de
2007-2008 situaba a Cuba con 487 presos por 100.000 habitantes para el
sexto lugar; indicador que con posterioridad otras fuentes han
considerado más elevado, como El Mundo en Cifras, Edición 2010,
publicado por la revista The Economist, con 531 reclusos por 100.000
habitantes, para el cuarto puesto global.

En este deplorable escenario ha surgido una nueva moral que lo permite
todo, con lo cual la población trata de justificar cualquier violación
de la ética más elemental para poder sobrevivir en esta jungla en que se
ha convertido Cuba. Las características de las nuevas normas de conducta
se basan en la doble moral, la mentira, la simulación, el robo y la
estafa, derivadas de decenios de miseria y represión impuesta por un
régimen sólo interesado en mantener un poder omnímodo sobre el pueblo
cubano.

Las nuevas generaciones nacen y se crían en ese ambiente malsano, viendo
como algo normal todos esos males y que sus padres roban en los centros
de trabajo para poder sobrevivir. Asimismo reciben en los centros
educacionales cargas extraordinarias de ideología en plena contradicción
con lo que a diario viven. Contemplan cómo quienes se presentan como
referencias morales son los que viven mejor con el disfrute de los
privilegios provenientes del poder.

Un capítulo ominoso en esta deriva hacia la degradación lo ha
protagonizado un sector importante de los intelectuales, artistas y
comunicadores que a cambio de privilegios y que se les permita
enriquecerse, todavía hoy, ante la gravedad del momento, se mantienen
ciegos, sordos y mudos, en una actitud antipatriótica, sin importarles
los sufrimientos del pueblo y el acelerado derrumbe nacional. Algunos
con una increíble abyección hasta han servido de cómplices y valedores
de episodios tan sórdidos como los ocurridos en la Primavera Negra de 2003.

Si al principio de la revolución se planteó la defensa de la soberanía,
la independencia y la identidad nacionales como principales objetivos,
en los hechos la ciudadanía, y en particular la juventud, constatan que
a través de los últimos 51 años Cuba ha dependido económicamente de
otros países. Aproximadamente dos millones de cubanos se han marchado al
extranjero y muchos más lo harían si tuvieran oportunidad. Si después de
1902, nuestro archipiélago fue escogido como lugar para establecerse por
cientos de miles de europeos, antillanos, asiáticos y medio-orientales,
hoy los cubanos desean marcharse masivamente. Las largas colas en el
consulado de España para adquirir la nacionalidad gracias a tener
abuelos españoles y en embajadas de cualquier país para lograr visas
demuestran la ansiedad por emigrar en busca de una vida mejor que no
avizoran en el futuro inmediato en la tierra donde nacieron. En modo
alguno estos hechos pueden presentarse como pruebas de reafirmación
nacional, sino todo lo contrario.

Los daños producidos por la descapitalización material siempre a mediano
o más largo plazo podrán ser reparados. Ello lo prueba la reconstrucción
de los países europeos devastados por la Segunda Guerra Mundial, pero
con pueblos que mantuvieron sus tradiciones y valores espirituales. En
el caso de Cuba, la situación es complicada pues al mismo tiempo que se
deberá reedificar materialmente, habrá que restablecer los valores
morales perdidos durante tantos años de totalitarismo y crisis.

No sólo habrá que luchar por la reconstrucción material, sino por la
recomposición del alma de los cubanos.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-otra-descapitalizacion-246928

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