Economía socialista: ¿un oxímoron?
Cuba no actualiza ningún modelo. Va derechita (…) hacia dos de las
peores formas de capitalismo: el de compinches, que concentra el poder
en unas cuantas familias; y el de casino, que comienza a ser tentado por
la casa del millón de dólares
Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 20/12/2011
Un oxímoron es un recurso literario que consiste en situar en una misma
expresión dos conceptos de significado contradictorio. Eso afirma el
diccionario. Equivale a decir, en este caso, que socialismo y economía
constituyen una contradicción en los términos. Intento demostrar por qué.
Como me insiste un amigo liberal ―yo soy un socialdemócrata a prueba de
cualquier tentación― no existe algo así como un almuerzo gratis. En
algún punto de la cadena económica, alguien asume las costas de lo que
ingieren los estudiantes en sus escuelas. Se me ocurre, siguiendo el
hilo de este razonamiento, que tampoco existe algo así como una economía
socialista.
Economía es capital invertido para producir bienes a partir de la
escasez de recursos. En este sentido, el capitalismo, como muy bien
describió Carlos Marx, tiene fecha en la antigüedad romana. Los estudios
modernos sobre la sociedad china, algo más vieja que la misma Roma de la
república y del imperio, demuestran lo mismo: el capitalismo es anterior
a la sociedad industrial británica.
La conclusión dura es evidente: la economía es capitalismo. Este puede
ser comercial, industrial, productivo, artesanal, social, de servicios o
de Estado; pero no parece haber nada, conceptualmente hablando, que
posibilite la economía fuera del capital, del dinero, la inversión el
ahorro y la innovación. Esa es la razón por la que el desarrollo de la
ciencia en lo que tiene que ver con la construcción de paradigmas o con
sus posibilidades epistemológicas ha sucedido solo en sociedades de
desarrollo capitalista. Es axiomático que lo que distingue al
capitalismo antiguo del moderno es una realidad más vasta que transformó
y aceleró la comunicación en dimensiones globales: el mercado.
Si bien la discusión ―y a estas alturas todo resulta muy claro para
gente bastante seria― entre el socialismo y el capitalismo en relación
con la economía fue relevante desde el punto de vista político ―en los
marcos del pulso de la guerra fría―, fue improcedente desde una
perspectiva teórica. Lo cual significa que perdería sentido también como
debate político en el largo plazo. En la sociedad moderna una derrota
teórica es el camino más largo e intrincado para una derrota política.
El socialismo real no constituyó nunca una respuesta económica a las
fallas estructurales y a las consecuencias sociales del capitalismo. Fue
exclusivamente una respuesta moral que supuso a la larga una implosión
de la economía misma como ámbito, como mentalidad y como praxis. Si,
como se dice, la economía nace como respuesta humana a las necesidades
ilimitadas del hombre desde la realidad de la escasez, el socialismo
respondió con un modelo que pretendió limitar las necesidades del hombre
ante la posibilidad de su satisfacción consumista. Desde la escasez como
dato real, la economía —es decir, el capitalismo más el mercado—,
responde siempre con la sociedad de consumo. Desde la sociedad de
consumo, el socialismo real respondió con un dato artificial y creado:
la carestía. Algo distinto a la escasez.
Si el escándalo de las desigualdades alimentó el supuesto de que el
Estado podía convertirse en un actor económico más, la carestía fue el
soporte estructural para el tipo de Estado que sustituye la economía
como dimensión, y le permite reproducirse como una entidad corrupta y
envilecida que ataca a la economía por dondequiera que esta aparezca. La
lucha sempiterna de los Estados del socialismo real con el mercado negro
no fue históricamente otra cosa que la lucha del socialismo contra la
economía real.
En un nivel fundamental lo que ocurrió fue esto: una ilusión teórica e
intelectual cuyas consecuencias prácticas para la gente, y políticas
para las ideas de izquierda, han sido letales.
La crisis política y de paradigmas de la opción socialdemócrata a la que
me adscribo tiene su base en nuestra incapacidad para encarar con
valentía y sin complejos —con la probable excepción del laborismo
británico— un hecho profundo y arraigado en todas las civilizaciones,
con independencia de la rica diversidad cultural: la realidad del
capitalismo como práctica y como cataláctica es decir, como mundo de
intercambios.
