Entre China y Corea del Norte
Poco a poco ha surgido en Cuba la necesidad de decidir un camino entre
la China de hoy, de cara al futuro, y la Corea del Norte aferrada al ayer
Alejandro Armengol, Miami | 06/03/2012 10:19 am
Hay una brecha entre la Cuba del ciudadano de a pie y la Cuba de
permanencia, estabilidad y desarrollo: la visión que a los ojos del
mundo intenta ofrecer el Gobierno cubano. De su ensanchamiento o
disminución depende el fracaso o el triunfo de Raúl Castro.
Confundir ese fracaso o triunfo con la caída del régimen es un error que
se repite en Miami sin cesar. No es la búsqueda de mayor democracia lo
que está en juego en La Habana, sino el intento de encaminar al país en
una estructura económica más eficiente, dentro de un sistema
totalitario, con un gobierno que funcione a esos fines. De lo que se
trata es de superar la etapa en que el líder supremo determinaba tanto
la participación en un conflicto bélico como un nuevo sabor de helado.
Ahora el país se arrastra entre la necesidad de que se multipliquen
supermercados, viviendas y empleos, y el miedo a que todo esto sea
imposible de alcanzar sin una sacudida que ponga en peligro o disminuya
notablemente el alcance de los centros de poder tradicionales. Hasta
ahora, las respuestas a favor de transformaciones han sido
descorazonadoras. El avance económico y las posibilidades de empleo
sustituidas en buena medida por la promesa de la vuelta al timbiriche.
Rodeando la indecisión entre la permanencia y el cambio, el peligro del
caos.
Cuba ha logrado con éxito vender su estabilidad, por encima de cualquier
esperanza de mayor libertad para sus ciudadanos. Las apariencias de
estabilidad, sin embargo, no deben hacer olvidar al Gobierno cubano que,
en casi todas las naciones que han enfrentado una situación similar, lo
que ha resultado determinante a la hora de definir el destino de un
modelo socialista es la capacidad para lograr que se multipliquen no mil
escuelas de pensamiento sino centenares de supermercados y tiendas.
De esta manera, hay dos opciones que no necesariamente toman en
consideración el ideal democrático. Una es el mantenimiento de un poder
férreo y obsoleto, que sobrevive por la capacidad de maniobrar frente a
las coyunturas internacionales y que en buena medida se sustenta en la
represión y el aniquilamiento de la voluntad individual. Otra es el
desarrollo de una sociedad que avanza en lo económico y en la
satisfacción de las necesidades materiales de la población —sobre la
base de una discriminación económica y social creciente—, pero que a la
vez conserva el monopolio político clásico del totalitarismo.
Esta disyuntiva, que abre un camino paralelo a las esperanzas de
adopción de cualquiera de las alternativas democráticas existentes en
Occidente, no es ajena a la realidad cubana.
Poco a poco ha surgido en Cuba la necesidad de decidir un camino entre
la China de hoy, de cara al futuro, y la Corea del Norte aferrada al
ayer. Por supuesto que ambas vías arrojan por la borda cualquier ilusión
democrática, pero no por ello son cada vez más reales ante la
posibilidad de tener que aceptar —con disimulado júbilo o a
regañadientes— el hecho de que la transformación política en la Isla es
a largo plazo.
Pero si durante los primeros dos años de su mandato Raúl Castro pudo
limitar las definiciones ideológicas al mantenimiento del status quo,
utilizó en sus discursos mediante el argumento de la "legitimidad de
origen" (el triunfo durante la insurrección del Movimiento 26 de Julio),
y así esquivar con éxito que su mandato comenzara a ser analizado de
acuerdo con la "legitimidad de ejercicio", a partir de finales de 2010
las cosas comenzaron a complicarse con la declaración de Fidel Castro de
que "el modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros mismos".
