Ruido y reformas
Alejandro Armengol
La pregunta sobre si el socialismo es reformable admite más matices en
las respuestas actuales que hace algunos años, pero continúa encerrando
un núcleo básico negativo.
En primer lugar se encuentra el inacabable debate sobre lo que es
socialismo, y si en Cuba ha existido en algún momento algo similar. En
segundo la necesaria distinción entre los aspectos económicos y políticos.
La fragilidad de ese oxímoron, que ha dado en llamarse "socialismo de
mercado", es que la primera palabra no solo contradice sino limita a la
segunda: aunque el mercado en parte regula al sector privado en una
economía mixta, los mecanismos de intercambio también obedecen, en igual
o mayor medida, a un control burocrático, que lleva a cabo muchas de sus
decisiones a partir de factores extraeconómicos: políticos e ideológicos.
Lo que ocurre es que el Estado aprovecha al máximo su poder represivo,
pero malgasta su poder económico. La explicación de esta ineficiencia
viene dada en el hecho de que el burócrata no se beneficia de la
eficiencia, sino todo lo contrario. Como sus privilegios dependen de que
el acceso de bienes y servicios se mantengan escasos, hace todo lo
posible para perpetuar esa situación.
Así que cualquier conversación sobre las reformas económicas cubanas
conlleva una alta dosis de optimismo, cuando se lleva a cabo con
honestidad, algo que no ocurre en buena parte de las ocasiones en que se
toca el tema.
La poca visibilidad de las reformas económicas se torna nula al hablar
de los cambios políticos. Y es precisamente aquí donde el postulado de
que el socialismo no es reformable adquiere su plena vigencia. Porque si
discutir la existencia o no de un socialismo en Cuba puede resultar
cuestionable, en cuanto a su base económica, cuando la discusión se
traslada al plano de un sistema político –más bien una maquinaria
represiva configurada a los fines de un déspota– la respuesta adquiere
claridad absoluta: cualquier intento de reforma mina al régimen y
quienes están en el poder lo saben.
Es por ello que la retórica del régimen apela al término "actualización"
y elude la palabra reforma. Más allá de cualquier declaración de momento
o discurso ocasional, al enunciar que todo se limita a un "poner al día"
se desecha cualquier reconocimiento de errores. La arrogancia castrista
siempre ha negado las equivocaciones porque éstas no han limitado su
permanencia en el poder. Los Castro seguirán gobernando hasta el último
día sin pedir disculpas, es su naturaleza.
Cabe entonces preguntarse por la persistencia en hablar de unas reformas
que el gobierno cubano niega, en la práctica no vienen por parte alguna
y en teoría son el ave agorera del socialismo. La explicación de ese
aferrarse a un pensamiento salvaje, en lo que tiene de terco, depende de
varios factores, desde una población que les teme y las ansía hasta
diferentes grupos sociales que ven en estas pequeñas parcelas de poder.
Quizá el factor menos determinante en mantener vivo el espíritu de las
reformas no venga de que quienes viven en la isla sino del exterior y de
determinadas élites, tanto en Cuba como en el exilio.
En lo que pudiera llamarse una "conducta cautiva" las reacciones de
quienes viven en Cuba están marcadas muchas veces por la dinámica de los
conflictos evitación-aproximación. Alguien, con más talento dramático,
lo definió en una ocasión como que "los cubanos quieren ir al Cielo,
pero sin morirse antes". Para citar un ejemplo a la moda, mientras en
Miami hay un sentimiento general de alegría ante la posibilidad de que
el presidente Hugo Chávez desaparezca de la escena, ya sea por un final
biológico o una derrota política, en la isla ese regocijo esperado se
transforma en un temor presente. Lo que impera es una tensión ante la
posibilidad de una disminución o un corte del petróleo venezolano. Con
los cambios ocurre algo similar, en el sentido de que el freno impuesto
a estos por la burocracia –o por el propio gobierno en muchos casos– ha
contado con el apoyo pasivo de la apatía ciudadana.
¿Cuántos gritos a favor de las reformas se han escuchado en Cuba? La
pregunta puede resultar injusta, porque en su mejor expresión el
movimiento reformista prefiere un transitar callado. Aquí entraría el
papel de la Iglesia Católica y algunos grupos del exilio en impulsar una
agenda que busca espacios en lo social y económico al tiempo que evita
la confrontación política.
Otros dos grupos que han visto en las reformas una posibilidad, que se
mueve entre la validación y la subsistencia, son los intelectuales que
dentro de Cuba persisten en buscar una salvación socialista a un sistema
condenado al fracaso y quienes dentro del exilio mantienen una
vinculación con el gobierno cubano –mayormente económica– y aspiran a
desempeñar algo más que el papel de segundones a que los ha condenado La
Habana.
Sin embargo, la inmovilidad del gobierno no excluye una dinámica social,
que va más allá de la caracterización ideológica de lo que se entiende
por reformas. En este sentido es que puede afirmarse que el panorama
social y económico cubano no es el mismo de hace seis años. No hay
grandes reformas en Cuba, es cierto. Sin embargo, repetir que todo sigue
igual –no con fe ciega sino con ignorancia oportuna– es cerrar la puerta
y no salir a la calle.
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