Hay que cambiar la forma de acumular y distribuir la riqueza en Cuba
PEDRO CAMPOS, La Habana | Noviembre 21, 2015
El socialismo que se ha pretendido imponer en Cuba, desde arriba, a
partir del predominio absoluto de la explotación asalariada de los
trabajadores en las empresas y servicios de propiedad estatal, ha
fracasado en lograr una economía desarrollada, una distribución justa,
una sociedad participativa y un pueblo feliz con las condiciones de su
existencia.
Ya el VI Congreso del PCC en 2011 lo reconocía en cierta forma, al
aceptar la necesidad de "actualizar" el modelo económico con la
introducción de otras formas de producción "no estatales" que podrían
dar ocupación a cerca de la mitad de la fuerza de trabajo que quedaría
desplazada por la racionalización productiva que se pretendía.
La esencia de la problemática cubana radica en que el sistema estatal
centralizado demanda y reproduce un modelo injusto de acumulación y
distribución de la riqueza que genera toda la nación, poniéndola bajo
control de una cúpula gobernante, que decide qué hacer con los dineros
de todos.
Se hace en virtud de la llamada planificación centralizada de los
recursos que, en el socialismo, evitaría las crisis de superproducción
del capitalismo, según las prescripciones económicas del mal llamado
marxismo-leninismo que, en verdad, ha ocultado el uso de todos esos
recursos con el verdadero fin de mantener el poder en manos de una misma
dirección llamada histórica, creída de que su hegemonía sería lo que
conviene al pueblo de Cuba.
Es, digamos, el mal de males, con o sin bloqueo-embargo imperialista. La
historia enseña que todas las luchas sociales de todas las épocas han
sido ocasionadas por el control sobre las riquezas producidas socialmente.
La elite que ha controlado las riquezas de Cuba durante más de medio
siglo las ha utilizado siempre en función de su beneficio directo o
indirecto. Directo para garantizar en primer lugar su funcionamiento,
seguridad y comodidades. Indirectamente, con lo que queda, para mantener
el apoyo de una parte del pueblo con políticas populistas a su alcance.
Ese modelo, por su naturaleza antidemocrática y contraria a la esencia
del socialismo enunciado, estaba condenado al fracaso, y ha demostrado
en la práctica que no es capaz de resolver los problemas, esperanzas y
necesidades de todos los cubanos. Su resultado más negativo: el
empobrecimiento de la población.
La solución está en una nueva política económica dirigida a cambiar las
bases estatalistas del modelo actual, realizar cambios desde abajo,
desconcentrar la propiedad, la acumulación, las inversiones, los
presupuestos y su repartición y ponerlos en manos de los trabajadores,
los productores, los dueños de los medios de producción y de las
comunidades para que éstos decidan qué hacer con sus dineros.
Se lograría a partir de la libertad para el ejercicio de todas las
formas de producción modernas, con la estimulación y el apoyo público y
privado preferentes para las pymes de capital privado o libremente
asociado y el trabajo libre individual, sin monopolios de ningún tipo,
con presupuestos participativos locales, hacia la conciencia ciudadana
de sus condiciones de existencia.
De este modo, todos disfrutarían de su propiedad, individual o asociada,
sin interferencia de ningún tipo y sin hacer daño a terceros; se
resolverían los graves problemas de pobreza creciente que afrontan los
jubilados, las madres solteras y los discapacitados, así como las
demandas juveniles.
Quienes llevan más de medio siglo en el poder se resisten a ese tipo de
cambios porque van a traer una amplia modificación en el modelo de
acumulación y apropiación. Ellos, a pesar de haber reconocido que los
cambios son necesarios, han demostrado con su actuación que su
compromiso con el pasado es más importante que con el presente y el
futuro. Nada tan claro como lo ocurrido con los acuerdos fundamentales
del VI Congreso hace cinco años.
Como ese poder ha desaprovechado todas las oportunidades que se le han
dado, no queda otra opción que cambiarlo por otro que entienda la
necesidad de emprender las transformaciones que demanda la realidad, no
los caprichos de uno o unos pocos, de forma pacífica y gradual, sin
tener que llegar a vacíos de poder ni situaciones de confrontación
violentas.
La ruta que parece más verosímil para lograrlo es la creación de un
ambiente de distensión y concordia que lleve al establecimiento de un
diálogo nacional inclusivo, al reconocimiento de las libertades
fundamentales; a una nueva Constitución fruto de la creación y discusión
colectivas y horizontal del pueblo cubano, aprobada luego en referendo;
a una nueva ley electoral democrática, y al establecimiento de un Estado
moderno de derecho con plena transparencia funcional e informativa, bajo
control popular, con autonomías municipales, presupuestos participativos
en los diferentes niveles y el sometimiento a referendo de las leyes que
afecten a todos los ciudadanos.
Salvando distancias y diferencias, necesitamos un periodo como el que
caracterizó los años previos a la Constitución de 1940 (legalización de
partidos políticos, amnistía, autonomía universitaria, convocatoria a
nueva constituyente) que en las nuevas condiciones nos lleve a una
República democrática humanista y solidaria, con plena justicia social,
donde quepamos todos.
Ese proceso nunca será fruto de la discordia, la descalificación y el
enfrentamiento al que quieren someternos algunos grupos en ambas
extremas del espectro político. La violencia por naturaleza
antidemocrática y excluyente, debe ser desterrada como método político.
Es hora de que todos los actores políticos asuman actitudes responsables
en esta dirección y muestren su disposición a recorrer ese trecho
democrático. Lo otro es seguir apostando al aplastamiento de una parte
de los cubanos por otros, o de minorías por mayorías cambiantes en el
tiempo. Y nunca olvidar que toda minoría aplastada siempre será causa de
conflictos.
Desde parte de la izquierda democrática hace años estamos llamando a ese
diálogo inclusivo y lo estamos asumiendo en la práctica, con nuestra
participación en los espacios oficiales que nos permiten y con el
diálogo que estamos sosteniendo con la oposición tradicional.
Todos los cubanos de buena voluntad, independientemente de su pensar
político e ideológico, tienen el deber y el derecho de participar de
este gran proyecto inclusivo y democratizador de la nación cubana, "con
todos y para el bien de todos".
Source: Hay que cambiar la forma de acumular y distribuir la riqueza en
Cuba -
http://www.14ymedio.com/opinion/cambiar-acumular-distribuir-riqueza-Cuba_0_1892810713.html
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