Estas palabras, que han sido sujetas a diversas explicaciones —desde un
supuesto espaldarazo al Gobierno de su hermano hasta una muestra de
demencia senil—, colocaron en un primer plano la necesidad de lograr una
eficiencia del sistema, al tiempo que Fidel Castro se ha reservado para
él, de forma absoluta y repetitiva, la exposición detallada de sus
méritos, y singularizar así en su persona la "legitimidad de origen",
con la publicación de dos volúmenes de lo que podrían considerarse sus
memorias, La ofensiva estratégica y La victoria estratégica, ambos de
2010, así como el más reciente Guerrillero del tiempo (2012), una
entrevista autobiográfica de más de mil páginas y dos tomos con la
periodista cubana Katiushka Blanco, a los cuales se le suma un texto
relativamente más antiguo, la Biografía a dos voces (2006), con Ignacio
Ramonet.
Con Fidel Castro convertido en el máximo representante de la
"legitimidad de origen", su hermano menor se ha visto obligado a
ejemplificar que es cierto su señalado pragmatismo, y a demostrar su
eficiencia en el terreno de la "legitimidad de ejercicio", la cual
tendría que ser definida por los logros en conseguir cierto avance en el
nivel de vida de la población, alcanzado mediante la inversión
extranjera adecuada y una limitada liberalización económica. Pero estos
aspectos continúan en buena medida sin ser definidos, tras la
frustración a consecuencia de que las esperanzas despertadas tras su
discurso de aceptación del mando, y las primeras medidas de cambios
económicos, no han continuado a un ritmo creciente sino todo lo
contrario: se han detenido.
Raúl Castro se ha apoyado en tres condicionantes —tres pretextos se
podría decir también— para "justificar" las demoras en lograr una mayor
eficiencia del sistema cubano. El primero es la lucha contra la
corrupción, que es el pilar raulista más repetido en los medios de
prensa cubana. El segundo es un extendido proceso organizativo, que de
vez en cuando muestra algún signo de avance, pero que en general se
mantiene entre sombras. El tercero es un plan de inversiones extranjeras
que, junto con la posible explotación petrolera, sería la solución a
largo plazo de los problemas económicos de la Isla.
Sin embargo, este tercer factor podría verse seriamente afectado por la
salida del presidente Chávez, de la escena política, tanto de Venezuela
como de Cuba. Las interrogantes al respecto pueden haber formado parte
de los temas de conversación durante el viaje de trabajo de Marino
Murillo, vicepresidente del Consejo de Ministros de Cuba, a China,
iniciado el 21 de febrero de este año, precisamente el mismo día en que
Chávez confirmó que le habían detectado otra lesión en el mismo lugar
donde le fue extraído un tumor maligno hace casi un año. Tras la nueva
operación en Cuba, el propio Chávez dio a conocer que esta segunda
lesión era en realidad un nuevo tumor.
¿Cuándo optará La Habana por una clara definición de su rumbo, que
implica escoger entre la vía de Pekín y la de Pyongyang? Al tiempo que
la Isla alienta cierto tipo de inversión extranjera, y un muy limitado
sector de trabajo privado, en lo que algunos ven como el inicio de un
camino de apertura económica, estilo China. Cuba sigue esgrimiendo el
argumento de plaza sitiada, y hasta ahora ha contado con el "apoyo" del
Gobierno norteamericano, empecinado en las presiones económicas, que
fundamentalmente afectan al ciudadano de a pie, no importa donde viva.
Bajo esta óptica, las negociaciones solo se logran a partir de crisis, y
aunque no puede afirmarse que el Gobierno cubano mira al de Corea del
Norte como ejemplo, tampoco es desacertado señalar que hay una serie de
similitudes —papel de las fuerzas armadas, privilegio a la cúpula
militar, sucesión familiar y culto a la personalidad— que emparentan a
estos dos países distantes en georgrafía y a veces cercanas en política.
No es nada agradable, pero cada vez más resulta evidente que las
alternativas para Cuba son entre la estabilidad y el caos, y nadie en
Washington quiere una situación caótica a noventa millas de Estados Unidos.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/entre-china-y-corea-del-norte-274663
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