Durante más de medio siglo el liberalismo económico se batió
teóricamente en falso contra unos presupuestos económicos que, pese a su
vestimenta teórica y su traducción al lenguaje altamente formalizado de
las matemáticas, podría reducirse muy bien a la "Economía Faraónica"
(EF) o a lo que el mismo Carlos Marx denominó, sin mucho rigor
científico, como Modo de Producción Asiático (MPA); para referirse con
este concepto a los modelos de producción del Asia y de algunos lugares
del Medio Oriente antes de la revolución industrial.
La economía soviética, y por extensión la de todos los países que
imitaron su modelo, puede entenderse mejor a partir de esas referencias
a la EF o al MPA: modelos de supervivencia y grandiosidad extensiva en
los que no hay economía propiamente dicha porque no hay medición de
recursos escasos, no se basan en la productividad, están de espaldas a
la oferta y demanda del mercado, reproducen la carestía mediante el
control de precios, producen medias solo para las reinas, gastan sus
escasos recursos en obras de status y prestigio, y redistribuyen los
bienes según una estructura de privilegios.
Por eso el "más" moderno economista Kenneth Galbraith pierde frente al
"menos" moderno economista austriaco Ludwig Von Mises. Donde aquel
fundamentó una supuesta convergencia entre dos modelos contrarios bajo
el supuesto de que constituían caminos distintos hacia un mismo oasis de
industrialización y desarrollo, este deconstruyó la teoría económica
fundada en el valor-trabajo para situarla sobre el concepto de utilidad
marginal, resolviendo de cierto modo el viejo dilema del agua y los
diamantes. En efecto, un bien adquiere su valor no por su utilidad
objetiva sino por otros dos valores combinados: su escasez y su
capacidad para la satisfacción subjetiva. Donde hay agua suficiente, el
precio baja irremediablemente. Por el contrario, el diamante siempre
valdrá más en razón tanto de su rareza como de su valor estético.
En otras palabras. El mercado determina más en la estructura de precios
de determinados bienes que el trabajo mismo. Por eso en la economía
soviéticaet al la cantidad de trabajo empleada en la producción de
tuercas se perdía junto a la inutilidad de las mismas tuercas. ¿Y la
excelencia del radio Selena de fabricación soviética que hizo furor en
Cuba por allá por las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado?,
preguntarán algunos cubanos de los "viejos tiempos gloriosos". Averigüen
por la Gründing alemana, respondería yo, a quien los soviéticos copiaron
hasta el hartazgo.
Economía socialista es por tanto un oxímoron. Y los liberales contentos.
Si el pensador neocomunista Slavoj Zizek, un franco-esloveno que se ha
convertido en la pesadilla de los socialdemócratas y de los
social-liberales —no hay pensadores a su altura en mi propio campo de
convicciones y elección— anda diciendo que el capitalismo financiero es
la realidad y la socialdemocracia un imposible, entonces el
neoliberalismo puede dormir tranquilo pese a las turbulencias de los
mercados. Más tranquilos aún cuando los indignados optan por las
derechas políticas: aquellas que afirman que el bienestar social es un
resultado automático del derrame de riquezas que provoca el capitalismo
sin comentarios.
Y esta derecha política es hábil cuando llega a las orillas del tercer
mundo. En Cuba, por ejemplo, se sigue vistiendo de socialista y
revolucionaria y moderna. Y nos dice, sin el menor recato y con mucho
desenfado, que la tarea es actualizar el "modelo socialista" y
fundamentar teóricamente su posibilidad. Ya esto no es una ilusión como
irrupción de la utopia en el mundo, sino una estafa como recirculación
del poder para detener su inevitable expulsión de la historia. Cuba no
actualiza ningún modelo. Va derechita, con algunos comentarios
despectivos, hacia dos de las peores formas de capitalismo: el de
compinches, que concentra el poder en unas cuantas familias, como en la
Guatemala de los 80 del siglo pasado; y el de casino, que comienza a ser
tentado por la casa del millón de dólares. Frente al mar Caribe.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/economia-socialista-un-oximoron-271765
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