Aprender a sembrar (y a comer)
Luis Felipe Rojas
Holguín 08-12-2011 - 9:40 am.
El gobierno, causante de los males de la agricultura, tacha de
holgazanes a los campesinos y los 'enseña' a cultivar.
Aunque la agricultura se desplomó en un 10% hace un par de años, la
culpa nunca fue a dar directamente a los malos procedimientos
burocráticos o la falta de visión de las autoridades para alimentar una
población que sobrepasa hoy los 11 millones. Los especialistas del ramo
apuntan a causas como la no utilización de las técnicas tradicionales de
cultivo y la sobreestimación de fertilizantes y otros adelantos científicos.
De momento parece —según recalca todos los días el periódico Granma— que
los agricultores cubanos no saben sembrar. En cada reportaje publicado
podemos extasiarnos con los campesinos que nos descubren técnicas
antiquísimas de laboreo: intercalado de cultivos, diversificación de los
mismos para aprovechar las bondades del clima tropical, o el desarrollo
de semillas resistentes a plagas y sequías. El Palacio de la Revolución
hace los manuales y los diarios Granma y Trabajadores enseñan a sembrar
malanga y boniato.
Es difícil creer que todos los investigadores agrícolas cubanos hayan
saltado al exitoso sector del turismo en medio de la alta crisis de los
años 90. Entonces cabría preguntarse dónde estaban cuando la policía se
animaba a perseguir —como todavía sucede— a vendedores de mamoncillos,
aguacates y maíz. ¿Alguno de estos autorizados sabios de la tierra se ha
preguntado por los obstáculos que atraviesa un productor de ganado
bovino para llevar un camión-cisterna con agua o miel a sus animales?
Las ordenanzas del Partido en las localidades van más encaminadas a
escalar un mejor peldaño en su cerrada emulación socialista que a
obtener logros palpables en este sector tan sensible a la vida.
A través de ONGs foráneas, se ha constatado que en Cuba no hay mejor
fertilizante que la producción orgánica de alimentos y los desechos de
las cosechas. El aprovechamiento de los suelos o muchas maneras más de
utilizar el agua son métodos ya usados por nuestros antepasados, pero
ahora alemanes y suecos solidarios se encargan de brindarnos dinero y
herramienta para enseñarnos lo que supuestamente se nos olvidó.
Al gobierno no le ha bastado medio siglo para componer esa fuente rota
que es el interés del guajiro por la tierra. Miles de personas aprendían
a leer en una muy divulgada campaña de alfabetización en 1961, al tiempo
que al campesino se le olvidaba el tiempo de cada cosecha, aprovechar el
ciclo lunar o desarrollar una ganadería intensiva. Tal parecía que era
una escuela para desaprender.
Las granjas del pueblo, las Cooperativas de Producción Agropecuaria, las
Unidades Básicas de Producción Agropecuaria o cualquier experimento
anterior o posterior a estos aparecen ahora como elementos acusadores
contra los trabajadores (presentados hoy como holgazanes, improvisados
agricultores o gente ilusa que huyó despavorida tras cantos de sirena
hacia las ciudades).
Recientemente el semanario Trabajadores publicó un extenso reportaje
donde se acusaba a campesinos y directivos del ramo de malgastar los
bienes del Estado y hacer mal uso de los suelos. La demora en la entrega
de fertilizantes y el resto del "paquete tecnológico" no encuentra
cabida entre el mar de orientaciones entre los diferentes niveles de
dirección, según esta publicación oficial.
Dos ejemplos irrefutables de los desenfrenos estatales en el tema de la
agricultura son las miles de caballerías sometidas a la sobreexplotación
cañera por varias décadas y que muy difícilmente puedan aportar algún
beneficio que no sea pasto y forraje. El otro es la descabellada idea
—bajo un supuesto principio martiano— de combinar estudio y trabajo. El
hecho de que cientos de miles de estudiantes pasaran por planes
citrícolas en Isla de Pinos, Matanzas u Holguín, regiones que
aparentaban un alto nivel de producción, no escondía más que el férreo
adoctrinamiento ideológico a que se sometió a estos educandos.
La radio, televisión y la cada vez más plana prensa plana bombardean a
diario al cubano con las bondades de la comida verde, pero lo que no han
resuelto aún los manuales de agricultura urbana y suburbana es cómo
pasar ajíes, coles y lechugas por el puente de la canasta familiar hasta
la mesa del más común de los ciudadanos sin desfondarles los bolsillos.
Hora de aprender a sembrar, es el grito de guerra del General-Presidente
y sus huestes en palacio, cuando a los cubanos les parece que mejor
sería empezar por aprender a comer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario