Ladrón que roba a ladrón…
La corrupción se puede explicar por la ineficiencia del gobierno cubano,
que afecta a toda la población y la obliga a ser parte de la misma.
Arnaldo Yero,Roberto Lozano, Miami
jueves 8 de febrero de 2007 6:00:00
La batalla contra la corrupción comenzó en Cuba hace muchos años. Ya
desde los tiempos de La historia me absolverá Fidel Castro anunció que
de haber tomado el poder tras el asalto al Cuartel Moncada, la primera
tarea del gobierno revolucionario habría sido "limpiar las instituciones
de funcionarios venales y corrompidos". Sin embargo, a pesar del
adoctrinamiento político de las masas, las purgas periódicas de
dirigentes y administradores estatales, los procesos de rectificación de
errores, la corrupción amenaza con derrumbar "la viga central del
edificio de la revolución" y hacer que la misma se "autodestruya", según
han advertido sus propios dirigentes.
Cuando tantos esfuerzos para erradicar un mal fracasan una y otra vez,
no queda más remedio que preguntarse dónde está la falla: ¿Está en los
métodos utilizados para corregir el mal, o está en la identificación
misma de las causas del mal?
Un breve viaje a la semilla
Al llegar al poder, Castro confiscó las cuentas bancarias y los bienes
malversados de las figuras más connotadas del régimen de Fulgencio
Batista, muchos de los cuales habían utilizado los fondos del erario
público para enriquecerse, como verdaderos political entrepreneurs. Todo
el mundo creyó entonces que el gobierno revolucionario estaba dando
cumplimiento cabal a lo que había anunciado en su programa político
original.
Poco después, sin embargo, Castro procedió a nacionalizar las
propiedades de las compañías extranjeras como parte de un plan, hasta
entonces secreto, de llevar a cabo una revolución socialista a espaldas
del pueblo y de la gran mayoría de los revolucionarios que habían
combatido contra la dictadura de Batista. De ahí que en los primeros
meses de 1959 Castro declarara en más de una ocasión que él no era
comunista, y que la revolución era "verde como las palmas", mientras
creaba un gobierno paralelo que funcionaba a espaldas del primer
gabinete del gobierno revolucionario, que, sin saberlo, servía como
pantalla civilista y moderada a la radicalización que se venía gestando.
Una vez consolidado en el poder, tras haber declarado que era
marxista-leninista y amparándose en la supuesta necesidad de echar abajo
todo vestigio de la vieja sociedad burguesa para construir sobre sus
escombros una nueva sociedad socialista más pura, Castro terminó
confiscando los bienes legítimos de los miles de economic entrepreneurs
cubanos, que habían utilizado los mecanismos de la economía formal
capitalista para establecer sus negocios y prosperar. Dicho proceso
terminó con la ofensiva revolucionaria de 1968, donde Castro intervino
hasta el último puesto de fritas que quedaba en manos privadas.
Aquellos polvos trajeron estos lodos
Al confiscar las compañías extranjeras, Castro no hizo otra cosa que
cortar los vínculos de las mismas con las empresas matrices, es decir,
nacionalizó los activos físicos: los edificios, las maquinarias, la
tierra, pero al mismo tiempo privó al país del flujo tecnológico, del
conocimiento administrativo y de las inversiones que dichas empresas
aportaban.
Al adoptar el modelo de economía centralizada socialista, Castro no
solamente frenó la vitalidad del comercio y la capacidad productiva del
país, sino que, al fomentar la escasez, producto de la ineficiencia del
sistema, sentó las bases para la futura expansión de la corrupción.
Por último, al confiscar los bienes de la clase media cubana, penalizó
al segmento más pujante de la sociedad, provocando además la emigración
de miles de empresarios, técnicos y profesionales, y convirtiéndose en
el mayor malversador de la historia del país.
Se puede decir entonces que la batalla inicial contra la corrupción
comenzó con la confiscación de los bienes malversados de una minoría
culpable del antiguo régimen, pero terminó apropiándose de los negocios
legítimos de miles de cubanos honrados, y convirtió al Estado, la
entidad que debía sentar un ejemplo moral para la sociedad, en el
principal ladrón y promotor de la nueva corrupción.
Es la libertad económica, estúpido
En términos económicos no es difícil entender el fracaso de la batalla
castrista contra la corrupción, ya que, como dijo Milton Friedman, "la
corrupción es sencillamente la intromisión del gobierno en la eficiencia
del mercado por medio de regulaciones". Pero en Cuba, aunque hay muchos
economistas capaces, se sabe que no tienen el poder de influir en un
proceso de toma de decisiones que da primacía a lo político sobre lo
económico, y mucho menos decir abiertamente que dondequiera que se
suprime la libertad económica ocurre una expansión de la economía
subterránea y del mercado negro, los cuales entronizan la corrupción.
Esta relación inversamente proporcional entre la libertad económica y la
corrupción hace que las sociedades con economías más centralizadas sean
también las más corruptas. La centralización del poder económico en
manos de administradores estatales ineficientes, la monopolización de la
actividad del comercio exterior, la distorsión de la función del mercado
como regulador de la distribución de recursos, los controles de precios,
y el estrangulamiento de la oferta de bienes y servicios, conducen a la
miseria primero y a la corrupción después.
La falta de tradición de respeto a las leyes e instituciones y otros
factores culturales también influyen en los niveles de corrupción, pero
son elementos secundarios. Para comprender a cabalidad la corrupción en
Cuba, es necesario verla esencialmente como una reacción humana ante la
estructura económica del país y sus patrones de propiedad, cálculo de
precios, compensación y estímulo al riesgo.
Las medidas contra la corrupción en Cuba no funcionan porque el gobierno
confunde los síntomas, como la indisciplina y el ausentismo laboral, con
sus verdaderas causas. La reacción del hombre como ente económico
depende esencialmente del sistema de incentivos y penalidades imperante.
Para el hombre económico no hay nada más importante que el deseo y la
necesidad de mejorar su condición material y la de su familia. Es lógico
entonces que en un ambiente de escasez, técnicamente definida como una
brecha entre la oferta y la demanda, éste recurra al mecanismo del
mercado negro para cubrir necesidades, gustos y preferencias que no
puede satisfacer en el mercado estatal.
De la misma manera que el bajo poder adquisitivo del salario real obliga
al trabajador a compensar sus entradas robándole al Estado —único dueño
de todo—, la escasez convierte a cada consumidor insatisfecho en un
agente de la bolsa negra. Para completar el cuadro, la falta de
oportunidades para prosperar o simplemente sobrevivir en la economía
formal centralizada, y la proliferación de controles por parte del
Estado, empujan a los agentes del orden (funcionarios, inspectores y
policías) a compensar sus bajos ingresos mediante el tráfico de influencias.
El hambre como consejera…
La corrupción florece cuando reina la escasez, ya que la permanente
brecha entre la oferta y la demanda, crea una oportunidad de ganancia
extraordinaria, incentivando a los empresarios de la economía
subterránea a tratar de suplir por cualquier medio el mercado negro con
sus productos. Al satisfacer aquella parte de la demanda no satisfecha
por los productores estatales, estos empresarios desempeñan un papel
económicamente positivo. Es más, si no fuera por ellos, las condiciones
de vida y la satisfacción de las necesidades del consumidor fueran mucho
peor de lo que son.
Asimismo, mientras que el Estado controla y distorsiona los precios del
producto de sus empresas, afectando la distribución óptima de los
recursos, el mercado negro calcula los suyos eficientemente mediante los
vaivenes de la oferta y la demanda, enviando el estímulo apropiado a los
potenciales productores. El robo generalizado al Estado no es entonces
causa de la corrupción, sino una consecuencia de la ineficiencia
productiva del sector estatal. Por eso, económicamente hablando, es
injusto tratar a estas personas como criminales, ya que ellas reaccionan
ante los estímulos que indirectamente les envía el propio gobierno que
los persigue. Además, si el gobierno mismo terminó robándole las
propiedades a sus legítimos dueños, qué moral tiene ahora para acusar a
nadie de robarle al dueño ilegítimo de todo. Como dice el refrán
popular: "ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón".
Por todo lo anterior, es injusto y contraproducente tratar de
disciplinar a unos trabajadores mal pagados, mal vestidos, carentes de
transporte adecuado y peor alimentados, mientras se trata de tapar con
un dedo las causas estructurales y morales de la corrupción en aras del
inmovilismo político. Eso es lo que hace el alcalde de La Habana, Juan
Contino, al asegurar que la corrupción es "producto de ciertas conductas
indeseables de una minoría". A menos que el señor Contino se refiera a
la conducta de la elite gobernante, que insiste en imponerle un modelo
económico fracasado al resto de la sociedad, el fenómeno de la
corrupción solamente se puede explicar por la ineficiencia productiva
del Estado, que afecta a toda la población, obligándola a ser, directa o
indirectamente, parte activa o pasiva de la misma y por eso es "un
cáncer que hace metástasis", según las palabras de Raúl Castro. La
corrupción en Cuba se ha convertido en un fenómeno generalizado,
sencillamente porque la economía centralizada no satisface las
necesidades del consumidor.
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http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cuba/articulos/ladron-que-roba-a-ladron
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