Pueblo de esclavos
PEDRO ARMANDO JUNCO, Camagüey | Agosto 24, 2016
El nivel de esclavitud de un pueblo lo determina la suma de libertades
que lo restringen. La esclavitud y la libertad son los dos extremos de
una balanza que, a medida que se inclina hacia abajo por el peso que
carga uno de sus platillos, eleva su contraparte.
Esto le expliqué a un estudiante de preuniversitario hace algunas
jornadas cuando me preguntó si coincidía con el criterio de su abuelo,
quien asegura que el pueblo cubano sufre una esclavitud moderna.
Demoré algunos minutos en responder a su pregunta. Con los adolescentes
y los niños hay que ser sumamente cautelosos a la hora de ofrecer
discernimientos, más cuando presentan interrogantes basadas en la
admiración y el respeto que sienten por nosotros. Aquello que expresemos
lo impregnan como axioma dogmático para toda su vida. Los niños
inteligentes piensan por sí mismos para luego ir en busca de un adulto
que, para ellos, tiene reconocido criterio propio.
Para esquivar su disparo le había respondido con otra pregunta:
–¿En qué basas tu opinión sobre la condición de esclavo moderno?
–En muchas características, profe. (Los muchachos de la enseñanza media
llaman "profe" a todo aquel que consideran instruido).
–¿Por ejemplo?
–Los esclavos de siglos anteriores sufrían castigos que hoy serían nada
funcionales: el grillete, el látigo, la mutilación... Pero asegura mi
abuelo que los cubanos hemos perdido derechos que gozábamos antes del
triunfo de la Revolución y a eso llama él la esclavitud moderna.
El jovencito se había informado con su abuelo que en enero de 1959 más
del 90% de los cubanos eran fidelistas, que el pueblo colocaba carteles
en las puertas de entrada a sus hogares: "Fidel, esta es tu casa" y que,
al parecer, el máximo líder se tomó el ofrecimiento muy en serio:
prohibió la venta de viviendas y confiscó a todo quien mantuviera a su
nombre más de una todas las restantes. A eso lo llamó Reforma urbana.
Luego hizo igual con las haciendas y lo llamó Reforma agraria. Confiscó
los negocios, desde grandes corporaciones hasta el último timbiriche
particular de los cuales sobrevivían miles de familias proletarias
paliando la estrechez con sus escuetas utilidades. Su abuelo le había
contado con sonrisa irónica que no escaparon a las confiscaciones ni las
tijeras y peines de los barberos. A eso no se le ocurrió cómo llamarlo.
Se prohibió la tenencia de armas de fuego. Se fusiló o se encarceló a
quienes se rebelaron. Se nacionalizó el sindicato y se eliminó el
derecho a huelga. Se hizo saber a los intelectuales que "con la
Revolución todo y contra la Revolución nada", dejando en la ambigüedad
el concepto, pero en clara advertencia para los que pretendieran
esgrimir razonamientos individuales en publicaciones y obras artísticas
de cualquier tipo. El pueblo de Cuba, en pleno, quedó al desnudo de sus
derechos elementales: sin posesiones, sin armas y sin la posibilidad de
mostrar su descontento. Los grandes ideólogos de las tiranías, sobre
todo Stalin, estuvieron siempre convencidos de que un pueblo miserable
no es capaz de rebelarse.
Esto sucedió en la primera década de la Revolución. Los resultados no se
hicieron esperar. La población, en su totalidad, pasó al proletariado.
Surgió la libreta de racionamiento, macabra idea leninista de cuando en
Rusia el pueblo se moría de hambre a tendales. La cuota de café se
redujo junto a la de carne y otros artículos de primerísima necesidad.
Al minifundio se le prohibió la venta de sus producciones a no ser al
Estado; el ganadero que sacrificara una res para el consumo familiar
sería castigado con largas penas de cárcel; y así con la generalidad de
los productores individuales, creando el monopolio más grande del que se
tenga memoria en la historia de Cuba, incluyendo los siglos de coloniaje.
Se creó un documento oficial para quienes pretendieran abandonar el
país: la "carta blanca", controlada por el Ministerio del Interior y
prácticamente inalcanzable al ciudadano común, salvo en casos
excepcionales. El cubano pasó a ser un recluso más dentro del limitado
territorio de la Isla, y a todos aquellos que emigraran de forma ilegal,
como a quien se hiciese ciudadano extranjero, se les despojó de la
ciudadanía. Para mayor limitación aún, se restringió el derecho a
residir en La Habana a los habitantes de otras provincias.
En 1973, se privó al pueblo del derecho a comparecer directamente frente
a un tribunal como acusador, aunque tuviese pruebas de haber sido el
perjudicado principal, sin importar cuál hubiese sido el agravio o los
daños sufridos, violando así el artículo seis de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos: "Todo ser humano tiene derecho, en
todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica".
En 1975, decenas de miles de cubanos fueron enviados a pelear en Angola.
Negarse a participar como soldados en esa guerra era duramente
castigado, sobre todo en los jóvenes del servicio militar obligatorio.
Los militantes del Partido y la Juventud Comunista que rehusaran
engrosar esas filas como soldados eran despojados de sus militancias, y
los no militantes eran separados de sus centros de trabajo. Miles de
estos cubanos perdieron la vida por una causa injerencista en los
asuntos de otro país, que nada tenía que ver con ellos. Todavía el
pueblo desconoce la cantidad de compatriotas muertos en esa aventura.
En 1980 la homofobia alcanzó su máximo grado de preponderancia cuando un
grupo de desesperados invadió la embajada del Perú: se abrió un puerto
para la deportación y por allí se expulsaron homosexuales, desafectos, y
presidiarios hacia Estados Unidos. La anuencia humanista de Carter costó
la presidencia al Partido Demócrata en Estados Unidos.
A final de esa década colapsó el comunismo europeo y sobrevino una
miseria sin precedentes en la historia de Cuba. La manera de
sobrellevarla estuvo en la implementación de mayores restricciones
ciudadanas, y hasta se habló de cocinas comuneras y crear hábitat al
estilo indígena. Por fortuna apareció Chávez con su petróleo canjeado
por personal cubano de alta calificación, arrendado por el Estado. Esos
"internacionalistas" colaboradores recibieron apenas un miserable
estipendio de lo que Venezuela pagaba por su trabajo.
La posesión de un dólar norteamericano se castigó con varios años de
cárcel. Se restringió en mayor grado el consumo de pescados y el
ciudadano común nunca más tuvo derecho a probar mariscos, carne de res y
otros derivados de la ganadería.
Llegó el nuevo milenio, explicaría el abuelo al joven estudiante de
preuniversitario. El tiempo hizo su trabajo y la dirección del país
pasó, aparentemente, recalcó el abuelo con ironía, a manos de Raúl
Castro, el general presidente.
El general presidente abrió algunas vertientes ante la agobiada
situación ciudadana con su lema reiterativo "sin prisa, pero sin pausa".
Suprimió las restricciones de salida, sin soltar por completo la cuerda
mediante el acápite de un decreto. Permitió el trabajo individual, a
pesar de impedir el crecimiento económico de los negocios y mucho menos
la autorización a un ciudadano nacional para una inversión de
envergadura, cuyo privilegio se reservó solo para extranjeros. Se liberó
la tenencia del dólar, pero toda remesa que llega al individuo es
canjeada de inmediato por un billete que no tiene valor alguno fuera del
territorio nacional.
El pueblo de Cuba prosigue bebiendo en los amaneceres un mejunje que no
es café puro. Pone en su mesa engrudos de picadillos con alta proporción
de soja, haciéndole creer que come carne. Compra en las trapishopping
ropas de uso, donadas como limosna por otros países. Continúa ganando un
peso que vale cuatro centavos. Asiste de vacaciones a campismos
populares en las orillas de un río como los aborígenes, porque Varadero
está reservado para los extranjeros y los altos dirigentes. Su estrechez
proletaria no le permite solventar ni el pasaje en avión para salir al
exterior y carece de caudal para comprar un carro. El monopolio estatal
se traga, a manera de embudo, la escasa producción agrícola a precios
irrisorios. No se permite ni se reconoce el descontento popular,
abatiendo a mujeres con flores cuando salen a la calle a protestar de
manera pacífica, y se acalla la voz de la disidencia, la oposición y los
librepensadores con el hermético silencio de los medios masivos de
difusión, el bloqueo de los sitios de internet y emisoras radiales que
se consideran "enemigos"...
Luego de escuchar todas aquellas conjeturas del joven estudiante de
preuniversitario, no me quedó otra opción que responder: "Tú perteneces
a la nueva generación de cubanos que representa el futuro de la patria.
Tú eres un joven talentoso y amigo de la verdad y la sabiduría. Tú
tienes el derecho a determinar por tus propios razonamientos si el
pueblo de Cuba es o no un pueblo de esclavos; y, por supuesto, el deber
de trabajar para que esas injusticias sean eliminadas".
Source: Pueblo de esclavos -
http://www.14ymedio.com/opinion/Pueblo-esclavos_0_2059594030.html
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